LOS CISNES VUELAN

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Mirando este magnífico cisne en la foto que ha publicado hoy National Geographic, se me han movido muchas emociones.

Ahí se encuentra él: bello, acurrucado en su propio plumaje, observando desde la seguridad de su propia coraza, embelesando a cualquiera que le vea y sin querer saber nada del ruido externo.

Por un momento, me ha parecido que miraba un espejo. Ahí estaba yo: bella, bajo varias capas acorazadas que yo misma he creado, observando el mundo vibrar y delicadamente aislada en mis sutiles y embriagadoras fantasías.

Entonces he recordado un poema de Marianne Williamson que acostumbraba a leer en otros tiempos en el que se pone de manifiesto que lo que nos da miedo de nosotros mismos no son nuestros defectos o ser inadecuados sino, precisamente, lo que tememos es nuestra sublime belleza y potencial infinitos.

Me he dado cuenta que vivimos en una sociedad instalada en la queja y que el acto de brillar es algo que se ha dejado para unos cuantos casos que consideramos aislados.

Si alguien quiere desmarcarse y brillar, tenderemos a frenarle: “¿Estás seguro? ¿Has pensado en esto y aquello? ¿Pero…?”. Por otro lado, cuando alguien comienza a brillar, muchos de nosotros no lo podemos soportar. Su luz es demasiado fuerte y nos recuerda quiénes somos y, por tanto, quiénes no estamos siendo. Entonces les juzgamos y nos apartamos de tal espejo maligno que nos hace comparar y maldecir nuestra situación actual.

Al final, acabamos todos rodeándonos por gente que se encuentre en igualdad de condiciones, lamentándonos, ocultando nuestros dones y no queriendo incomodar a nadie.

Un buen amigo, entrenador de fútbol de niños pequeños, me contó que su equipo iba de maravilla hasta colocarse en los primeros de la lista. Cuando alcanzaron el puesto número 1, algo sucedió. Todos comenzaron a ponerse nerviosos, “¿quiénes somos nosotros para estar aquí?”,… Las energías se dispersaron, no estaban acostumbrados a ser vistos, ellos “ERAN” chicos de barrio que no jugaban con los grandes, ¿qué hacían ellos ahí?… Mi amigo me comentó que nos han educado para perder pero no para ganar. Cuando destacamos, realmente, no sabemos cómo comportarnos.

Y sí, en verdad, es una pena que esto sea así. Porque una no sabe cómo desmarcarse, cómo dejarse destacar, cómo ofrecer sus dones sin sentir que puede ofender a alguien o con el temor de creer que por brillar va a ser condenada a un estadio de soledad total sin tener gente al lado con la que poderse relacionar de manera igual y sin juicios de por medio.

El otro día me levanté y escuché una voz en mi cabeza que me decía dulce y firmemente: “No te quejes”. Entonces, pensé: “Y si no me quejo, ¿qué puedo hacer?”

Puede sonar exagerado pero prueba a no quejarte. Verás que, entonces, la única vía que tienes es la acción. Y entonces, encontrarás tus propias barreras que te has autoimpuesto para no salirte del camino que se te ha marcado. Es decir, para no salirte del molde que te han inculcado los demás. Para no ofender a nadie, para ser quién supuestamente debes ser, para no dar sorpresas, para que te reprimas aún más.

Así estamos todos, cada uno en su molde, reprimidos. No vayamos a salir ahí fuera y molestar a los otros moldes. Nadie quiere que se le recuerde su estado de aprisionamiento deliberado.

Yo, como el cisne, sé que sigo así: en mi molde completamente organizado para sentirme cómoda dentro de él. Mis pensamientos, mis aficiones, mis relaciones, mi forma de comportarme, de aislarme, de no dejarme ver buscando agradar a los demás… Pero, eso sí, por mucho que me incomode, no quiero ver esto a mi lado. Quiero gente que salga de sus zonas de confort, quiero gente que ilumine. Quiero gente que me inspire aunque sea a través de hacerme sentir mucho dolor al ver lo lejos que estoy de desplegar las alas.

Esta es la verdad, la mía, y por eso la comparto. Puede que seas mi amiga, hermana, conocido, expareja, un fisgón o que no sepa nada de ti. Pero sí te quiero decir que A MÍ, LO QUE ME HACE FELIZ, ES QUE BRILLES Y SALGAS DE AHÍ. Que, lo que más me puede inspirar en este mundo es ver gente que se atreve a dar los pasos que no le han sido marcados. Y que tus pasos son allanamiento del terreno para los demás.

Quiero agradecer a todas esas personas que se dejan ver, que se atreven, que luchan desde la autoconfianza y el respeto, que creen en su propia verdad y que se alzan para ser vistas, sentidas, recibidas y escuchadas. GRACIAS a vosotros, los que seguimos en los moldes sabemos que existe otra vida, otra realidad.

Y aquí va el poema de Marianne Williamson que mencionaba:

“Nuestro mayor miedo no es ser inadecuados. Nuestro mayor miedo es el hecho de que somos poderosos más allá de cualquier medida. Es nuestra LUZ y no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.

Nos preguntamos a nosotros mismos: ¿Quién soy yo para ser brillante, maravilloso, talentoso, magnífico? Pero, de hecho, ¿Quién eres tú para no serlo?

Tú eres hijo de Dios. Disminuirte delante de los demás no va a servirle al mundo. No hay nada de iluminación en el acto de encogerse para que los demás no se sientan inseguros a tu lado.

Estamos aquí para brillar, como hacen los niños. Vinimos aquí a manifestar la gloria de Dios que está dentro de nosotros. Y que no se encuentra solo en algunos de nosotros, sino en TODOS nosotros.

Conforme vamos dejando nuestra propia luz brillar, de manera inconsciente le estamos dando a otras personas el permiso de hacer lo mismo.

Conforme nos vamos liberando de nuestros propios miedos, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.”

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Unas horas más tarde chequeando la información de esta foto en National Geographic, he leído que este cisne no se esconde tras su propio plumaje sino tras el plumaje de su propia madre… Así que esta nueva realidad que ahora conozco todavía habría dado más juego a la hora de interpretar cuál es ese cobijo de seguridad en el que nos asentamos…