Masculinidad y machismo no representan lo mismo

Cuando hablamos del machismo y de lo mucho que ha aplastado la soberanía, el disfrute y el poder de la mujer; olvidamos hablar de lo mucho que el patriarcado aplasta la soberanía, el disfrute y el poder de los hombres.

Suena fatal. Lo entiendo. Muchas y muchos pensaréis que es absurdo lo que escribo. Que las mujeres somos las más afectadas. Sí, lo somos. Y a un nivel muy obvio y brutal. Cuanto menos desarrollado el país y menos abierta de mente es la cultura, más aberraciones se cometen en contra de la mujer. Pero, ¿por qué se hacen?

Porque nuestra sociedad detesta lo femenino (lo vulnerable, intuitivo, el ser) y adora lo masculino (el hacer, la fuerza externa, los resultados). Y prohíbe, especialmente a los hombres, estar en contacto con su lado femenino.

Un hombre castrado de su propia feminidad, no puede ser otra cosa más que violento. Un hombre hermético, que no llora ni siente, ni abraza, ni canta, ni juega, ni mima… no puede ser otra cosa más que violento. Un hombre al que acallaron su deseo creativo, instintivo e intuitivo, no puede ser más que violento. Las mujeres representamos, a nivel externo y dual, todas esas cualidades que a los hombres se les ha reprimido desde siempre: la vulnerabilidad, la emocionalidad, la dulzura, la intuición, la ternura, el juego, el cuidado, …

Una sociedad que castra e impide al hombre estar en contacto con su lado femenino y expresarlo; crea hombres falsamente fuertes y, por tanto, altamente agresivos.

Esta violencia del hombre puede expresarse hacia fuera e ir dirigida a la mujer que, como digo, representa todas aquellas cualidades de la que el hombre fue castrado.

Si el hombre es consciente del dolor que causa el machismo y asocia el machismo con ser masculino, entonces dirigirá su violencia hacia su interior y arremeterá contra sí mismo y sus cualidades masculinas. Buscará ahogar cualquier brote de masculinidad, perdiendo forma, estructura, capacidad de autoliderazgo y confianza en sí mismo.

En las mujeres ocurre igual.

Es como si dentro de nosotros habitara un hombre y una mujer, una parte masculina y otra parte femenina. Tenemos por un lado, una parte intuitiva, emocional, conectada con el todo, dulce y tierna; así como también tenemos un lado más estructurado, al que le gusta liderar, dirigir, dar forma a las ideas y ponerlas en práctica en este mundo.

Si asociamos la masculinidad con el machismo, si asociamos ser hombre con el machismo; los hombres ahogan a sus hombres interiores y nosotras también. Arremetemos no solo en contra de todo hombre exterior y/o sus cualidades masculinas; sino que también nos desconectamos de nuestra masculinidad, es decir, de nuestra capacidad para expresar, liderar, defender y dar forma a aquello en lo que creemos.

Me gusta entender sobre estas cualidades femeninas y masculinas que habitan en nuestro interior. La mitología india me fascina porque detalla mucho sobre cómo se relacionan ambos polos dentro de nosotros. Pero más allá de la mitología y de mis propias indagaciones, me es difícil encontrar autores que abracen ambos polos y vayan más allá de una dualidad que condena a la mujer a sentirse superior o inferior al hombre.

Encontré este libro este verano y ya lo estoy acabando. La portada y el título pueden llevar a engaño y temía que iba a ser un canto a lo genial que somos nosotras y el daño que nos hacen ellos. Pero no, es un libro que te explica como el machismo más peligroso no es el que vive fuera sino el que vive dentro de nuestras mentes. Ayuda a recalibrar esa voz que llevamos dentro las mujeres de todo lo que no podemos hacer o debemos hacer sólo por el hecho de ser mujeres.

Queremos levantar la voz y alzarnos bien alto, queremos tener corazón abierto y expresarnos y abrirnos al mundo. Entonces, ¡qué necesario es que hablemos un poco con esa voz interior que nos dice que no podemos!

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Recomiendo:
“El patriarca interior” de Sidra Stone

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Hombres, ¡despertad!

Confundidas estamos si creemos que esta guerra vamos a ganarla solas. La violencia machista no es una guerra entre hombres y mujeres; o, por lo menos, no debería serlo. La violencia machista debería trazar una línea clara entre quienes defienden y practican cualquier tipo de violencia y aquellos que lo que buscan es el respeto y la armonía entre cualquier ser humano.

Salimos a la calle a protestar, decimos “BASTA YA”, pegamos en nuestros muros de redes sociales noticias que nos indignan sobre cómo algunos hombres nos cosifican o nos indignamos públicamente expresando total repudio por aquellos que nos violan, nos agreden o nos matan. Nos indignamos, sí. Nos enfadamos, también. Estamos ya cansadas, ¿de qué va todo esto? Parece mentira que estemos en pleno siglo XXI viviendo en una sociedad, dicen, “avanzada”.

¿Avanzada para qué? ¿Dónde están los valores? ¿Y el respeto a la mujer?

¿Cómo puede ser que se silencie tanto un maltrato habitual y diario? ¿Dónde está la consciencia y la responsabilidad de todos los hombres? ¿Cuándo van a salir ahí fuera y se van a pronunciar? ¿Cuándo van a decirle a su amigo que no le hacen gracia sus bromas machistas? ¿Cuándo van a entender que no valen más por ejercer su poder sobre personas más vulnerables?

Decía el investigador Michael Kaufman en una conferencia que dio en Bilbao que la mayoría de los hombres ni golpea ni agrede sexualmente a las mujeres pero permanece en silencio ante esa violencia y con su actitud permite que esas situaciones continúen. También decía que el primer paso es replantearse qué significa ser un hombre ya que las expectativas de masculinidad que la sociedad plantea para ellos (ser siempre líder, fuerte, valiente, no llorar, no sentir emociones…) son imposibles de cumplir.

Entiendo que lo que ocurre es que ante la frustración y la inseguridad que genera el no poder llegar a ser el tipo de hombre poderoso que la sociedad plantea; y ante la falta de herramientas de gestión emocional, los hombres violentos deciden descargar su furia con las que ellos sienten que son menos poderosas.

También entiendo que es responsabilidad de todos redefinir el modelo de masculinidad. Responsabilidad de madres, padres y educadores con respecto a los niños; responsabilidad de las mujeres con respecto a nuestras parejas y, definitivamente, responsabilidad de todo hombre adulto, capaz de pensar y de sentir solidaridad con las mujeres que, como colectivo, nos sentimos agredidas y amenazadas.

Tengo la sensación de que debemos dejar ya de protestar contra aquellos que nos presionan, suprimen y vejan; y dirigir nuestra mirada al compañero de al lado: a nuestra pareja, nuestro hermano, nuestro padre, amigos, compañeros de trabajo, conciudadanos… dirigir la mirada a esos hombres buenos pero callados. Mirarles a los ojos, con claridad y presencia, y pedidles que DESPIERTEN, que HABLEN, que nos AYUDEN y que, junto a nosotras, también participen en nuestra LUCHA. ¿Cómo?

  • Mirándose adentro.
  • Comprendiendo y gestionando las propias heridas emocionales.
  • Revisando el modelo de masculinidad.
  • Entendiendo de dónde vienen las expectativas de sí mismo y de dónde viene su concepto de mujer.
  • Reconciliándose con la madre, con el padre, con la sociedad que le impuso un ideal imposible.
  • Reconciliándose con la mujer.
  • Aceptándose vulnerable.
  • Mostrándose humilde.
  • Siendo valiente para exponer lo que le duele.
  • Buscando apoyo en otros hombres parecidos a él.
  • Callando a aquellos que comparten bromas machistas o mandan imágenes por el whatsapp que cosifican a las mujeres.
  • Interviniendo si un hombre avergüenza verbal o físicamente a una mujer.
  • Dejándose ver.
  • Sabiéndose maravilloso, importante y necesario.
  • Defendiendo públicamente el respeto mutuo entre mujeres y hombres.
  • Verbalizando públicamente su rechazo a la masculinidad tóxica que impregna nuestro día a día.

No me atrevería a dar estos “consejos” si yo misma no me estuviera haciendo cargo de redefinir los conceptos de masculinidad y feminidad en mi propia vida. Pero, como decía al comienzo de este artículo, solas no podemos; o, lo que es lo mismo:

HOMBRES, ¡DESPERTAD!
OS NECESITAMOS

Hombres, os necesitamos

Hombres, ¿amor u odio?

Todo comenzó hace cuatro años. Estaba sentada en uno de mis restaurantes preferidos de Rishikesh, sobre aquella alfombra en el suelo y apoyada en una gran ventana que me dejaba ver y respirar al río Ganges y a sus montañas colindantes.

Hacía un mes que estaba saliendo con Él, me sentía enamorada o, por lo menos, cuando iba de su mano tenía la sensación de ir caminando sobre las nubes y de que todo era mágico alrededor. No sé si eso era enamoramiento o no.

Sin embargo, aquel día, cuando apareció en el restaurante y le vi acercarse hacia mí sentí miedo en mi interior, como un poco de flojera en las piernas.

Aquellos días meditaba una o dos horas al día y podía observarme bastante bien, no se me escapaban sensaciones como aquella. ¿Qué pasaba? ¿Qué era ese miedo interno? Él estaba igual que siempre y se acercaba hacia mí con una sonrisa, ¿qué temía yo? ¿Qué había de nuevo ahí?

Me di cuenta poco después que no había nada nuevo en aquella situación que pudiera provocarme miedo sino que el miedo a los hombres había sido algo inherente en mi vida de lo que nunca antes me había percatado.

¿Por qué? ¿Por qué miedo a los hombres?

Investigué mi árbol genealógico, qué había ocurrido entre hombres y mujeres antes que yo y… sí, no tuve que alejarme mucho en mis antepasados para encontrar numerosos eventos en los que las mujeres habían sido agredidas y suspendidas tanto física como emocionalmente, por hombres.

Parecía que, a través de mi linaje, viajaba mucho miedo, escepticismo, tensión, nerviosismo, con respecto al sexo opuesto. Y descubrí que este miedo, esta desconfianza, esta agonía de no sentirse plena y segura junto a un hombre, no solo viajaba por mi linaje sino por el linaje de muchas mujeres de mi alrededor.

A través de muchas meditaciones individuales y grupales, y a través de ciertas experiencias que tuve la suerte de vivir junto a un hombre consciente y herido como yo, pude ver que esa herida hombre-mujer nos tocaba muy de cerca a todos.

Por un lado, en la mujer, había un dolor muy profundo por haberse sentido violada y anulada. Un dolor personal que, aunque no consiguiera despertarse en todas las mujeres, vivía latente en el interior de cada una de ellas. Además, este dolor iba acompañado de rabia y de deseos de venganza que operaban a modo de juegos psicológicos y chantajes por parte de la mujer hacia el hombre para intentar hacerle pagar por el dolor que éste le había causado en el pasado –un pasado personal, familiar o, simplemente, colectivo.

Otras mujeres, directamente, decidían separarse de ellos; no dejarse amar, no dejarse ser tocadas; o, incluso, en el lado opuesto y dentro de su total inconsciencia, decidían jugar al juego de la sumisión perpetuando la herida del patriarcado.

Por su parte, en los hombres, encontré dos tipos. También estaban los hombres inconscientes, aquellos que seguían perpetuando la herida y seguían utilizando su poder de manera violenta y denigrante con respecto a la mujer. El otro grupo, eran aquellos conectados con sus emociones y su feminidad.

En este segundo grupo, encontré hombres avergonzados de su poder; sentían que algo malo debía haber en ellos. En una de las meditaciones que hice con uno de estos hombres, me comentó que no conseguía sentir su verdadera fuerza y su masculinidad por varios motivos. Uno era porque se avergonzaba de ella, de alguna manera –por su linaje y por las relaciones de violencia provocadas por hombres en el planeta- creía, muy en el fondo de sí mismo, que ser hombre era algo vergonzoso, que el poder que había en él era destructivo y letal. Además de sentirse avergonzado, sentía cierto miedo hacia su propio poder, “¿y si hago algo malo?”

Después de mucho aprendizaje en todo esto que os cuento en el post, me volví a reunir con aquel hombre de aquel restaurante en Rishikesh. Estábamos llorando, en contacto con la herida. De manera intuitiva, nos dimos un abrazo en el que él me pedía perdón a mí- era un perdón que no se correspondía con ninguna acción específica, solo respondía a una necesidad general de disculparse. En este caso, ni él era él, ni yo era yo. Él representaba al Hombre y yo a la Mujer. Y aquel Hombre agachó la cabeza ante mí, ante la Mujer que soy, pidiendo perdón.

Pasó algún tiempo hasta que yo me di cuenta de cuantísimo daño le había hecho yo también a los hombres. Desde mi miedo, desde la rabia que corría por mis venas, desde el deseo de venganza y el dolor por sentirme anulada e invisible como mujer; vi como había jugado con ellos, como les había privado de darme su amor, como siempre les había puesto en duda… Y, entonces, yo también agaché la cabeza y pedí perdón.

El momento fundamental cuando decidí adentrarme en el conocimiento de la relación mujer-hombre que os cuento, fue cuando tuve sobrinos y cuando comencé a relacionarme con niños varones. Me dije: “Yo tengo que cambiar esta concepción que tengo de los hombres, si estos niños se van a convertir en Hombres, quiero que sepan y sientan a través de mí la grandeza de su masculinidad y que, por ningún motivo, se avergüencen o sientan miedo de ella”.

Comencé toda esta experimentación, esta observación, este estudio hace cuatro años y hoy puedo decir que estoy LIBRE. Lo sé, lo siento y lo percibo a mi alrededor.

Ni juego, ni manipulo, ni me retiro del campo de batalla cuando el amor llega –bueno, esto último, casi casi… Pero sí puedo decir que mi concepto de Hombre es uno nuevo totalmente. He conocido los suficientes hombres bondadosos, amables, fuertes, bellos, de buen corazón… como para que ese concepto haya cambiado en mí.

Ya no temo la fuerza de un hombre. Ahora, la fuerza masculina me resulta algo que admirar. Y es por ello, que yo también busco encarnarla.

Ya no les temo. Los malos son los menos.

Pero he de decir, que estas heridas de las que hablo son muchísimo más comunes de lo que parecen. Y que es importante que hagamos las paces con los hombres que nos rodean.

A vosotras mujeres, si os sentís nerviosas o inseguras cuando estáis junto a un hombre pacífico o no conseguís mostraos en toda vuestra grandeza con tranquilidad, debéis saber que esto no es lo normal. Buscad la herida, sentirla y sanarla.

A vosotros hombres; si sentís que no podéis hacer uso de vuestra fuerza masculina, rugir y gritar como un guerrero, observad el por qué. Puede que esté operando cierta desconfianza a vuestro lado masculino.

La energía femenina ha sido abusada y la energía masculina se encargó de ello. Pero todos hemos puesto nuestro granito de arena para que esta violenta historia continúe.

Así que cambiemos ya ese rol que nos hemos adjudicado:

Las mujeres perdonemos y, también, pidamos perdón por ese mal encubierto que podamos haberle hecho a ellos como causa de nuestra propia rabia e impotencia.

Y aquellos hombres sanos, bellos y buenos; por favor, ALZAD LA VOZ. Y retomad toda vuestra fuerza. Porque os necesitamos. Os necesitamos más que nunca.

Con amor,

Sandra

Anne-Hoffmann-annehoffmannherzmenschfotografie-Josephine-Binder-stillerebellin-2Fotografía de Anne Hoffmann Herzmensh