Hombres, ¡despertad!

Confundidas estamos si creemos que esta guerra vamos a ganarla solas. La violencia machista no es una guerra entre hombres y mujeres; o, por lo menos, no debería serlo. La violencia machista debería trazar una línea clara entre quienes defienden y practican cualquier tipo de violencia y aquellos que lo que buscan es el respeto y la armonía entre cualquier ser humano.

Salimos a la calle a protestar, decimos “BASTA YA”, pegamos en nuestros muros de redes sociales noticias que nos indignan sobre cómo algunos hombres nos cosifican o nos indignamos públicamente expresando total repudio por aquellos que nos violan, nos agreden o nos matan. Nos indignamos, sí. Nos enfadamos, también. Estamos ya cansadas, ¿de qué va todo esto? Parece mentira que estemos en pleno siglo XXI viviendo en una sociedad, dicen, “avanzada”.

¿Avanzada para qué? ¿Dónde están los valores? ¿Y el respeto a la mujer?

¿Cómo puede ser que se silencie tanto un maltrato habitual y diario? ¿Dónde está la consciencia y la responsabilidad de todos los hombres? ¿Cuándo van a salir ahí fuera y se van a pronunciar? ¿Cuándo van a decirle a su amigo que no le hacen gracia sus bromas machistas? ¿Cuándo van a entender que no valen más por ejercer su poder sobre personas más vulnerables?

Decía el investigador Michael Kaufman en una conferencia que dio en Bilbao que la mayoría de los hombres ni golpea ni agrede sexualmente a las mujeres pero permanece en silencio ante esa violencia y con su actitud permite que esas situaciones continúen. También decía que el primer paso es replantearse qué significa ser un hombre ya que las expectativas de masculinidad que la sociedad plantea para ellos (ser siempre líder, fuerte, valiente, no llorar, no sentir emociones…) son imposibles de cumplir.

Entiendo que lo que ocurre es que ante la frustración y la inseguridad que genera el no poder llegar a ser el tipo de hombre poderoso que la sociedad plantea; y ante la falta de herramientas de gestión emocional, los hombres violentos deciden descargar su furia con las que ellos sienten que son menos poderosas.

También entiendo que es responsabilidad de todos redefinir el modelo de masculinidad. Responsabilidad de madres, padres y educadores con respecto a los niños; responsabilidad de las mujeres con respecto a nuestras parejas y, definitivamente, responsabilidad de todo hombre adulto, capaz de pensar y de sentir solidaridad con las mujeres que, como colectivo, nos sentimos agredidas y amenazadas.

Tengo la sensación de que debemos dejar ya de protestar contra aquellos que nos presionan, suprimen y vejan; y dirigir nuestra mirada al compañero de al lado: a nuestra pareja, nuestro hermano, nuestro padre, amigos, compañeros de trabajo, conciudadanos… dirigir la mirada a esos hombres buenos pero callados. Mirarles a los ojos, con claridad y presencia, y pedidles que DESPIERTEN, que HABLEN, que nos AYUDEN y que, junto a nosotras, también participen en nuestra LUCHA. ¿Cómo?

  • Mirándose adentro.
  • Comprendiendo y gestionando las propias heridas emocionales.
  • Revisando el modelo de masculinidad.
  • Entendiendo de dónde vienen las expectativas de sí mismo y de dónde viene su concepto de mujer.
  • Reconciliándose con la madre, con el padre, con la sociedad que le impuso un ideal imposible.
  • Reconciliándose con la mujer.
  • Aceptándose vulnerable.
  • Mostrándose humilde.
  • Siendo valiente para exponer lo que le duele.
  • Buscando apoyo en otros hombres parecidos a él.
  • Callando a aquellos que comparten bromas machistas o mandan imágenes por el whatsapp que cosifican a las mujeres.
  • Interviniendo si un hombre avergüenza verbal o físicamente a una mujer.
  • Dejándose ver.
  • Sabiéndose maravilloso, importante y necesario.
  • Defendiendo públicamente el respeto mutuo entre mujeres y hombres.
  • Verbalizando públicamente su rechazo a la masculinidad tóxica que impregna nuestro día a día.

No me atrevería a dar estos “consejos” si yo misma no me estuviera haciendo cargo de redefinir los conceptos de masculinidad y feminidad en mi propia vida. Pero, como decía al comienzo de este artículo, solas no podemos; o, lo que es lo mismo:

HOMBRES, ¡DESPERTAD!
OS NECESITAMOS

Hombres, os necesitamos

Ya no hay sueños. Ni rescates.

Hay hombres que sueñan, que reposan adormecidos sobre una cama esperando que la vida llegue y les insufle ese alma que les falta.

Hay mujeres que sueñan, que creen que ellas pueden soplar en la boca de ellos esa vida que ellos creen no poseer.

Y hay relaciones que se rompen, pues un hombre dormido poco puede hacer con una mujer que sueña despierta; y un hombre acobardado pocas aventuras puede tener con una mujer que disfruta haciéndose rasguños en la selva.

Las historias no siempre son como las cuentan. Hay muchos hombres princesa esperando ser rescatados mientras reposan en su cómoda mirando por la ventana.

Y hay muchas mujeres caballero que creyeron que su llamado era ir al rescate de aquellos seres que siguen dormidos.

Sin embargo, es mejor dejar las princesas, los caballeros y los valerosos rescates para los cuentos; y vivir una vida en la que uno mismo se encargue de abrir sus propios ojos; sin esperar que venga otro a abrírselos y sin creer que, forzadamente, se los podrá abrir a los demás.

Yo ya salí de la torre y dejé de ser la princesa. Me subí a mi propio caballo y creí ser el caballero rescatador. Pero entonces entendí que por ser fuerte, valiente y libre, no tengo porqué ir a la búsqueda de los otros, especialmente, de aquellos que siguen sumidos en su deliberado sueño.

Cada uno es responsable de sí mismo. Parto con mi caballo a lugares lejanos. Y, en el camino, espero encontrar a otras almas valientes y libres como yo que hayan decidido, por sí mismas, vivir una vida llena de placer, amor y significado.

Hombres, ¿amor u odio?

Todo comenzó hace cuatro años. Estaba sentada en uno de mis restaurantes preferidos de Rishikesh, sobre aquella alfombra en el suelo y apoyada en una gran ventana que me dejaba ver y respirar al río Ganges y a sus montañas colindantes.

Hacía un mes que estaba saliendo con Él, me sentía enamorada o, por lo menos, cuando iba de su mano tenía la sensación de ir caminando sobre las nubes y de que todo era mágico alrededor. No sé si eso era enamoramiento o no.

Sin embargo, aquel día, cuando apareció en el restaurante y le vi acercarse hacia mí sentí miedo en mi interior, como un poco de flojera en las piernas.

Aquellos días meditaba una o dos horas al día y podía observarme bastante bien, no se me escapaban sensaciones como aquella. ¿Qué pasaba? ¿Qué era ese miedo interno? Él estaba igual que siempre y se acercaba hacia mí con una sonrisa, ¿qué temía yo? ¿Qué había de nuevo ahí?

Me di cuenta poco después que no había nada nuevo en aquella situación que pudiera provocarme miedo sino que el miedo a los hombres había sido algo inherente en mi vida de lo que nunca antes me había percatado.

¿Por qué? ¿Por qué miedo a los hombres?

Investigué mi árbol genealógico, qué había ocurrido entre hombres y mujeres antes que yo y… sí, no tuve que alejarme mucho en mis antepasados para encontrar numerosos eventos en los que las mujeres habían sido agredidas y suspendidas tanto física como emocionalmente, por hombres.

Parecía que, a través de mi linaje, viajaba mucho miedo, escepticismo, tensión, nerviosismo, con respecto al sexo opuesto. Y descubrí que este miedo, esta desconfianza, esta agonía de no sentirse plena y segura junto a un hombre, no solo viajaba por mi linaje sino por el linaje de muchas mujeres de mi alrededor.

A través de muchas meditaciones individuales y grupales, y a través de ciertas experiencias que tuve la suerte de vivir junto a un hombre consciente y herido como yo, pude ver que esa herida hombre-mujer nos tocaba muy de cerca a todos.

Por un lado, en la mujer, había un dolor muy profundo por haberse sentido violada y anulada. Un dolor personal que, aunque no consiguiera despertarse en todas las mujeres, vivía latente en el interior de cada una de ellas. Además, este dolor iba acompañado de rabia y de deseos de venganza que operaban a modo de juegos psicológicos y chantajes por parte de la mujer hacia el hombre para intentar hacerle pagar por el dolor que éste le había causado en el pasado –un pasado personal, familiar o, simplemente, colectivo.

Otras mujeres, directamente, decidían separarse de ellos; no dejarse amar, no dejarse ser tocadas; o, incluso, en el lado opuesto y dentro de su total inconsciencia, decidían jugar al juego de la sumisión perpetuando la herida del patriarcado.

Por su parte, en los hombres, encontré dos tipos. También estaban los hombres inconscientes, aquellos que seguían perpetuando la herida y seguían utilizando su poder de manera violenta y denigrante con respecto a la mujer. El otro grupo, eran aquellos conectados con sus emociones y su feminidad.

En este segundo grupo, encontré hombres avergonzados de su poder; sentían que algo malo debía haber en ellos. En una de las meditaciones que hice con uno de estos hombres, me comentó que no conseguía sentir su verdadera fuerza y su masculinidad por varios motivos. Uno era porque se avergonzaba de ella, de alguna manera –por su linaje y por las relaciones de violencia provocadas por hombres en el planeta- creía, muy en el fondo de sí mismo, que ser hombre era algo vergonzoso, que el poder que había en él era destructivo y letal. Además de sentirse avergonzado, sentía cierto miedo hacia su propio poder, “¿y si hago algo malo?”

Después de mucho aprendizaje en todo esto que os cuento en el post, me volví a reunir con aquel hombre de aquel restaurante en Rishikesh. Estábamos llorando, en contacto con la herida. De manera intuitiva, nos dimos un abrazo en el que él me pedía perdón a mí- era un perdón que no se correspondía con ninguna acción específica, solo respondía a una necesidad general de disculparse. En este caso, ni él era él, ni yo era yo. Él representaba al Hombre y yo a la Mujer. Y aquel Hombre agachó la cabeza ante mí, ante la Mujer que soy, pidiendo perdón.

Pasó algún tiempo hasta que yo me di cuenta de cuantísimo daño le había hecho yo también a los hombres. Desde mi miedo, desde la rabia que corría por mis venas, desde el deseo de venganza y el dolor por sentirme anulada e invisible como mujer; vi como había jugado con ellos, como les había privado de darme su amor, como siempre les había puesto en duda… Y, entonces, yo también agaché la cabeza y pedí perdón.

El momento fundamental cuando decidí adentrarme en el conocimiento de la relación mujer-hombre que os cuento, fue cuando tuve sobrinos y cuando comencé a relacionarme con niños varones. Me dije: “Yo tengo que cambiar esta concepción que tengo de los hombres, si estos niños se van a convertir en Hombres, quiero que sepan y sientan a través de mí la grandeza de su masculinidad y que, por ningún motivo, se avergüencen o sientan miedo de ella”.

Comencé toda esta experimentación, esta observación, este estudio hace cuatro años y hoy puedo decir que estoy LIBRE. Lo sé, lo siento y lo percibo a mi alrededor.

Ni juego, ni manipulo, ni me retiro del campo de batalla cuando el amor llega –bueno, esto último, casi casi… Pero sí puedo decir que mi concepto de Hombre es uno nuevo totalmente. He conocido los suficientes hombres bondadosos, amables, fuertes, bellos, de buen corazón… como para que ese concepto haya cambiado en mí.

Ya no temo la fuerza de un hombre. Ahora, la fuerza masculina me resulta algo que admirar. Y es por ello, que yo también busco encarnarla.

Ya no les temo. Los malos son los menos.

Pero he de decir, que estas heridas de las que hablo son muchísimo más comunes de lo que parecen. Y que es importante que hagamos las paces con los hombres que nos rodean.

A vosotras mujeres, si os sentís nerviosas o inseguras cuando estáis junto a un hombre pacífico o no conseguís mostraos en toda vuestra grandeza con tranquilidad, debéis saber que esto no es lo normal. Buscad la herida, sentirla y sanarla.

A vosotros hombres; si sentís que no podéis hacer uso de vuestra fuerza masculina, rugir y gritar como un guerrero, observad el por qué. Puede que esté operando cierta desconfianza a vuestro lado masculino.

La energía femenina ha sido abusada y la energía masculina se encargó de ello. Pero todos hemos puesto nuestro granito de arena para que esta violenta historia continúe.

Así que cambiemos ya ese rol que nos hemos adjudicado:

Las mujeres perdonemos y, también, pidamos perdón por ese mal encubierto que podamos haberle hecho a ellos como causa de nuestra propia rabia e impotencia.

Y aquellos hombres sanos, bellos y buenos; por favor, ALZAD LA VOZ. Y retomad toda vuestra fuerza. Porque os necesitamos. Os necesitamos más que nunca.

Con amor,

Sandra

Anne-Hoffmann-annehoffmannherzmenschfotografie-Josephine-Binder-stillerebellin-2Fotografía de Anne Hoffmann Herzmensh

FIERAS

¿Se avergüenza el león de sí mismo mientras camina por la sabana? ¿Rapa su pelo para ser menos vistoso? ¿Esconde sus rugidos entre disimulados suspiros?

¿Es un león consciente de sí mismo? ¿Modifica sus atributos o, simplemente, los posee y deja que éstos se muestren a través de él?

¿Por qué nos empeñamos en ser ovejas cuando, realmente, somos leones?

¿Por qué no dejamos que la fuerza que somos, encuentre su sitio en nuestro interior…

…y que la belleza y la solemnidad que nos caracteriza, dé sentido a todo lo que hay a nuestro alrededor?

Quizás no queramos molestar a los demás o nadie nos haya enseñado cómo dar dirección a la potencia que nos habita.

Si rugiera todo lo que soy, mi mundo interior temblaría tanto que cada cosa que se encuentra desplazada, encontraría de nuevo su sitio.

Soy una mujer salvaje, en las ropas ceñidas de una mujer civilizada que busca rasgarlas todas tan solo con su sentir. Que cree que el corazón es tan potente como la mayor de las estrellas y que la luz que se desprende en el interior puede iluminar ciudades enteras.

¡Qué cansada estoy de jugar a lo pequeño! De entretenerme con inertes muñecas a las que cepillo su pelo y cambio el vestido. ¡Qué cansino vivir dando vueltas en la rueda de esta pequeña casa de ratas, siendo la gran fiera que soy!

Voy a salir ahí fuera. Me voy a cazar.

conservacionfelinos-ppal

NO SOY TU CONCEPTO

shiva-shaktiSupongo que no solo somos las mujeres las que sentimos y nos expresamos, supongo que no es algo que solo me atañe a mí y quizás sea independiente de mi sexo. Si soy o no soy mujer y si el otro es o no hombre. Dicen que depende de lo que tú te consideres. Dicen que incluso hay quienes se les denomina “de género fluido” y también dirán que hay quienes no se identifican con un género.

Creo que soy de estos últimos; soy mujer y también albergo al hombre dentro de mí. Creo que soy dos y no solo una, que ambas energías conviven en mi interior y que no puedo identificarme solo con una de ellas.

Creo que por ello debiera sacar más a juego a mi lado masculino porque algo de hombre hay en mí, por no decir que soy mitad y mitad y que no explorar mi masculinidad sería como tener a la mitad de mi jardín muerto y seco; como dejar a una parte de mi ser a un lado, como ignorar parte de mi potencial.

Y me veo aquí escribiendo, reflexiva, pensativa, creadora y creativa; y quiero ignorar las invitaciones sociales a creer que la mujer no crea y solo copia, que la mujer no genera y solo repite; que carece de carisma, de dones y regalos y que no tiene la capacidad para obrar y hacer arte. Porque si la mujer es un ser incapaz de traer Belleza y cosas innovadoras a este mundo, entonces tendría que quitarme el calificativo de mujer y eso no es, precisamente, lo que quiero.

Y quizás eso es lo que haya ocurrido que, con el paso de los años, el concepto de mujer ha ido cargándose de connotaciones aburridas, asépticas, insulsas… Que se nos consideró por mucho tiempo como inválidas y así fue como nosotras interiorizamos las características de ser mujer. Y tu abuela, tu bisabuela y todo tu linaje tuvieron que vivirlo de lleno hasta que llega el día en que tú te planteas si, realmente, eres mujer y te das cuenta que, quizás, ese concepto que ellas crearon a base de lo que les contaron, a ti no te plazca, contigo no vaya, en ti no se adapte.

Y entonces te ves obligada a rehacer un concepto, a rehacer una idea, a reencontrarte con la palabra mujer y con tu cuerpo. A intentar entender si aquellas características arcaicas que se le asignaron al cuerpo femenino realmente encajan con tu figura y a determinar si tú, efectivamente, eres esa mujer de la que te hablaron o eres algo nuevo que absolutamente nadie te mostró.

Te descubres inteligente, llena de belleza y amor, completamente capacitada para desarrollar nuevas ideas e incluso con las herramientas para generar cambios en el mundo. La fuerza toma cuerpo en tus manos y tus piernas quieren correr y hacerse grandes y poderosas. Quieres gritar y lo haces y tu pelo se vuelve libre y alocado, a la vez que tu útero se ensancha y sangras por toda esa vida que ya llegó y por la vida que tú misma eres.

Y, entonces, lloras y te derrumbas, hueles el perfume de una flor y te embriaga, y disfrutas y juegas y bailas y junto a tus cantos aparecen los cantos de la naturaleza, la esencia de aquella flor, la belleza de una idea, la potencia de tu voz.

Y te redescubres y te sales de un insulso y absurdo concepto y no buscas la etiqueta que te defina en la sociedad porque no todas las mujeres ni los hombres con los que te comunicas decidieron reconocerse ni emprender un viaje hacia sí mismos.

Por eso ya no buscas la etiqueta, ni el nombrarte de una manera ni de otra porque, de alguna manera, sabes que aquellos seres con los que te relacionas bien y te dan placer y consuelo son aquellos que también dejaron de darse nombres, de meterse en categorías, de encasquetarse un traje inadaptado para la presente ocasión.

VIOLENCIA «MACHISTA» – VIDEOBLOG

¿Es el hombre el que quiere ejercer su poder agrediendo a la mujer? ¿O estos hechos de lo que llamamos «violencia machista» son sólo un reflejo del conflicto interno que hay en cada uno de nosotros? Expongo en este primer videoblog, como una sociedad que solo valora y educa en el lado masculino de la existencia (lado YANG – acción, resultados, ciencia, luz, vida, exterior) e ignora su lado femenino (lado YIN – pasividad, espiritualidad, oscuridad, muerte, introspección) está provocando un conflicto en el interior de las personas y, por tanto, en las relaciones entre ellas; especialmente, entre hombres y mujeres.

CERCANOS

Conocí una vez a un hombre que tenía tanto miedo de ser amado que mandó construir una gran fortaleza a su alrededor utilizando toda la fortuna y el poder que había acumulado.

Sus súbditos trabajaron duro, día y noche, elevando dicho muro que separaría a este hombre de cualquier indicio que a él le indicara que era un ser amado.

Una vez finalizado su anhelado proyecto, el hombre decidió entrar dentro de su nuevo hogar, creyendo estar, finalmente, a salvo de reconocerse querido y admirado. Sin embargo, descubrió que el sonido podía viajar y que éste se colaba a través de sus ventanas.

Asustado por creer que alguna palabra de amor podría alcanzarle, decidió habilitar en su nuevo reino la más alta tecnología que le permitiría sentirse sonoramente aislado del resto del Universo.

Ahora sí, protegido, solo y desnudo ante la NADA que había en su reino; podía relajarse tranquilo. Sabía que nadie irrumpiría con una palabra de amor, que nadie le mostraría con sus ojos el valor de los suyos propios, que nadie haría temblar a su corazón acorazado por su propia agonía de sentirse valioso y validado.

Este hombre vivió feliz -así era lo que él denominaba felicidad- lejos de cualquier carantoña, arrumaco, caricia, palabra bella o corazón amigo que se le podría haber acercado.

Y este hombre sigue así: asustado, vacío y separado. Así que si le echas de menos o le estás buscando, recuerda que no será con AMOR la manera óptima de alcanzarlo. Mejor dile que le odias, que no le necesitas, que es un bastardo… así, PUEDE que él dé un paso hacia esa cercanía y ese agradable calor que se desprende estando a tu lado.

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* Que este texto no sirva como guía sino como reflexión

* Ilustración de Pawel Kuczynski

ESPADA Y ARMADURA

Miraba los músculos de Pablo que daban forma a su camiseta, olía el perfume caro de Pedro mientras paseaba por la peluquería, escuchaba la presencia de Paco tras la pantalla del ordenador y soñaba con la esperada visita de Pascual a mi casa.

Sin embargo, ninguno de estos hombres podía acabar de unir el puente que estoy creando entre la cabeza y mi corazón. Decididamente, no sé si comencé andando este camino desde mi mente o desde la emoción, pero sé que me encuentro en medio, tratando de casar dos piezas: una mental y otra emocional. Espero que llegue ese momento en que, usando mis dos manos, sepa unir estas dos partes energéticamente cargadas que han parecido repelerse hasta el momento presente.

La cualidad del amor que vive en mi interior es sana. Solo quiere que relaje a todo mi ser dentro del cuerpo mismo. Me invita a sentir mis respiraciones, a recibir aire puro en mis pulmones, a llenar mi estómago de comida amiga de la salud, a poner mis pies descalzos sobre suelo mojado. Esta cualidad me lleva a quererme, a cuidarme, a adorarme. Busca que, desde el simple ser, y con la bella mirada que trasciende el espacio físico de mis ojos, transmita todo el amor que vive en este planeta y que nos rodea haciéndonos sentir vivos sin nosotros saberlo.

La cualidad del miedo que vive en mi interior me dice que todo es peligroso. No quiere que me muestre, teme que me relacione, protege con ojos detectives mi cuerpo y, en especial, mis pechos y mis órganos sexuales.

Siento que la mujer no es conocedora del traje que lleva. No sabemos hasta qué punto se nos ha denigrado y se nos sigue denigrando. Porque no conocemos este dolor, no llegamos a sentirlo conscientemente. Y, por ese motivo, vivimos sumidas en un personaje que poco deja ver nuestra esencia real y creadora.

Hace tiempo estoy embarcada en un viaje de autoconocimiento acerca de lo que supone ser mujer. He encontrado amor, cariño, pasión, seducción, compasión y ternura… también he encontrado tan altas dosis de rencor y rabia que podría haber ardido el planeta entero. Los hombres han hecho mucho daño a la mujer, esto es así. Desde la ignorancia, desde el miedo, desde la vergüenza, desde sus propias paranoias y su propio malestar; pero es un hecho que la violencia física, emocional y espiritual que ha recibido la mujer ha sido mayoritariamente a manos de los hombres.

He leído bastante acerca de los orígenes de este querer acabar con la esencia femenina y todavía no lo llego a captar. El humano siente, a día de hoy, vergüenza de su vulnerabilidad, y supongo que el lado femenino de la existencia es lo que nos recuerda este hecho. Apartamos las emociones, dejamos a un lado los sentimientos, no queremos lágrimas sino acciones, no nos basta con ser sino que tenemos que hacer, no queremos religión sino ciencia, no queremos nada etéreo sino cosas en concreto. Queremos ser más y más, y poder tocar ese éxito con las manos, olerlo con nuestro olfato, gritarlo, poseerlo, celebrarlo.

Nos duele nuestra condición humana, queremos traspasarla y ser invulnerables pero esto nunca va a ser así. Somos bellas criaturas perecederas que un día marcharán dejando un sin fin de aportaciones amorosas en la gente que continúe en la Tierra. Pero sólo con esto no nos basta…

Sí, mi mente “quiere más” y me dice que “nada es suficiente”. El miedo me da una armadura y una espada para defenderme de cualquier ladrón que quiera hacerse con mi corazón. Pero yo puedo escucharme desde dentro, y aunque luche cual salvaje en esta jungla de la vida, sé que la cualidad interior nada tiene que ver con aquello que muestro en esos momentos en que siento llegar esos ataques históricamente anunciados.

Sé que el camino para cualquier unión es el del perdón pero no podré llegar a él hasta que no entienda qué es exactamente lo que debe ser perdonado. Y, lo mismo es para ti, mi querido amigo, enemigo y venerable compañero.

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 Ilustración propia

ATARDECER

Cada mañana, la Tierra -representando a lo femenino- da a Luz al Sol -que representa a lo masculino. Él, sin mirar hacia atrás, parte hasta llegar a lo más alto del Cielo. Al caer la tarde, la Tierra se abre de nuevo para recibir al Sol dentro de Ella.

Es en este justo momento, cuando contemplas como el Sol se funde con todo su calor en las frescas aguas de la Tierra,  que tú puedes sentir en tu interior el placer intrínseco de tal inevitable Unión.

Así, la humanidad es recordada cada atardecer lo natural que es entregarse en confianza a la plena unión con el otro. Este es el regalo de recibir como Mujer, este es el regalo de ser recibido como Hombre.

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