“¿Qué tal se encuentra tu cuerpo?”, me ha preguntado el doctor con una voz muy dulce. “Muy bien”, le he respondido yo. “¿Y qué tal se encuentra tu mente?”. “Bueno, sigue corriendo sin descanso”. Entonces, me ha mirado con ojos cálidos y me ha dado un abrazo.
El día anterior a esta conversación, yo le había regalado unas cuantas lágrimas en su consulta. No es que este doctor sea un psicólogo ni nada parecido, pero a veces riego con el agua de mis ojos sitios donde la gente no suele llorar. Supongo que, desde entonces, el hombre me muestra todavía más cariño.
Una vez escuché a alguien decir que se necesitaban políticos que supieran llorar. ¿Por qué se ha perdido la sensibilidad en tantos aspectos de la vida? Me pregunto cómo se gobernaría a un país si se tuvieran en cuenta un poco más los sentimientos de las personas. Y también me pregunto cómo se gobernarían grupos más pequeños (la familia o la escuela) si los que los gobiernan (padres y educadores) optaran por el corazón en vez de por la razón.
La gente no nos damos cuenta –o sí- que cuando se responde desde el corazón y la intuición todo funciona mucho mejor. Queremos hacer uso de la mente, de las experiencias del pasado, de recetas propias que tenemos en la recámara, de fórmulas mágicas que nos dan libros, maestros o terapeutas… cuando lo único que tiene que hacer uno es SENTIR y dejarse llevar.
Sin embargo, SENTIR no es algo que sea tan sencillo. Es un camino corto que nos da mucho miedo. Preferimos tomar el camino largo del razonamiento y evitar tener que sentir algo.
En el corazón, en las primeras capas, tenemos muchas heridas. Pero si las miramos, las cuidamos y las mimamos, el mismo corazón nos da todo su potencial para ser nuestro guía y compañero.
Alguien cercano me contó que un padre perdido no hacía más que acudir al psicólogo para ver qué hacer con los supuestos problemas que tenía su hijo. Su hijo, en realidad, no tenía ningún problema, sólo necesitaba a alguien que se le acercara y le diera calor de verdad. De hecho, eso que su padre consideraba problemas eran tan solo caras de la vida que mostraba su hijo que él mismo nunca había querido ver en él.
El padre, asustado por sus propias heridas de la infancia, no quería realmente ver a su hijo llorar perdido entre la angustia. El padre no quería sentir su propio dolor por lo que quería encontrar una solución racional al supuesto problema de su hijo, quería una fórmula mágica que aplicar en su hijo para que todo volviera rápido a su correcto sitio.
Sin embargo, esas fórmulas mágicas y racionales que como aquel padre, todos andamos buscando son solo una forma de entretener a nuestra mente para no poner el foco en el lugar que más nos duele pero que más sentido trae a nuestras vidas. Aquel niño como todos nosotros, no necesitaba una solución que le mostrara QUÉ HACER sino solo necesitaba SENTIR lo que estaba ocurriendo dentro de él e, idealmente, contar con el apoyo de los suyos en la escucha de sus propios sentimientos.
Por todo esto que estoy diciendo, quería comentar que es bonito que queramos a nuestras heridas y las sanemos. Porque a través de la valentía de vivirlas de cerca, podemos mantener siempre el corazón abierto. Y podremos responder siempre a los demás desde el AMOR.
Por eso, te animo a que no tengas miedo. Somos muchos, de hecho, todos, los que tenemos el corazón herido. Pero son pocos los que siguen haciendo uso de él. No vayas a la razón por miedo a experimentar los sentimientos. Siente y vive según lo que late dentro de ti. Entonces las heridas dejarán de ser heridas y dentro de ti habrá cabida y espacio para todas las cosas que la vida te brinda cada día.

Estatua del Dios Hanuman mostrando su corazón abierto en Rishikesh, India.
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