LANZARSE A SENTIR

Hace 13 años cuando tenía 23, visité Portugal con mi amiga Diane. Fuimos a Sintra, a Quinta da Regaleira, un complejo de palacios, jardines y pozos que hay allí.

Antes de los 25 y antes de que se despertara mi dimensión espiritual, como entonces lo hizo, tenía, de vez en cuando, alguna que otra Epifanía. 

En aquella ocasión, durante nuestra visita a aquel lugar, entré en un espacio de sensaciones que iba mucho más allá de lo que un espacio físico puede ofrecer. Aquel túnel en espiral que iba hacia abajo, la naturaleza con los bancos en los que sentarse y, especialmente, el despacho que había en la planta superior, se sentían cercanos y vibrantes. 

Leímos en la guía que la persona que construyó el palacio y que vivió allí era un filósofo, como un alquimista y que, aquella habitación, era en la cual el hombre se metía para pensar y filosofar. 

Me sentí muy identificada con el lugar, con el despacho en especial. Sentí mi lado de filósofa y mística vibrar. No puedo describir que fue exactamente lo que experimenté… pero supe que yo, de alguna manera, pertenecía a un despacho como ese. 

Acabó el viaje, volví al trabajo y solo tuvieron que pasar un par de años para tener una experiencia espiritual de una intensidad y magnitud suficiente para cambiar todos los grandes y diminutos aspectos de mi vida.

Comencé de cero.

Viví la dimensión espiritual de manera muy intensa. Bastantes años. 

Entré luego, en una dimensión más intelectual y filosófica. 

Me metí en el despacho.

Finalmente, entré en él. 

Empecé a desgranar conocimientos, a intentar ligar diferentes teorías, buscar la manera de hacer un croquis de ideas que pudieran explicarlo todo.

Hasta que un día, una consciencia más animal se reveló ante mi. Me hice, afortunadamente, consciente de mis necesidades más antiguas y vinculantes a este mundo de la forma y las relaciones. 

Desperté a mi saber instintivo y animal.

Era necesario. Llevaba muchos años, sino toda mi vida adulta viviendo desde la ignorancia, desde la híper espiritualidad o desde la híper intelectualidad.

Soy un ser humano. Soy un animal. Y tengo una historia que avala quien soy en este momento.

Empecé a leer sobre la historia de la vida en la tierra, conecté con nuestros orígenes. 

Y quise seguir intentando entender. Todo esto, todavía, desde el interior de mi despacho.

Mi animal, mi lado instintivo, no vive en un despacho.

Mi animal come, eructa, juega, se relaciona, ríe, se baña en el agua del río para sentir sus sensaciones, toca cosas con las manos, experimenta…

Y no lo hace dentro de un despacho y, mucho menos, a través de un libro.

En el mundo espiritual, según que rama de filosofía se siga, se denigra al mundo animal. Se dice que hay que huir de éste, que hay que elevarse más allá de él.

Sí, por eso creo yo que nos pusimos de pie y nos erguimos. Por eso creo yo que evolucionamos de la manera en que lo hicimos para crecer hacia arriba y aspirar hacia el sol, hacia una luz tan potente que hace que todo se mueva alrededor de ella.

Pero, para subir hacia un lugar, es necesario que exista una base. Y no solo una base, sino una raíz lo suficientemente profunda y arraigada que nos permita irnos lejos pero estando, a la vez, aquí. 

Esa raíz es nuestra historia como humanidad, como especie, como, incluso, materia. Es el saber de la naturaleza, es el pulsar de nuestro corazón, es la inteligencia de la vida, de lo que cambia, de lo que fluye, de lo que, NO NECESITA ser entendido sino experimentado.

Me siento afortunada de ver como aquel despacho en Sintra que una vez sentí como algo personal pero inaccesible, ha sido, finalmente, una realidad para mi durante tantos años. Me siento muy afortunada por haber creído en mi, haber honrado mi necesidad de investigar y saber, y haberme dado tantas horas para relacionarme con las ideas del inconsciente e ir hacia lo más profundo de nuestro saber interno.

Y me siento afortunada también, de estar empezando, finalmente, a escuchar esta llamada de lo salvaje.

No quiero, aunque sea por un tiempo, estar más de ciertas horas en el despacho.

Mi animal tiene frío, a veces calor. Mi animal quiere, a veces, comer unos alimentos y, en otras ocasiones, otros. Mi animal quiere interactuar con otros animales, tocarles la cara, probar diferentes gestos y sorprenderse con sus reacciones. Mi animal quiere salir a la jungla, aunque esta jungla sea ahora una ciudad de calles rectas en línea.

Mi animal no quiere saber como funciona todo, quiere sentirlo. 

Mi animal escribe este texto hoy pero sabe que un tiempo de vivir desde el instinto se acerca.

Y, lo más sorprendente, mi mente que lee todo esto que escribo, se alegra de que sea así.

La mente no es tan “racional” o “mental” como la pintamos, ella también siente. Y ella también se quiere nutrir de lo material, de lo concreto, de lo tosco y lo rudo de un planeta que tiene formas y colores y ofrece tal variedad de sensaciones.

Mi mente, que es también animal, se va a dejar cuidar y mimar durante un tiempo.

No más libros, o por lo menos, menos de ellos. No más pensar, o por lo menos, no tanto tiempo.

Quiero sentir. Y ella, mi mente, también lo quiere.

MÍRALA A LOS OJOS

Recuerdo que de niña yo no quería ser mujer. Lo recuerdo ahora aunque, por entonces, no lo sabía. Cuando venían a casa los amigos de mi madre y de mi padre, me sentaba al lado de los hombres. No lo hacía de manera consciente pero me sentía más cómoda. También recuerdo más mayor, en un evento de baile en el que las mujeres y hombres teníamos que bailar por separado, me confundí y me metí en el grupo de hombres sin darme cuenta que era la única mujer entre ellos.

¿Por qué, de niña, iba a querer ser yo mujer? ¿No queremos todas las personas ser reconocidas y destacadas de alguna manera? Si jugamos a un juego, ¿no nos gusta ganar y llegar primero? ¿Por qué iba a querer convertirme en alguien que sabía que no iba a ser tenida en cuenta tanto como un hombre? ¿Por qué iba a querer ser una persona menos destacable y considerada que otras personas que eran varones?

Yo de pequeña no sabía que no quería ser mujer pero ahora sé que no quería serlo y ahora me entiendo. Entiendo la lógica de aquella niña, la lógica de querer sentirse valorada e importante, la lógica de no querer pensar que pertenecía a ese grupo de personas que podía ser violada si un día se despistaba por la calle.

Recuerdo también a mis 15 años cuando vi en las noticias como habían violado y matado a una chica de mi edad en la comunidad autónoma de al lado. Decían en las noticias que habían encontrado al violador porque su ADN aparecía en las uñas de aquella chica. Imaginé a la chica arañando a aquel hombre, a aquella persona, a aquel violador. Imaginé su rabia, su fuerza, la de ella. Imaginé la escena.

¿Por qué de niña iba a querer yo formar parte de un grupo de gente así? ¿Por qué querría ser la vulnerable, la que no tiene nada que decir, la que va segunda, la víctima?

Y las niñas de ahora, ¿querrán convertirse en mujeres?

No lo sé.

Probablemente tampoco quieran serlo.

Los niños tampoco se quedan muy por detrás. ¿Querrán los niños dejar de llorar y tener que convertirse en machos rígidos que oprimen a la mujer por no sentirse libres de expresar sus propias emociones?

Podemos hablar de géneros, podemos hablar de roles, defender causas, pedir igualdad…

Pero, por encima de todo, yo siento que lo que podemos hacer es reconocer el daño que nos hace como sociedad seguir perpetuando esta herida.

Si eres hombre, date cuenta de la opresión que este sistema ejerce sobre ti. Date cuenta de lo incómodo que es no poder darte un abrazo con todos tus amigos, no poder abrir el corazón sin sentir incomodidad, no poder mostrarte vulnerable.

Si eres hombre, date cuenta que este sistema te niega tu humanidad, te pide que no sientas, te exige que te metas en un rol inhumano de máquina devoradora hacia el progreso.

Si eres hombre, revisa tu vulnerabilidad, viaja al pasado y encuentra el momento en que te la arrebataron.

Si eres hombre, exige ser tenido en cuenta como un ser que SIENTE.

Y si eres hombre, y ya sabes que sientes y ya sabes que tienes el derecho a SENTIR… entonces, en ese momento, pídele a una mujer que se ponga enfrente de ti y MÍRALA A LOS OJOS.

¿Qué ves? ¿Hay dolor? ¿Hay lucha? ¿Hay inseguridad? ¿Existe buena comunicación?

¿Qué ves en sus ojos?

Quizás tan solo veas a otro ser vulnerable, tan vulnerable como tú. Quizás tan solo veas otra humana, una hermana, alguien a quien te pareces mucho.

Quizás veas todo lo que os hace iguales y no tanto lo que os hace diferentes.

Hombre, mira a la mujer a los ojos.

Y SIENTE.

Valores antes y después de esta crisis

Hubo una época donde todo volvió a ser como antes. Se hablaba de familia, de hogar, de cercanía y de contacto. Se valoraba la salud, la comida y las relaciones personales.

Hubo una época donde los padres pasaban tiempo con sus hijos, los niños no corrían estresados hacia un colegio y los adultos tenían tiempo para mirar dentro de sí.

Una época donde los anuncios de “belleza” dejaron de estar en todas partes, donde no importaba si habías perdido peso esa semana sino cuánta comida tenías como provisión en tu despensa.

En aquella época, la gente estaba dentro de su casa, no solo la física sino la interior, aprendió a cocinar y a relacionarse con el alimento, aprendió a cuidar de su hogar y a preocuparse más por los suyos.

La economía se estrellaba porque eso no era lo que importaba. Los egos inflados de los adictos a resultados, se desinflaban. Los egos alimentados por la apariencia física, se consumían.

Ya casi añoro esa época donde la gente bajó de la rueda de la voracidad consumista. Ya casi añoro esa oportunidad que se le dio a muchos de mirarse en el espejo por un momento antes de llenar su tiempo con actividades sin sentido ni sentimiento.

Ya estamos casi fuera de esa época y ya todo parece volver a como no era antes. Es decir, antes la gente valoraba la familia, la salud, el alimento, el amor y sí, claro, una buena economía. Pero después de ese “antes”, vino una oleada de capitalismo que lavó las mentes de las personas haciéndolas creerse valiosas por las razones equivocadas.

Estamos ya a la orilla de volver al vacío previo:

  • De volver a escuchar lo importante que es que nuestro cuerpo mantenga una determinada linea, es decir, de volver a escuchar mensajes que solo buscan que nos sintamos incómodas dentro de nuestros maravillosos cuerpos.
  • De volver a ser bombardeados con anuncios absurdos que nos venden cosas que no necesitamos y que acaban en pocos meses en un basurero que luego acaba en el mar.
  • De volver a nuestros trabajos (tanto los niños como los adultos) que, en muchas ocasiones, nos drenan y nos dejan poco tiempo de calidad para compartirnos con los otros.
  • De dejar de cocinar, disfrutar del tiempo que se tarda en preparar alimentos y volver a la comida rápida.
  • De desatender nuestro hogar y, para aquellos que pueden permitirse personal del hogar, olvidar lo bien que nos sienta cuidar de nuestro propio espacio.
  • De contaminar el planeta sin ningún tipo de conocimiento porque estamos tan ocupados con nuestros conflictos que, ¡qué importará el planeta!

Estamos a la orilla de volver a estar hiperocupados y preocupados por asuntos que solo agujerean nuestra alma.

Sé que para muchos, ahora mismo, todo esto supondrá una cuesta arriba económica y también sé que para todos, viene una cuesta arriba en la que nos volveremos a deshumanizar ocupando nuestro tiempo con los sin sentidos que esta sociedad ofrece.

Liderazgo en tiempos de crisis humanitarias

No sé en qué mundo vives tú pero yo veo el mío todos los días desde mi ventana.

Veo el mar abierto, el cielo azul que se funde con el mar, las gaviotas que cruzan el cielo. Escucho su canto y, también, el ruido de alguna barca que se atreve a navegar a través de estos tiempos tan revueltos.

Huelo los agradables días de lluvia y, aún así, sigo saboreando dentro de mí esta saliva que se hace repetitiva y agria.

No sé a ti quien te gobierna pero yo veo frente a mi ventana quién me gobierna a mí. No necesito encender el televisor para que mi mente pueda llegar a creer que ese hombre con corbata tiene algo elevado que decirle a mi alma que se sabe libre, vieja y lejana a sus discursos.

No me quedo en casa sólo por responsabilidad. Me quedo en casa, también, porque es la orden. La orden que rige tu sociedad que también es la mía. La orden que estructura e intenta poner en fila a este montón de animalitos que somos nosotros: seres sin consciencia ni conciencia.

Ganaré escépticos en la lectura de este texto y el escepticismo es bueno.

Yo solo digo que el gobierno no me representa. Ni el de mi país ni el de la mayoría de los otros. Que aquello que gobiernan no es a una sociedad – conjunto de individuos – sino a una estructura social que debe mantener la apariencia de un orden y que, por tanto, ignora las necesidades más esenciales de cada ser humano.

El interés mostrado hacia la salud mental de la población es tan silencioso que comienza a producirme sordera.

No se escuchan palabras que ofrezcan a las personas una guía de cómo atravesar esta crisis emocional que se les cae encima.

No hay guías porque ni ellos saben gestionarse a sí mismos. Porque nunca dedicaron un solo minuto a mirar hacia su interior, a profundizar en sus anhelos y esperanzas, a sacar de sus adentros lo mejor de sí.

Navegantes perdidos en completa desconexión consigo mismos, intentan poner el orden a lo que llaman una crisis sanitaria.

La crisis que estamos pasando es una crisis de valores y de desconexión con aquello que es verdaderamente importante y nos hace sentir alegres y vivos.

Esta es una crisis humanitaria. Es una crisis HUMANA. Una crisis que requiere de humanidad.

Y yo no sé vosotros cuánta humanidad veis a través de vuestros televisores.

Pero estoy segura de que estaréis viendo mucha más humanidad, a través de vuestras ventanas.

Un cómic para tiempos viru-lentos

El otro día, escribí un cómic de manera espontánea en mi diario. Le he dado un poco de color para poder compartirlo con vosotras y vosotros. Quizás os ayude el mensaje que me mandé a mí misma y sea un mensaje que podáis extrapolar a vuestro día a día. Ánimo y mucho amor de vosotros hacia vosotros mismos.

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La experiencia como guía

Nos dicen que dejemos algo atrás cuando eso es algo, objetivamente, imposible. No hay nada que podamos dejar atrás pues aquello que hemos vivido pertenece al todo que somos nosotros. Pertenece a cada uno de nosotros.

Experiencias positivas, enriquecedoras. Experiencias destructivas, disruptivas. Todas ellas conforman aquello que somos hoy.

Por eso, dejar atrás, solo implica, ignorar. La expresión “dejar atrás” nos lleva a negar una realidad.

No dejamos nada atrás, lo dejamos todo adentro. Todo bien adentro de nosotros. Germinando, creciendo, manifestándose, haciéndose plural en nuestro interior y saliendo hacia fuera desde nuestras entrañas.

Cada experiencia vivida es una raíz interna que, transformada en rama, abre su paso hasta encontrar la forma de darnos un fruto que es, siempre, revelador.

No dejo nada atrás, lo recojo, lo tomo bien cerquita, lo miro con amor y le agradezco su existencia.

No dejo nada atrás, lo llevo bien adentro.

Hasta que lo OFREZCO.

* Recuerda: Si no integras tus experiencias, si no aprendes de ellas, si no escuchas sus mensajes, no dejarán de existir porque las quieras «dejar ir». Escucha a tu interior, date tiempo. Ellas, tus experiencias, tus mensajeras, te sabrán guiar.

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LO BELLO DE LA VIDA

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El día en que nos descubrimos la Herida debe ser como ese primer día en que un bebé se descubre los dedos de los pies. “Oh, mira, ¡qué profunda!” “Oh, vaya, ¡qué novedad!”

Metemos el dedo y la palpamos, la miramos desde diferentes ángulos y hasta usamos un espejo para descubrir áreas a las que no alcanzan nuestros ojos.

La Herida de la que hablo es la Herida que todos tenemos. La que viene de nacimiento cuando somos traidos al mundo. La que forma parte de una identidad; la que justifica, modifica y caracteriza algunos de nuestros aspectos personales.

“Yo sufro en silencio.”

“¿No me digas?” – pensé – “¿y quién no?”

Dime, ¿quién no sufre en silencio? Todos lo hacemos. Todos tenemos nuestras agonías existenciales, problemas que causan quebraderos en la cabeza, sensaciones de desencanto, desesperanza, miedos, dudas en el ámbito más trascendental. Miedo a sufrir, a vivir… miedo a la vida más que a la muerte.

Que sí, que sí, que sé que sufres. Sé que sufres porque yo sufrí también y porque también lo hago a veces. Porque soy humana y estoy herida por esa Herida primera, como lo estamos todos.

Por eso, por favor, no me hables de tu sufrimiento como si de algo especial me estuvieras hablando. No hagas de tu dolor algo importante, encantador o diferenciador de tu personalidad. Te vuelvo a decir que ese sentir, todos lo tenemos.

Te descubriste la Herida como un bebé que se descubre por primera vez los dedos de los pies. Y te quedaste mirándola, observándola, probándola y analizándola. Es profunda y tan extraña que hasta hay gente que decide no mirar hacia otro lugar ni hacia otras personas en toda su vida. Se quedan bizcos autocontemplando su propio dolor por placer y creen poseer algo que otros no poseen.

Mi Herida es tu Herida.

¿Podemos, ahora, hablar de otras cosas y celebrar lo bello de la vida?

 

Masculinidad y machismo no representan lo mismo

Cuando hablamos del machismo y de lo mucho que ha aplastado la soberanía, el disfrute y el poder de la mujer; olvidamos hablar de lo mucho que el patriarcado aplasta la soberanía, el disfrute y el poder de los hombres.

Suena fatal. Lo entiendo. Muchas y muchos pensaréis que es absurdo lo que escribo. Que las mujeres somos las más afectadas. Sí, lo somos. Y a un nivel muy obvio y brutal. Cuanto menos desarrollado el país y menos abierta de mente es la cultura, más aberraciones se cometen en contra de la mujer. Pero, ¿por qué se hacen?

Porque nuestra sociedad detesta lo femenino (lo vulnerable, intuitivo, el ser) y adora lo masculino (el hacer, la fuerza externa, los resultados). Y prohíbe, especialmente a los hombres, estar en contacto con su lado femenino.

Un hombre castrado de su propia feminidad, no puede ser otra cosa más que violento. Un hombre hermético, que no llora ni siente, ni abraza, ni canta, ni juega, ni mima… no puede ser otra cosa más que violento. Un hombre al que acallaron su deseo creativo, instintivo e intuitivo, no puede ser más que violento. Las mujeres representamos, a nivel externo y dual, todas esas cualidades que a los hombres se les ha reprimido desde siempre: la vulnerabilidad, la emocionalidad, la dulzura, la intuición, la ternura, el juego, el cuidado, …

Una sociedad que castra e impide al hombre estar en contacto con su lado femenino y expresarlo; crea hombres falsamente fuertes y, por tanto, altamente agresivos.

Esta violencia del hombre puede expresarse hacia fuera e ir dirigida a la mujer que, como digo, representa todas aquellas cualidades de la que el hombre fue castrado.

Si el hombre es consciente del dolor que causa el machismo y asocia el machismo con ser masculino, entonces dirigirá su violencia hacia su interior y arremeterá contra sí mismo y sus cualidades masculinas. Buscará ahogar cualquier brote de masculinidad, perdiendo forma, estructura, capacidad de autoliderazgo y confianza en sí mismo.

En las mujeres ocurre igual.

Es como si dentro de nosotros habitara un hombre y una mujer, una parte masculina y otra parte femenina. Tenemos por un lado, una parte intuitiva, emocional, conectada con el todo, dulce y tierna; así como también tenemos un lado más estructurado, al que le gusta liderar, dirigir, dar forma a las ideas y ponerlas en práctica en este mundo.

Si asociamos la masculinidad con el machismo, si asociamos ser hombre con el machismo; los hombres ahogan a sus hombres interiores y nosotras también. Arremetemos no solo en contra de todo hombre exterior y/o sus cualidades masculinas; sino que también nos desconectamos de nuestra masculinidad, es decir, de nuestra capacidad para expresar, liderar, defender y dar forma a aquello en lo que creemos.

Me gusta entender sobre estas cualidades femeninas y masculinas que habitan en nuestro interior. La mitología india me fascina porque detalla mucho sobre cómo se relacionan ambos polos dentro de nosotros. Pero más allá de la mitología y de mis propias indagaciones, me es difícil encontrar autores que abracen ambos polos y vayan más allá de una dualidad que condena a la mujer a sentirse superior o inferior al hombre.

Encontré este libro este verano y ya lo estoy acabando. La portada y el título pueden llevar a engaño y temía que iba a ser un canto a lo genial que somos nosotras y el daño que nos hacen ellos. Pero no, es un libro que te explica como el machismo más peligroso no es el que vive fuera sino el que vive dentro de nuestras mentes. Ayuda a recalibrar esa voz que llevamos dentro las mujeres de todo lo que no podemos hacer o debemos hacer sólo por el hecho de ser mujeres.

Queremos levantar la voz y alzarnos bien alto, queremos tener corazón abierto y expresarnos y abrirnos al mundo. Entonces, ¡qué necesario es que hablemos un poco con esa voz interior que nos dice que no podemos!

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Recomiendo:
“El patriarca interior” de Sidra Stone

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VOCES GRAVES

Tengo ganas de mecerme en una voz oscura y hermosa. De esas voces graves que no alcanzas a entender cuál es su origen pero que parecen venir de tan lejos que jurarías que te hablan desde el infinito que se encuentra en tu interior.

Voces graves, amplias como los brazos cuando se abren para abarcarte, dulces, cálidas como si hubieran sido preparadas lentamente en un continuo fuego.

Voces que te bailan y te reconocen, que se sienten amigas a pesar de la distancia física que las separa. Voces que me acallan, me besan suave en la oreja, me acarician el pelo dejándolo libre de lamentos y sollozos. Voces que me paran, me anclan a la vida que me llama. Me conectan con lo simple, con lo absurdo y con lo bello de estos días que me atrapan.

Voces. Queridas voces que claman, me  devuelven lo gozoso de este alma y me hacen sentir UNA con aquel que las emana.

¿Qué hacer ante el sufrimiento y la violencia?

Ha sido un año jodido. No ha sido un año de esos en que me he jodido yo porque mi mente no estuviera equilibrada o un año en el que me haya metido en problemas mentales que no se correspondían a la realidad. Me refiero, no ha sido provocado por mí misma, ni buscado ni creado por una falta de madurez mental; ha sido, precisamente, por haber abierto los ojos en medio de la realidad.

El sufrimiento me ha pillado trabajando, abrazando a seres humanos, intentando ayudar a otros, disfrutando de los grandes y pequeños placeres de la vida. El sufrimiento me pilló relajada, activa, comprometida, ilusionada, con ganas de más actividad, de más alegría, de más gente, de más trabajo y, no me cansaré de decirlo, de más COMPROMISO.

Hace algunos años, cuando escribía en el blog, recuerdo que escribía mucho sobre mi necesidad de dejar la fantasía a un lado y meterme de lleno en la vida. Recuerdo que podía intuir cierto miedo en mí de involucrarme en lo que sucede en esta Tierra y de relacionarme abiertamente con todo ser humano. Había cierto temor, cierta tensión, cierta aprensión para salir del mundo idealizado de mi mente y poner los pies en la tierra que nos sostiene. Este año he descubierto el por qué.

Cuando decidimos ser conscientes de lo que sucede hoy en día a nuestro alrededor, se caen todos los velos y, ciertamente, corremos el riesgo de perder toda ilusión y toda magia. ¿Quién quiere aceptar la violencia, el abuso sexual a niños y niñas, el abuso de poder de algunas personas sobre seres más vulnerables que ellos, la avaricia, la intolerancia o el miedo? ¿Quién quiere abrir los ojos a una realidad en la que algunas personas sufren a diario a manos de gente cuya mente está enferma? ¿Quién puede acoger en su interior que la realidad está podrida y que el ser humano está, en más ocasiones de las que nos gustaría, carente de emociones y abusando de los demás?

Los que me leéis creo que debéis pensar de mí que soy una persona positiva. Me gusta hablar sobre el amor y creo en el ser humano. Sin embargo, este año, he caído en el suelo desde un décimo piso porque he encontrado, frente a mis narices, lo peor del ser humano. He tenido que ver con mis propios ojos como hay personas sin escrúpulos que no dudan en manipular a quienes no tienen herramientas para defenderse. Ha sido, sin lugar a dudas, un año MUY DURO.

No hablaré sobre qué he podido hacer para proteger a dichas personas porque si tuviera que deciros que, quizás, no haya podido hacer nada; todavía no sé si lo que sentiría sería vergüenza, frustración, impotencia, dolor o, simplemente, una amalgama bomba de todas esas emociones.

Reconocer que hay problemas que se me quedan grandes, está siendo un acto de humildad que me está enseñando a agachar la cabeza frente a la vastedad de la vida.

Este año me he preguntado mucho cuál es nuestro compromiso con la vida, cómo debemos actuar frente a la injusticia y si el ser humano puede ser verdaderamente malo. He cavilado sobre lo que a una persona le lleva abusar de otra, sobre lo que a varias personas les puede llevar a querer proteger a quienes abusan, sobre lo que a todos nos lleva a cerrar los ojos ante estas situaciones y sobre qué hacer ante el sufrimiento y la violencia en este mundo.

Si algo he aprendido es que el sufrimiento está en la base de la experiencia humana; en mayor o menor medida lo experimentamos desde niños. También he aprendido que hay que acoger al sufrimiento en nuestra vida pues puede actuar como fertilizante para que salgan flores nuevas, sabias y maravillosas. He llegado a la conclusión de que las llamadas personas “malas” son las que menos felicidad experimentan o han experimentado y que, o bien tienen una enfermedad mental que no han elegido o, por otro lado, tienen secuelas por haber sido privadas de amor y cuidados desde la infancia.

He aprendido que no podemos cambiar este mundo que es, en muchas ocasiones, insano; pero que sí podemos tomar un rato para reflexionar en nuestro interior sobre qué hacer para que el mundo que nosotros sí creamos no esté enfermo o, por lo menos, no ignore el potencial y el amor que todos tenemos.

Hay gente activista que lucha por determinadas causas. Siendo muy sincera y respetando muchísimo al activismo social, yo nunca me he visto ahí. Desde mi perspectiva de vida, no quiero enfocarme en luchar en contra de nada; no quiero erradicar la pobreza, ni siquiera la violencia. Lo que quiero y en lo que me quiero enfocar es en crear algo nuevo que represente aquello en lo que yo sí creo y que no sea respuesta a los desastres causados por la ignorancia social.

Es polémico incluso en mi interior. A veces me pregunto si debería sacar las armas, quejarme y gritar. Hacer algo para que eso que no me gusta cambie. Sin embargo, si todos nos dedicamos a intentar solucionar y dar respuesta a lo que nos enfada y hace mal en este mundo; siento que lo que estamos haciendo es dedicar nuestras vidas a solucionar lo feo. Es decir, estamos poniendo el foco en lo que hace daño; aunque sea para solucionarlo.

No hay llaves mágicas ni una única forma de manejar el sufrimiento para que nos ayude a mejorar en lugar de debilitarnos. Tampoco hay fórmulas mágicas que nos lleven a relacionarnos con la violencia de tal manera que podamos suavizarla o aminorarla. Sin embargo, si queremos ser agradecidos con la vida que tenemos y lo suficientemente responsables debemos encontrar nuestra propia manera de lidiar con lo que no nos gusta. Ésta es la mía:

Aceptar el sufrimiento. No negar el sufrimiento que las demás personas también experimentan. No negar la violencia. No negar la existencia de personas que la generan. Ser consciente de la situación actual de este mundo. Cerrar por un momento los ojos, sentir ese dolor, aunque sea profundo e intenso. También sentir el amor que soy. Tomar tiempo para mí misma. Quererme mucho, amarme mucho a mí misma. Cuidar de mis regalos. Y dejarlos salir.