La Felicidad de nuestros hijos

Todos queremos que nuestros hijos sean felices. Sin embargo, desde este sentir, les estamos cargando con una expectativa completamente irreal. Necesitamos aceptar que nuestros hijos no serán felices ni serán infelices por el resto de sus vidas sino que serán un poquito de las dos cosas a la vez; y eso ESTÁ BIEN. Desde esta aceptación, les damos a nuestros hijos la libertad de sentirse como realmente se estén sintiendo a cada momento y en cada etapa de su vida.

Si les enseñamos mediante el ejemplo que no hay una emoción mejor que otra y que todo es bienvenido y está bien, adquirirán una herramienta de aceptación personal que, sin duda, les llevará a una Felicidad mucho más profunda que la felicidad-infelicidad fluctuante.

Por lo explicado anteriormente, si les decimos a nuestros hijos la frase de «cariño, yo solo quiero que seas feliz«; estaremos alimentando la frustración en ellos cuando se sientan desanimados o infelices ya que sentirán que no están cumpliendo con nuestras expectativas.

Nuestra gran labor como padres y madres es abrir el corazón para aceptar a nuestros hijos en el estado de ánimo en el que se encuentren y transmitirles que no hay necesidad de cambiarlo ni de alcanzar eternos estados de felicidad que nosotros hayamos podido proyectar en ellos.

Captura de pantalla 2015-01-07 a la(s) 18.11.50 Fotografía de Green by Name

Un naranjo entre limoneros

Caminaba por India, en una calle transitada por tuc-tucs, vacas, motocicletas, mujeres cargadas de ramitas de árbol en sus cabezas, … Los monos me miraban desde lo alto del muro pero nada tenía yo que temer pues no llevaba comida a la vista. El chico joven de las tiendecitas a pie de calle seguía llamándome como cada día para que mirara sus collares. El olor a India, aquel calor agradable de una tarde de enero y tanto color a mi alrededor.

Aún así, entre aquel trajín que te mantiene vivo y alerta, entré en un sueño mientras caminaba despierta. Soñé que me encontraba caminando en un campo de limoneros. Cada cual más bello; unos eran altos, otros eran bajos, algunos frondosos, otros con menos frutos y hojas. Yo, navaja en mano, iba catando limones de aquellos árboles. Tenía una cesta colgando de la otra mano e iba poniendo limones que se le parecían a AQUEL LIMÓN. Aquel limón es un limón del que ya poco recuerdo, solo su intenso sabor y aquella espectacular forma en la que me hizo disfrutar de todas sus cualidades. Aquel limón que añoraba y que estaba convencida de que iba a volver a encontrar en alguno de aquellos árboles. Esa era mi misión, encontrar AL LIMÓN que me llevara de vuelta al limón primero. Nada mejor podría ocurrir que encontrar AL LIMÓN que andaba yo buscando.

El amarillo era el color de mi vida. Paseaba tranquila observando mi campo de limoneros y me dejaba alumbrar por el amarillo y cándido Sol. Y ahí, justo bajo mis pies, encontré una naranja.

Me agaché, cogí mi navaja con la que rajé la redondez de aquel nuevo fruto y lo sorbí introduciendo toda mi boca en él. A mi lado, un naranjo. ¡Qué dulzor! Mis ojos se empañaron de emoción ante las recién descubiertas sensaciones. Mi boca seguía palpitando de placer y el nuevo gusto recorría todo mi cuerpo. Nunca antes había probado algo igual y, por supuesto, jamás hubiera esperado encontrarme con aquello. Y, claro, me di cuenta y la luz de sol se iluminó aún más: “¿Cómo iba yo a esperar encontrar en mi futuro ALGO que yo no había conocido en el pasado?”.

Desperté de mi sueño, seguía caminando. Quizás tan solo había dado diez o quince pasos en lo que duraron aquellos pensamientos. Pero ahora, siendo la misma que era unos metros atrás, sabía que cualquier cosa puede esperarte al otro lado de la esquina. Y que podemos estar aspirando a algo maravilloso que un día conocimos, pero que hay todavía cosas más maravillosas que no conocemos y que sin previo aviso pueden caer a tus pies para que tú las recojas.

Yo pensaba que el limón primero era lo mejor. Sin embargo, la naranja trajo a mi vida la conciencia de que la vida es mucho más generosa y rica en regalos de lo que antes creía. Y, por supuesto, ahora que conozco la naranja, sé que nuevos frutos inimaginables pueden hacer presencia en mi vida a cualquier hora y en cualquier lugar.

TU VIDA

Una tarde del pasado mes de mayo estaba bailando Contact en un evento organizado en Murcia. Tras un par de horas de clase, comenzamos a bailar de forma improvisada unos con otros al son de una armónica y una guitarra tocadas en directo. Como en otras ocasiones, dejamos nuestros cuerpos fluir unos con otros en diferentes ritmos redescubriéndonos  a nosotros mismos y al espacio que allí nos acogía.

Me encantaba la sensación de aislamiento teatral que se percibía en aquella sala. Era negra y oscura, iluminada en tramos por unos potentes focos de luz blanca y abrigada al fondo por una gran cortina de terciopelo color granate. Los ojos de mis compañeros se clavaban en los míos mientras nuestros brazos se enredaban unos con otros en un juego sin fin. De repente, tras un gran salto liberador, abandoné a aquella chica felina y expresiva que se movía junto a mí y me lancé en soledad al vacío de la sala

Allí estaba yo, a oscuras frente a la gran y solemne cortina granate. Pensé: “¿Y si ahora se abriera el telón? ¿Quién habría ahí mirándome? ”. Por un momento, mientras mis oídos seguían conectados con aquella armónica lejana y mis pies descalzos estaban bien anclados a aquel suelo plastificado, imaginé que aquel telón se abría ante mí. Allí, enfrente de mí, estaban todas las personas que habían sido importantes en mi vida. Entre el público se encontraban todos los miembros de mi familia, amigos del presente y del pasado, profesores que habían marcado mi trayectoria, compañeros de trabajo incluso imaginé allí sentados a filósofos que admiro, escritores y gente de renombre que me merece mucho respeto. Estaban allí todos juntos. Era gracioso imaginar a mi abuela sentada al lado de Krishnamurti o a mi madre compartiendo sitio con Robert Dilts. TODOS allí, en silencio, estaban esperando que comenzara mi gran obra.

Los ojos de mi público imaginario brillaban con intensidad, era gente que me quería y estaban deseosos por disfrutar de mi puesta en escena. Todos habían venido a verme pues sabían que iba a hacer una pequeña representación artística que reflejaría la esencia de mi vida. Desde el escenario y con el telón ya abierto, podía escuchar los pensamientos de mi público expectante: “Conociéndole, seguro que va a ponerse a bailar”, pensaba mi tía; “Recitará un escrito que hable sobre el amor”, pensaba una amiga; “Sea lo que sea, espero que deleite al público con algo interesante”, decían otros pensamientos más exigentes; “Hablará sobre las claves del marketing”, aseguraba en su interior una asistente; “Ojalá sea una representación con toques de espiritualidad”,…

Ya habían pasado varios segundos, los justos para que la audiencia entendiera que la obra tenía que comenzar. Yo, sin embargo, no podía moverme. Estaba quieta, paralizada, observando a todas aquellas personas que estaban esperando algo de mí. Y yo, no paraba de preguntarme: ¿Cómo podría hacer a todas aquellas personas felices?

Triste y sin fuerzas, me dejé caer derrumbada en el suelo del escenario. La vida me había dado solo una gran obra y tenía que ser representada allí mismo. Me decía a mi misma: “Es imposible hacer a TODOS felices, están TODOS aquí reunidos y solo hay UNA obra… No va a ser posible hacerles una representación privada a cada uno de ellos para adaptarla a lo que cada uno espera de mí… La vida solo me ha dado UNA obra y he de representar la misma para todos los aquí presentes…”

Tumbada en el suelo, con la cabeza escondida entre mis brazos, decidí enfrentarme a aquella posible multitudinaria decepción de mi público. “Bien”, me dije, “ya que estoy aquí, algo he de representar”. Aquella armónica lejana volvió a tocar envolviendo a mi cuerpo en un agradable sonido. Los músculos de mis brazos y mis piernas comenzaron a despertar y, poco a poco, fui dibujando siluetas en el aire.

Los movimientos de mi cuerpo, cada vez más ligero, ya abarcaban prácticamente la totalidad de la sala. La livianidad corporal, dio lugar a una sensación de ligereza en mi mente que rápidamente se sintió también en mi corazón. Tras una profunda respiración que llenó todo mi ser, acabé entregándome al momento, disfrutándolo, sonriéndole, llorándole lágrimas de felicidad. Era YO, siguiendo a mi latido interior, COMPLETAMENTE VIVA, dándole al mundo el mayor de mis tesoros: la autenticidad de ser yo misma.

Aquella tarde del mes de mayo me quedó claro; solo tenemos UNA vida, solo tenemos UN papel por representar y en esta gran obra estamos SOLOS en el escenario. Es solo de ti de quien depende dejar a tu corazón ser un corazón salvaje y puro. Es solo de ti de quien depende seguir a ese corazón, seguir a tu mente clara, moverte por tu propia intuición. Tú eres el único protagonista, guionista y director de tu gran obra; y eres tú quien decide si mostrarle al mundo tu única, viva y sana VERDAD. Está en tus manos, está en tus pies, está en cada una de tus decisiones y respiraciones el ser fiel a ti mismo. Dime tú qué prefieres; quizás quieras seguir vagando perdido por el escenario de tu vida; intentando agradar a cada una de los asistentes de tu público, confiando en que su voz y pensamientos te sabrán decir mejor que tú mismo la acción a emprender. Quizás prefieras esconderte tras el telón pensando que nunca conseguirás ese aplauso tan anhelado de tu audiencia que tanto quieres o quizás prefieras salir a bailar sin gracia y sin respiración al compás del ritmo que crees que ellos van marcando.

O quizás no, quizás prefieras despertar a una realidad mucho más viva y juguetona.  Quizás ya has optado por comenzar a ver tu vida como ese camino iluminado en el que plantar tus propias y queridas semillas. Quizás estés comenzando a saborear la plenitud y la calma interior que llega cuando todos tus sentidos se vuelcan a escuchar lo que late dentro de tu interior.

Es este nuestro momento, es el momento de hacer día a día aquello que nos llena y nos hace verdaderamente felices. Es el momento de cuidarnos, de querernos, de aceptarnos y de escucharnos. De ser valientes y decididos. Es el momento de meter los pies en las frescas aguas de la vida y sumergirnos en ellas para deleitarnos mientras nos dejamos llevar. Sí, eso es, dejarnos llevar. Dejarnos llevar a lugares maravillosos e insospechados al que solo nuestro verdadero yo sabrá llevarnos.