SOMOS HUMANOS

Han sido dos semanas muy duras para mí. Los que me conocen han podido observar algún que otro indicio en el exterior de la carcasa de mi persona aunque, en realidad, la fiesta emocional se ha dado dentro de mi cuerpo en un profundo y doloroso acto de no querer compartir algo que sentía que otros calificarían como incomprensible.

También es cierto que, en este caso, aunque otros hubieran comprendido lo que me estaba sucediendo; sentía que su comprensión tampoco hubiera aliviado en lo más mínimo mi experiencia de dolor.

Sentí, por primera vez en mi vida, que había hecho daño a alguien. Sentí, a corazón abierto, que podía haber herido los sentimientos de un niño pequeño al que siempre he querido con adoración.

Puede que penséis que he debido de vivir muy ciega si esta es la primera vez en mi vida que veo que he podido herir a alguien. Y sí, estoy segura de haber pasado páginas del libro de mi vida con los ojos cerrados, y ya comienzo a entender el motivo de este comportamiento.

Resulta que yo- y creo que muchos de nosotros- cuando nos equivocamos y herimos a los demás; en especial, a aquellos que jamás quisiéramos herir, cerramos los ojos o buscamos excusas que justifiquen nuestros actos:

Lo he hecho lo mejor que he podido”- nos decimos queriendo expiar esa culpa que nace inevitablemente de nuestro interior o “lo has hecho cómo mejor has sabido, ¿qué ibas a hacer si no?” – nos dicen nuestros amigos para tranquilizarnos.

Y me he dado cuenta que esto es lo habitual: buscar el motivo por el que actuamos de la manera en que lo hicimos y pasar a la escena siguiente dejando atrás nuestro tropiezo como si nada.

Pero, ¿y que pasaría si por un momento uno dejara de usar todas esas justificaciones? ¿Qué pasaría si uno fuera capaz de ver que con su comportamiento humano, en muchas ocasiones, hiere deliberada o no deliberadamente a otros seres humanos? ¿Qué sucedería si aceptáramos que erramos, que muchas veces nuestros actos hieren a otros que no esperan ser heridos? ¿Y si en ese momento no buscáramos una frase interna o externa para aliviar el dolor? ¿Y si nos quedáramos en la emoción que se experimenta al sentir que es uno mismo el que ataca?

Estas semanas he estado reflexionando y pensando que puede que, sin quererlo, no haya actuado bien, que puedo haber herido a otros y que no he de buscar consolaciones. Si no he sabido hacerlo, si he herido, si he hecho daño: quiero saberlo. Y quiero aceptarlo.

Eso sí, ahora que comienzo a destapar mi propio pastel, la pregunta que surge es la siguiente:

“¿Sabré perdonarme a mí misma?

A raíz de todo este hervidero emocional y en la búsqueda de la respuesta a mi pregunta, publiqué el otro día aquello sobre los padres, las madres y los educadores en general. Algunos de nosotros –los más perfeccionistas- vivimos con tanto miedo a equivocarnos y a hacerles daño de manera involuntaria a los más pequeños, que nuestro propio temblor e inseguridad nos incapacita para atenderles de una manera tranquila, segura y sosegada.

Por ello, creo que es necesario que todos aceptemos que erramos y que nos perdonemos cada vez que consideremos que debamos hacerlo. Y que este acto de autoperdón se repita tanto que llegue un momento en el que no haga falta perdonarse por nada. Así, cuando creamos que nos hemos equivocado, no hará falta cerrar los ojos y pasar página o sentirse mal, sino que con los ojos abiertos podremos respirar el hecho con total paz y tranquilidad.

Como bien decía el otro día, si aceptamos con naturalidad que, en ocasiones, cometeremos lo que nuestra mente denomina errores con los más pequeños; podremos estar más presentes para los niños y darles toda la atención y comprensión que nace de alguien que se sabe HUMANO.

EMOCIONARTE – El Manual

Cuando éramos niños, moldeamos nuestro comportamiento de manera inconsciente y lo pusimos al servicio de las expectativas sociales en función de los gustos y las apetencias de los adultos que nos rodeaban con el objetivo de ganar su apoyo, su cariño y su protección. En muchas ocasiones, estos gustos y apetencias del mundo adulto venían condicionados por juicios y una alta represión a lo que ellos consideraban como inadecuado e inadmisible. Eso hizo que quedáramos desconectados de muchas partes de nuestro ser y las ocultáramos al mundo exterior. Al creer que teníamos que negar parte de lo que éramos para poder encajar, nos hemos desarrollado con miedos y alejados del conocimiento de nuestro ser completo y real. Así, hemos estado semi-viviendo, en lugar de estar llevando una vida en plenitud donde nos amamos, aceptamos y nos mostramos tal cual somos.

Por todo ello, creo necesario que el ser humano se reencuentre con todo aquello que ocultó una vez y quedó en la sombra. Porque una vez nos conocemos al completo y comenzamos a amar todo aquello que somos y a entregárselo al mundo, empezamos a ver la magia en la que se da la vida.

He redactado, con todo mi cariño, un manual sobre cómo dar luz a todos los aspectos que quisimos dejar en el olvido. Todas las técnicas que propongo están basadas en el uso del arte: la escritura, la pintura, el baile y el canto. Comprobarás que son muy sencillas y que tienen como principal objetivo que establezcas mayores espacios de intimidad contigo mismo y disfrutes de tu propio proceso de autoconocimiento.

Este manual que te ofrezco es una guía para transformar tus emociones en ARTE. Somos seres creativos y creadores, así que ponte en funcionamiento y comienza a explorar ese terreno puro, virgen y poco transitado que tanto tiene para ofrecerte.

Descarga el manual (pdf) haciendo click aquí o en la imagen inferior:

EMOCIONARTE_ EL MANUAL

EMOCIONARTE_El Manual

MI PEQUEÑA YO

Esto de escribir a contracorriente y con música en español sonando desde mi reproductor de audio, no es habitual para mí. Pero me esperas en la puerta de una iglesia a pocos kilómetros de aquí para irnos a pasar la mañana en la playa y no quiero que se me haga tarde. Tampoco quiero llevar equipaje de más y, como veo que me he despertado con muchas palabras, he decidido teclearlas en este ordenador haciendo que formen frases.

Todos tenemos una “pequeña yo” viviendo en nuestro interior y más nos vale conocerla si no queremos que nuestra vida se vuelva del color del babero de un bebé que intenta comer con sus manos espaguetis con tomate, puré de espinacas y yogurt de limón a la vez. Que no está mal que nuestra vida tenga color y mucho, pero también es bonito poder decidir cómo queremos que se dispongan las manchas, cuántas y cuándo.

Por eso digo que hay que conocerse. Hay que echarse una mirada e inclinar nuestra cabeza al interior de nuestro cuerpo no hueco y mirar a esa pequeñita que nos reclama atención con rabia, ternura y lágrimas en los ojos. Necesitamos saber qué quiere, qué necesidades se le quedaron sin cubrir cuando su edad temprana imaginaria se correspondía con su edad real y qué nos pide a nosotras ahora que somos mayores y adultas.

Mi niña pequeña interior lleva un megáfono que pide atención y, a veces, necesito taparme los oídos para dejar de escucharla. La verdad que es tarea imposible ignorarla o hacer caso omiso de sus necesidades. Me pregunto cómo lo harían mis padres para que no me sintiera decepcionada a cada momento, si es que, en aquella época, pedía tanto como esta pequeñita exige ahora.

Y es que lo cierto es que esa pequeñita interior- es decir yo- exige mucho. No quiere una golosina de la tienda de chuches sino que las quiere todas. No le basta con ver una peli de Disney sino que le tengo que asegurar que luego vendrán muchas más. No le vale con su plato de pasta favorito sino se lo doy yo con plena entrega y disposición. No le vale nada, vaya. La tengo siempre insatisfecha y, la verdad, que he de decir que es muy cansado sentirla siempre tan descontenta y verla comportarse de una manera tan ingrata.

Voy como una loca intentando complacerla pero no doy abasto. Simplemente, llora y se queja; y, a veces, la verdad, me parece un poco autoritaria y demagoga. Parece que todo lo que le doy va a caer siempre en un pozo sin fondo en el que no hay un mínimo retorno ni una pequeña respuesta en forma de halago, carantoña complacida o gesto de gratitud.

Por eso digo que hay que conocerse. Porque creo que el tamaño de mi boca es más grande que el Everest y, por mucho que me den, me acabarán pareciendo siempre pequeños bocados insignificantes.

Hay verdades que duelen y no me gusta reconocer que soy así. Al final pido tanto que no veo los pequeños detalles, estoy tanto en el “que vendrá después” que me pierdo lo que estoy recibiendo ahora, tengo tanto miedo de que las cosas acaben que olvido que ahora mismo sí están ocurriendo. ¡Cuánto daría por vivir consciente en el eterno y abundante presente que nunca acaba!

¡Vaya! El tiempo se agota y tú pronto estarás en la puerta de la iglesia esperándome para irnos a pasar la mañana en la playa. Debo incorporarme y alejarme de este ordenador si no quiero llegar tarde. Voy algo más ligera de equipaje verbal. Y, además, un poquito más consciente de las necesidades de mi pequeña yo… que, la verdad, es mucho más dulce de lo que os la he presentado y bastante sensible. Creo que, a partir de ahora, la voy a escuchar mucho más, aunque a veces le incomode a mi “yo adulta” no entender los complejos abismos que puede sufrir un niñ@ pequeñ@.

SIN «S» DE SABIDURÍA

Captura de pantalla 2015-08-04 a la(s) 15.16.22Me estás presionando. Pones tu pie sobre mi cabeza y aprietas fuerte para que note los huesos del cráneo crujirse contra el suelo. A penas te veo desde el rabillo de mis ojos y noto como la saliva supura por mi desencajada boca. Como polvo mientras tú te elevas entre los altos cielos, caigo en lo hondo a la vez que te proclamas rey de aquello que no puede ser comprado, intercambiado ni vendido. Le pones precio a mi alma y etiquetas la bella gracia de mis movimientos. Me encadenas a la fama de quererme sentir valorada, me llamas y me entrelazas entre juegos y tramas.

Te ríes mientras me pierdo confundida entre las pistas que me dejas; creyéndome yo en la certeza de estar encajando piezas. Yo reina en esta fortaleza hecha de humo, paja y quimeras; yo princesa de los mundos que navego cuando tú te alejas; yo plebeya en el patio de esta plaza vieja; esclava de tus gustos y pesadas moralejas.

Sonreiría si supiera que esa vara de acero dejará de hacerme huellas. Abriría mis ojos si no fueras a ser tú a quien viera. Confiaría en mis cerrojos si, poco a poco, sintiera que tus tentáculos van en busca de otros lagos, de otros pozos, de otros charcos fanganosos.

Permíteme sentirme viva. Y tú, sumérgete en tu propia herida. Ahógate en tu podrida filosofía de quererte creer con vida. Suéltate como carne inerte lo haría. Déjate caer en tu oscura filantropía que ya no soy esa niña camelada, cegada y confundida a la que pretendes, todavía, hacer trizas con tu xxxxxxx* sabiduría.

* monstruosa, pestilente, mugrienta, aborrecible, repugnante, detestable.

EL AMOR EN EL OPUESTO

Hoy estoy sintiendo muchas emociones de manera intensa desde que me levanté. Tuve un día ocupado así que no pude atenderlas debidamente durante el día. Ahora que es de noche, siento que hay una larga lista de espera en mi interior, esperando ser atendida.

Con mucho dolor- que siento internamente- me dispongo a trabajar y escuchar a cada una de esas emociones atentamente. Me pongo el traje de trabajo -un desnudo total- y abro la puerta para dejar pasar a la primera de ellas:

DESAZÓN

“Desazón”, así me ha dicho que se llama. Apunto su nombre en el papel de la consulta aunque, realmente, no sé que es lo que ella misma significa. Así, para empezar y entrar en calor le pregunto:

“¿Quién eres?”

“Soy la desazón – me responde- esa que, a veces, viene a visitarte pero nunca atiendes. Esa que te hace sentir que no hay salida y que no va a ver otra opción más que el camino que te desagrada.” 

La miro con curiosidad y me muestro sorprendida. Es cierto que sabía de su existencia hacía tiempo pero que nunca había llegado a notarla tan dispuesta a hablar conmigo. Esta sesión pintaba que iba a ser bastante interesante.

“Bien, desazón. Sí, es cierto que sabía de tu existencia. ¿Qué me vienes a decir?”

“En realidad, soy yo la que viene en busca de tu mirada, de tu atención, de tu escucha y tu consuelo.”

Respiro hondo, no sé qué decir.

“¿No vas a decirme nada?”.

El tono de su voz me intimida. Siento cierta vergüenza en mi interior. Es cierto que yo sabía que ella rondaba por los alrededores de mi consulta, sabía que me buscaba… y, yo, estaba bastante cabreada con lo que ella en sí representaba y, por tanto, nunca quise abrirle la puerta ni saber qué tendría ella para contarme…

“He sido cobarde, he de reconocerlo”- le dije. “Sinceramente, tu mensaje no es un mensaje que me interese. Tú siempre vas con la cabeza agachada, creyendo que no hay nada más por encontrar, que la vida no tiene sentido y que da igual hacia donde camines que todo va a ser igual. Pero es que, Desazón, vas como un alma en pena, sin rumbo fijo… ¿qué podría aprender yo de ti?”

“Como bien te decía al comienzo, soy yo la que quería saber de tu existencia, la que necesitaba un guía o una escucha, nunca te prometí ser yo la que te aportaría algo a ti… pero ya veo, claramente, tu altivez, tu hipocresía, tu avaricia y tu poca sensibilidad…”

De repente, en lugar de molestarme sus palabras, sentí un gran alivio. Últimamente, solo recibía halagos y mensajes positivos y, en realidad, podría ser que sus palabras SÍ tuvieran algo que aportarme.

“Es verdad que te he juzgado – le dije- es verdad que no quería saber nada de tu andrajosa presencia y tu negatividad pero, ahora que hablas, comienza a interesarme lo que cuentas…”

Se hizo un silencio entre nosotras dos.

“Sandra, siempre he vivido dentro de ti. ¿Por qué has hecho oídos sordos? ¿Por qué has cerrado los ojos a verme por quien yo soy? ¿No eres tú la que siempre busca que se le acepte al completo? ¿Quién quieres que te acepte si tú misma no eres capaz de ver todo lo que hay en ti?”- me dijo.

“No es de buen gusto saber que una tiene una parte oscura, desgastada y roída… eso debes saberlo…”– le respondí yo.

“Sí, ese es el papel que me ha tocado a mí pero… ¿te has planteado que puedes estar perdiéndote por no tenerme en consideración?”

“Si te digo la verdad, no se me ocurre nada que una parte tan miserable como la que tú supones en mi interior, tenga algo que aportarme….”- le dije con total sinceridad y apertura.

“PIENSA”.

“A ver, es verdad que sé que he atraído en mi vida a muchas personas en las que TÚ estás bien presente. Gente desanimada, depresiva, con pocas ganas de ver más allá, sin pasión ni interés por la vida… Sé, también, que la vida te pone delante a aquellas personas con características similares a las que uno mismo no puede ver en su interior… Sé que la vida quiere que sepa que yo SOY una persona COMPLETA y pone fuera de mí todo lo que no consigo ver dentro…”

“Así es…”– me reafirmó la emoción.

“Pero, aún así, no se me ocurre que puedes tener tú de bueno…”– le dije con aires dubitativos.

“Quizás, ese sea el principal problema, que intentes ver en mí un ápice de bondad…”

“Tiene que serlo, tiene que haber en ti algo bueno. Eso es lo que yo pienso, mi modelo mental de este Universo es que no hay nada en él que no tenga una utilidad…”

“¿Es para ti BONDAD igual a UTILIDAD?”- recalcó de manera muy aguda.

“Puede” – le dije.

“¿Y qué es para ti la utilidad?”

“Aquello que me enseña ALGO”.

“Bien, entonces yo soy buena si aporto y te enseño algo en tu vida, ¿no?”.

“Sí, así es”.

“¿Y qué crees que he venido a enseñarte?”.

“La realidad es que veo que lo único que tienes para aportarme es mostrarme la otra cara de la moneda. Es decir, sabiendo que existes tú, sé que también existe el lado opuesto. Ese lado en el que uno vive de buen agrado, encontrando diferentes caminos en su vida, dispuesto a comerse el mundo y saborear con gracia cada una de sus experiencias… Ese estado de corazón contento y cuerpo preparado para recibir en completa apertura y disponibilidad…” 

Me quedé pensando sobre las palabras que acababa de decirle y me reafirmé diciéndole: “Mmmm, sí, ¡es así! Ya lo veo…”

Me dio las GRACIAS con un simple beso, acarició con un susurro mi oído izquierdo y desapareció en ese justo momento…

Y, aunque, como le decía a Desazón, esto puede sonar a topicazo, me doy cuenta que esto es REAL. Es decir, es real que necesito entender que soy las dos partes y que ambas dos viven en mí. No soy esa persona que se come el mundo, que ve posibilidades más allá de dónde no las hay, que exprime, descubre y redescubre su propia esencia dándole gracias a la vida a cada instante. No, no soy esa… Y lo que es verdadero también es que no soy, tampoco, ese alma en pena perdida sin rumbo, desgastada y roída por los oscuros anocheceres de la vida, sin sentido ni pulso para vivir… No soy una, no soy la otra y, sin embargo, he de reconocer que soy las dos a la vez. Que me como el mundo a la vez que lo detesto, que AMO a la vez que ignoro, que atesoro a la vez que cierro mis ojos, que escucho a la vez que evito y que me entrego a la vez que me repliego.

Soy dos, soy una; soy todo y nada a la vez. Y celebro que tú estés hecho de lo mismo. Amo las diferencias que nos unen y los reflejos que nos damos el uno al otro. Te quiero tal cual eres. Adoro tus incongruencias pues no son más que la muestra viva de las posibilidades que atesoramos en nuestro interior.

Somos opuestos y a la vez iguales. Y eso es algo que nunca espero llegar a entender. Hoy solo quiero disfrutarlo. Disfrutar aquello que es dispar pero que baila abrazándonos con UNA misma música.

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* Pintura personal que ADORO – realizada con acrílicos

JARRONES DE PORCELANA

¿Cuántos jarrones de porcelana se tienen que romper para que finalmente nadie tema volver a estar a tu lado? Como te comentaba, tantas cosas han caído de mis manos que ya comienzo a rendirme al hecho de que no hay nada en esta vida que yo posea.

Por ello, por tan bello conocimiento de que nada es mío y nada me pertenece, puedo entregarme a ti, amado mío. Porque nada es tuyo, yo no soy tuya; nada es mío, tú jamás serás mío.

Porque respeto el libre albedrío, porque consigo apreciar a los pajarillos volar sin conocer mínimamente hacia donde van a emprender su vuelo, porque el río suena y me lleva contenta de paraje en paraje… porque estoy entera y completa y, a la vez, vacía de toda posesión. Por todo ello, puedo ser yo: precisa y clara como la más diminuta e intensa de todas las expresiones.

Mi voz se hace un hueco entre las montañas, mis fluidos arrasan aquellas partículas que habían quedado un día clavadas en la tierra, mi pelo mece el viento que va entonando melodías para que los animales jueguen a esconderse entre sus susurros.

Y yo, erguida pero postrada, me rindo ante el destino. Agacho mi cabeza y apoyo mi frente sobre el suelo. Respiro, ya que es de lo poco que me queda. Y espero, para que Tú, hagas de este Paraíso en el que vivo, un lugar de tierra fértil y provechosa felicidad.

Sí, lo leí una vez en un fragmento de Tolstoi:

“He pasado por muchas vicisitudes y ahora creo haber descubierto qué se necesita para ser feliz. Una vida tranquila de reclusión en el campo, con la posibilidad de ser útil a aquellas personas a quienes es fácil hacer el bien y que no están acostumbradas a que nadie se preocupe por ellas. Después, trabajar, con la esperanza de que tal vez sirva para algo; luego el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo… En esto consiste mi idea de la felicidad. Y finalmente, por encima de todo, tenerte a ti por compañera y, quizás, tener hijos… ¿Qué más puede desear el corazón de un hombre?…”

ESCUCHAR A UN HIJO

Vinimos, todos nosotros, como almas limpias cargaditas de cosas que compartir en este mundo en el que ahora nos encontramos. Cada bebé, es un alma recién encarnada que ha sido invitada a la fiesta de la vida.

Es importante, como padres, reconocer que somos los canales por los que un nuevo ser ha llegado a este mundo. Y, es importante, conocer cuáles son nuestras responsabilidades con respecto a este nuevo ser.

En primer lugar, como papás protectores de esta nueva criatura, nos corresponden las funciones básicas de dar alimento y seguridad material a nuestro hijo. Y, todo lo demás que nos corresponde hacer con respecto a ellos es: OBSERVAR, CONFIAR Y ESCUCHAR en estado de presencia total.

Si hay algo imprescindible que tenemos que transmitir a nuestros hijos es que se encuentran en un mundo SEGURO y que, dentro de ellos mismos, se encuentran todos los recursos para desarrollarse navegando en este mundo fiel . Debemos darles el derecho a dirigirse allá a donde ellos decidan y darles la seguridad de que les estaremos acompañando amorosamente a cualquier lugar que quieran transitar.

No se debe asustar a un hijo con el hecho de que les abandonaremos emocionalmente cuando hagan algo que no nos place. Les daremos la cuna y un lugar entre nuestros  brazos al que venir a descansar, cada vez que necesiten hacer una pausa o recargarse para proseguir en su camino. No les pediremos que hagan algo que no les dicta el corazón y lloraremos en silencio si creemos que ellos mismos se están perdiendo.

Aprenderemos a distinguir entre los miedos de nuestro hijo y nuestros miedos propios. Cultivaremos la paciencia para no querer hacer por ellos lo que ya sé hacer yo. Aceptaremos sus diferencias, comprenderemos que debido a haber tenido diferentes vivencias y ser alguien diferente a mi, ellos no son el reflejo de quién yo soy.

Mis hijos no son un espejo que le va a decir a la sociedad lo bien o lo mal que lo he hecho yo como padre. Mi hijo es un ser libre al que yo educo desde mi bienestar y del que no espero que cumpla con unas características que yo ya decidí para él ni que vaya a una determinada universidad.

Dejaré que mi hijo cada día me enseñe quién es él. Me apartaré del camino lo máximo que pueda, para que él mismo pueda relacionarse con su mundo. Miraré en mi corazón para encontrar las respuestas que estoy buscando. Y nunca pediré a este bello ser que calme las ansias que él no ha provocado.

DEJARSE AMAR

Una vez, cenando en un restaurante con la persona con la que compartía mi vida en aquel momento, escuché su voz que salía directamente de su corazón: “¿Sabes qué, Sandra? Lo más importante para mí ahora en el mundo eres tú. Lo que más me gustaría ahora y en lo que me quiero enfocar es en crear un proyecto de vida juntos”.

No habían pasado unos veinte minutos, cuando con aire dudoso y receloso le pregunté: “¿Tú me quieres?”.

Ví entonces en su cara un gesto de incomprensión y desolación. “¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho hace un segundo?”, me dijo. A lo que yo respondí tímidamente: “Ah, si…. si…”

Este ejemplo que tengo grabado en mi memoria me recuerda siempre la tendencia que tengo a pensar que yo no soy digna de recibir amor de otras personas. Aquella noche, mi pareja había puesto el corazón en la mesa, pero yo ni siquiera fui capaz de atisbarlo.

Es importante saber cuando estamos en una relación con alguien que no se quiere a sí mismo o, más importante y creo que también diferente, con alguien que no concibe ser merecedor de amor por parte de los demás. Podrás construirle el Taj Mahal, cantarle una saeta cada noche, sorprenderle con tus mejores besos y cosquillas, agasajarle, adularle, adorarle… Cuando alguien no se considera como “un recipiente de amor”, no podrá apreciarlo por mucho que tú le des.

Digo que es básico saber esto, ya que se pueden perder muchas energías intentando enseñarle a alguien que es digno de amor. Siento decir que eso es algo que tiene que ver cada uno por sí mismo y no es la pareja la que tiene que encargarse de una responsabilidad que no le corresponde.

En mi caso, siento que hay mucho aprendido con la ecuación de ME QUIERES = ME NECESITAS que he mamado en casa. Otra ecuación que he vivido de cerca es ME QUIERES = TE ESTOY DANDO ALGO A CAMBIO. Así que, para mi mente es difícil entender eso de que “te quieran así porque sí”.

Estando en India fue cuando me di cuenta de esto. Los días que más niños se abalanzaban a mis brazos, eran los días que más me costaba aceptar el hecho de ser quien yo era solo por estar sintiéndome querida. Luego lo volví a ver una y otra vez y me daba cuenta que cada vez que alguien me halagaba o decía algo amoroso con respecto a mí, necesitaba “dejarlo ir” rápidamente porque sus palabras pesaban como losas dentro de mi alma.

Creo que me abruma ser importante para alguien. Y creo que es precisamente, porque creo que si me quieren es porque me van a necesitar. Me pongo con todo mi set “de trabajo” para complacer a esa otra persona que tanto me quiere, y me olvido de que su amor viene solo porque aprecia quién soy y no tanto lo que potencialmente le voy a dar.

Se me olvida que, cuando alguien me manda un beso, viene a darme un abrazo, me felicita con palabras de amor o quiere pasar tiempo a mi lado; no es porque QUIERAN ALGO DE MÍ sino porque simplemente aman lo que están viendo.

Dejarse amar tiene el objetivo de que te relajes en tu vientre siendo exactamente quien tú eres. Dejarte ser querido implica que no vayas enseguida a intentar darle algo a cambio a la otra persona solo por el hecho de que ella tenga ese sentimiento hacia ti. 

Alguna vez he caído en el error de DARLE mucho al otro, solo por no tener que soportar el dolor que siento al RECIBIR.

Recuerdo el día en que le dije a un hombre: “Perdona, hasta ahora te he hecho sentir que eras tú el que no sabía quererme. Pero, ahora me doy cuenta, que no eres tú el incapacitado para querer sino que yo tengo miles de muros para que tú puedas llegar a sentirte relajado a la hora de mandarme un simple beso”.

Cuando dibujo, casi siempre sigo al inconsciente, así que dejo que mis manos pinten por mí mientras yo me sorprendo con lo que se va dibujando. El otro día, pinté la ilustración que copio más abajo. Por fín, ya no pintaba a mujeres solas y heridas o a hombres malvados o inconscientes. Él estaba cerca de ella, abrazándola y queriéndola mucho. Lo más bonito que pude ver ahí, es que ella (yo) TENÍA LOS OJOS CERRADOS. Él la quería pero ella no lo podía ver. Sin embargo, él seguía recogiéndola entre sus brazos.

En este texto que escribo hoy, quiero pedir perdón a todas esas personas que sé que me quieren de verdad y me han querido. Porque a día de hoy, creo que sigo demasiado asustada como para atreverme a reconocer el hecho de ser amada. Todavía creo que tengo que hacer algo si tú me quieres y sería TANTO lo que tendría que hacer para compensar ese amor que tú me das, que prefiero que no me quieras. Mis ojos están cerrados pero te doy mis más sinceras gracias por estar ahí, mientras yo no me entero, queriéndome solo por ser quién soy.

“Te amo por lo que eres. No te amo por lo que haces. Así que no intentes modificar nada tuyo ya que hagas lo que hagas, seguirás siendo tú y, por ello, te voy a seguir amando.”

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Ilustración propia

 

Armonía en dualidad

El día que me reconocí a mi misma y a la vida que era infeliz y viví de lleno el conocer esa infelicidad que vivía en mi interior, fue el día que encontré a la semilla de la felicidad esperando ser plantada ante mi puerta. Porque el día que reconoces que eres feo, malo, indigno, infeliz y todo aquello de lo que quieres huir y ocultar, es el mismo día que de manera natural se muestran dentro de ti la belleza, la bondad, la dignidad, la felicidad y la alegría de estar vivo.

Es en ese momento cuando dejas de luchar por ocultar todo lo que quieres ocultar y dejas de forzarte a mostrar solo aquello que quieres mostrar. Dejas de querer que los demás te hablen de tus buenas cualidades y de temer que alguien te muestre con sus gestos o palabras lo que sabes que también se esconde dentro de ti y que tú todavía no has aceptado y abrigado .

Esos días de reconciliación y sinceridad con uno mismo son días de PAZ en los que no hay nada que desterrar y se puede abrigar la generosidad de saberse completo. No digo que yo haya hecho el camino, pero todo parece indicar que el camino de entenderse como un ser completo es el que mayor armonía trae a nuestra existencia. Y, ¿quién no quiere vivir en ARMONÍA?

Amar lo oscuro y lo luminoso que hay dentro de nosotros. Y no entendiendo a lo oscuro como algo malvado, sino como tierra oscura fértil que hay que venerar y cuidar para que todas nuestras flores nazcan de ella y crezcan hacia el exterior; estando sanas, frescas, fuertes y llenas de vida.

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AMOR

¿Qué significa la palabra AMOR para ti?

Una vez me hicieron esa pregunta y no supe qué contestar. La pregunta seguía viniendo a mi cabeza días después en diferentes momentos. Las respuestas eran diversas aunque siempre compartían algo en común. Finalmente, una mañana, escribí mi respuesta:

«Abundancia, eso es amor para mi. Recibir en abundancia, tener tanto que no te queda otra opción más que darlo. Darse a uno mismo, eso es amor. Entregarse, llenarse y vaciarse. Amar es compartirse a uno mismo, es mostrarse y postrarse ante las maravillas de este mundo que nos sustenta»

Y sí, me he dado cuenta que amar es compartir. Y compartir es cuando recibir y dar se funden en un mismo acto. A veces el foco está más en dar, otras veces necesitamos abrirnos a recibir. Y siempre, aunque no nos demos cuenta ambos verbos se están dando al mismo tiempo porque cuando yo doy, hay alguien o algo que lo recibe; y cuando yo recibo, alguien o algo está entregando algo de sí mismo para mí.

Cuando hablo de amor me refiero a esos momentos que todos conocemos. Cuando le abrimos nuestros brazos a un niño y él nos da su calor, cuando observamos el cielo en una noche de luna llena y le otorgamos al universo nuestra presencia, cuando nos rodeamos de aquellos que queremos y estos ríen envolviendo nuestro alrededor de alegría, cuando nos entregamos de manera honesta y vulnerable tal cual somos, cuando recibimos a los demás como son…

Comparto una foto personal LLENA de amor. Llena de ese momento en el que dar y recibir se funden en un solo acto.

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