«…Recorriendo el río desde su alborotado, apasionado y chispeante inicio de vida, pasando primero por zonas de una afluencia de agua rápida, llegué a una zona donde el río estaba algo estancado, ahí aparentemente parado. Quizás el río no se daba cuenta que poco a poco su nivel de agua iba subiendo hasta que “¡pum!” algo sucedió que fue el detonante final para que sus aguas volvieran a coger ritmo y estuvieran llenas de vida. El río renacido, lleno de nuevas perspectivas y con todas las energías de un nuevo ciclo volvió a entrar en una zona de estancamiento y algo de oscuridad… Las aguas no subían de nivel por sí solas y nada parecía que fuera a hacer aquel río despertar. De repente, en el momento menos esperado, llegó una gran lluvia que arrasó con todo, con todas aquellas áreas en las que el agua estaba estancada; con todas aquellas partes de la personalidad del río que no le dejaban avanzar. Así y justo en aquel punto YA SE PODÍA VER EL MAR, a lo lejos. Sin embargo, para poder llegar al mar, el río primero tenía que pasar por una gran catarata, una caida grande de casi 800m en vertical donde debía TIRARSE AL ABISMO. En aquel instante entendí que es como si hubiera un momento en el que la vida nos dice:
¡TÍRATE! ¡ARRIESGA! ¡SALTA AL VACÍO! ¡No puedes tener seguridad siempre! ¡No puedes pedirle a la mente que colonice el salto que el corazón tiene que dar! No puedes tener seguridad siempre en la razón, en lo conocido. ¡Tienes que arriesgarte a saltar!
El río saltó y, efectivamente, allí abajo…”