Una tarde del pasado mes de mayo estaba bailando Contact en un evento organizado en Murcia. Tras un par de horas de clase, comenzamos a bailar de forma improvisada unos con otros al son de una armónica y una guitarra tocadas en directo. Como en otras ocasiones, dejamos nuestros cuerpos fluir unos con otros en diferentes ritmos redescubriéndonos a nosotros mismos y al espacio que allí nos acogía.
Me encantaba la sensación de aislamiento teatral que se percibía en aquella sala. Era negra y oscura, iluminada en tramos por unos potentes focos de luz blanca y abrigada al fondo por una gran cortina de terciopelo color granate. Los ojos de mis compañeros se clavaban en los míos mientras nuestros brazos se enredaban unos con otros en un juego sin fin. De repente, tras un gran salto liberador, abandoné a aquella chica felina y expresiva que se movía junto a mí y me lancé en soledad al vacío de la sala
Allí estaba yo, a oscuras frente a la gran y solemne cortina granate. Pensé: “¿Y si ahora se abriera el telón? ¿Quién habría ahí mirándome? ”. Por un momento, mientras mis oídos seguían conectados con aquella armónica lejana y mis pies descalzos estaban bien anclados a aquel suelo plastificado, imaginé que aquel telón se abría ante mí. Allí, enfrente de mí, estaban todas las personas que habían sido importantes en mi vida. Entre el público se encontraban todos los miembros de mi familia, amigos del presente y del pasado, profesores que habían marcado mi trayectoria, compañeros de trabajo incluso imaginé allí sentados a filósofos que admiro, escritores y gente de renombre que me merece mucho respeto. Estaban allí todos juntos. Era gracioso imaginar a mi abuela sentada al lado de Krishnamurti o a mi madre compartiendo sitio con Robert Dilts. TODOS allí, en silencio, estaban esperando que comenzara mi gran obra.
Los ojos de mi público imaginario brillaban con intensidad, era gente que me quería y estaban deseosos por disfrutar de mi puesta en escena. Todos habían venido a verme pues sabían que iba a hacer una pequeña representación artística que reflejaría la esencia de mi vida. Desde el escenario y con el telón ya abierto, podía escuchar los pensamientos de mi público expectante: “Conociéndole, seguro que va a ponerse a bailar”, pensaba mi tía; “Recitará un escrito que hable sobre el amor”, pensaba una amiga; “Sea lo que sea, espero que deleite al público con algo interesante”, decían otros pensamientos más exigentes; “Hablará sobre las claves del marketing”, aseguraba en su interior una asistente; “Ojalá sea una representación con toques de espiritualidad”,…
Ya habían pasado varios segundos, los justos para que la audiencia entendiera que la obra tenía que comenzar. Yo, sin embargo, no podía moverme. Estaba quieta, paralizada, observando a todas aquellas personas que estaban esperando algo de mí. Y yo, no paraba de preguntarme: ¿Cómo podría hacer a todas aquellas personas felices?
Triste y sin fuerzas, me dejé caer derrumbada en el suelo del escenario. La vida me había dado solo una gran obra y tenía que ser representada allí mismo. Me decía a mi misma: “Es imposible hacer a TODOS felices, están TODOS aquí reunidos y solo hay UNA obra… No va a ser posible hacerles una representación privada a cada uno de ellos para adaptarla a lo que cada uno espera de mí… La vida solo me ha dado UNA obra y he de representar la misma para todos los aquí presentes…”
Tumbada en el suelo, con la cabeza escondida entre mis brazos, decidí enfrentarme a aquella posible multitudinaria decepción de mi público. “Bien”, me dije, “ya que estoy aquí, algo he de representar”. Aquella armónica lejana volvió a tocar envolviendo a mi cuerpo en un agradable sonido. Los músculos de mis brazos y mis piernas comenzaron a despertar y, poco a poco, fui dibujando siluetas en el aire.
Los movimientos de mi cuerpo, cada vez más ligero, ya abarcaban prácticamente la totalidad de la sala. La livianidad corporal, dio lugar a una sensación de ligereza en mi mente que rápidamente se sintió también en mi corazón. Tras una profunda respiración que llenó todo mi ser, acabé entregándome al momento, disfrutándolo, sonriéndole, llorándole lágrimas de felicidad. Era YO, siguiendo a mi latido interior, COMPLETAMENTE VIVA, dándole al mundo el mayor de mis tesoros: la autenticidad de ser yo misma.
Aquella tarde del mes de mayo me quedó claro; solo tenemos UNA vida, solo tenemos UN papel por representar y en esta gran obra estamos SOLOS en el escenario. Es solo de ti de quien depende dejar a tu corazón ser un corazón salvaje y puro. Es solo de ti de quien depende seguir a ese corazón, seguir a tu mente clara, moverte por tu propia intuición. Tú eres el único protagonista, guionista y director de tu gran obra; y eres tú quien decide si mostrarle al mundo tu única, viva y sana VERDAD. Está en tus manos, está en tus pies, está en cada una de tus decisiones y respiraciones el ser fiel a ti mismo. Dime tú qué prefieres; quizás quieras seguir vagando perdido por el escenario de tu vida; intentando agradar a cada una de los asistentes de tu público, confiando en que su voz y pensamientos te sabrán decir mejor que tú mismo la acción a emprender. Quizás prefieras esconderte tras el telón pensando que nunca conseguirás ese aplauso tan anhelado de tu audiencia que tanto quieres o quizás prefieras salir a bailar sin gracia y sin respiración al compás del ritmo que crees que ellos van marcando.
O quizás no, quizás prefieras despertar a una realidad mucho más viva y juguetona. Quizás ya has optado por comenzar a ver tu vida como ese camino iluminado en el que plantar tus propias y queridas semillas. Quizás estés comenzando a saborear la plenitud y la calma interior que llega cuando todos tus sentidos se vuelcan a escuchar lo que late dentro de tu interior.
Es este nuestro momento, es el momento de hacer día a día aquello que nos llena y nos hace verdaderamente felices. Es el momento de cuidarnos, de querernos, de aceptarnos y de escucharnos. De ser valientes y decididos. Es el momento de meter los pies en las frescas aguas de la vida y sumergirnos en ellas para deleitarnos mientras nos dejamos llevar. Sí, eso es, dejarnos llevar. Dejarnos llevar a lugares maravillosos e insospechados al que solo nuestro verdadero yo sabrá llevarnos.
«dándole al mundo el mayor de mis tesoros: la autenticidad de ser yo misma.» Nunca dejes de hacerlo!
«Find your truth
Face your truth
Speak your truth
Be your truth»