Hombres, ¿amor u odio?

Todo comenzó hace cuatro años. Estaba sentada en uno de mis restaurantes preferidos de Rishikesh, sobre aquella alfombra en el suelo y apoyada en una gran ventana que me dejaba ver y respirar al río Ganges y a sus montañas colindantes.

Hacía un mes que estaba saliendo con Él, me sentía enamorada o, por lo menos, cuando iba de su mano tenía la sensación de ir caminando sobre las nubes y de que todo era mágico alrededor. No sé si eso era enamoramiento o no.

Sin embargo, aquel día, cuando apareció en el restaurante y le vi acercarse hacia mí sentí miedo en mi interior, como un poco de flojera en las piernas.

Aquellos días meditaba una o dos horas al día y podía observarme bastante bien, no se me escapaban sensaciones como aquella. ¿Qué pasaba? ¿Qué era ese miedo interno? Él estaba igual que siempre y se acercaba hacia mí con una sonrisa, ¿qué temía yo? ¿Qué había de nuevo ahí?

Me di cuenta poco después que no había nada nuevo en aquella situación que pudiera provocarme miedo sino que el miedo a los hombres había sido algo inherente en mi vida de lo que nunca antes me había percatado.

¿Por qué? ¿Por qué miedo a los hombres?

Investigué mi árbol genealógico, qué había ocurrido entre hombres y mujeres antes que yo y… sí, no tuve que alejarme mucho en mis antepasados para encontrar numerosos eventos en los que las mujeres habían sido agredidas y suspendidas tanto física como emocionalmente, por hombres.

Parecía que, a través de mi linaje, viajaba mucho miedo, escepticismo, tensión, nerviosismo, con respecto al sexo opuesto. Y descubrí que este miedo, esta desconfianza, esta agonía de no sentirse plena y segura junto a un hombre, no solo viajaba por mi linaje sino por el linaje de muchas mujeres de mi alrededor.

A través de muchas meditaciones individuales y grupales, y a través de ciertas experiencias que tuve la suerte de vivir junto a un hombre consciente y herido como yo, pude ver que esa herida hombre-mujer nos tocaba muy de cerca a todos.

Por un lado, en la mujer, había un dolor muy profundo por haberse sentido violada y anulada. Un dolor personal que, aunque no consiguiera despertarse en todas las mujeres, vivía latente en el interior de cada una de ellas. Además, este dolor iba acompañado de rabia y de deseos de venganza que operaban a modo de juegos psicológicos y chantajes por parte de la mujer hacia el hombre para intentar hacerle pagar por el dolor que éste le había causado en el pasado –un pasado personal, familiar o, simplemente, colectivo.

Otras mujeres, directamente, decidían separarse de ellos; no dejarse amar, no dejarse ser tocadas; o, incluso, en el lado opuesto y dentro de su total inconsciencia, decidían jugar al juego de la sumisión perpetuando la herida del patriarcado.

Por su parte, en los hombres, encontré dos tipos. También estaban los hombres inconscientes, aquellos que seguían perpetuando la herida y seguían utilizando su poder de manera violenta y denigrante con respecto a la mujer. El otro grupo, eran aquellos conectados con sus emociones y su feminidad.

En este segundo grupo, encontré hombres avergonzados de su poder; sentían que algo malo debía haber en ellos. En una de las meditaciones que hice con uno de estos hombres, me comentó que no conseguía sentir su verdadera fuerza y su masculinidad por varios motivos. Uno era porque se avergonzaba de ella, de alguna manera –por su linaje y por las relaciones de violencia provocadas por hombres en el planeta- creía, muy en el fondo de sí mismo, que ser hombre era algo vergonzoso, que el poder que había en él era destructivo y letal. Además de sentirse avergonzado, sentía cierto miedo hacia su propio poder, “¿y si hago algo malo?”

Después de mucho aprendizaje en todo esto que os cuento en el post, me volví a reunir con aquel hombre de aquel restaurante en Rishikesh. Estábamos llorando, en contacto con la herida. De manera intuitiva, nos dimos un abrazo en el que él me pedía perdón a mí- era un perdón que no se correspondía con ninguna acción específica, solo respondía a una necesidad general de disculparse. En este caso, ni él era él, ni yo era yo. Él representaba al Hombre y yo a la Mujer. Y aquel Hombre agachó la cabeza ante mí, ante la Mujer que soy, pidiendo perdón.

Pasó algún tiempo hasta que yo me di cuenta de cuantísimo daño le había hecho yo también a los hombres. Desde mi miedo, desde la rabia que corría por mis venas, desde el deseo de venganza y el dolor por sentirme anulada e invisible como mujer; vi como había jugado con ellos, como les había privado de darme su amor, como siempre les había puesto en duda… Y, entonces, yo también agaché la cabeza y pedí perdón.

El momento fundamental cuando decidí adentrarme en el conocimiento de la relación mujer-hombre que os cuento, fue cuando tuve sobrinos y cuando comencé a relacionarme con niños varones. Me dije: “Yo tengo que cambiar esta concepción que tengo de los hombres, si estos niños se van a convertir en Hombres, quiero que sepan y sientan a través de mí la grandeza de su masculinidad y que, por ningún motivo, se avergüencen o sientan miedo de ella”.

Comencé toda esta experimentación, esta observación, este estudio hace cuatro años y hoy puedo decir que estoy LIBRE. Lo sé, lo siento y lo percibo a mi alrededor.

Ni juego, ni manipulo, ni me retiro del campo de batalla cuando el amor llega –bueno, esto último, casi casi… Pero sí puedo decir que mi concepto de Hombre es uno nuevo totalmente. He conocido los suficientes hombres bondadosos, amables, fuertes, bellos, de buen corazón… como para que ese concepto haya cambiado en mí.

Ya no temo la fuerza de un hombre. Ahora, la fuerza masculina me resulta algo que admirar. Y es por ello, que yo también busco encarnarla.

Ya no les temo. Los malos son los menos.

Pero he de decir, que estas heridas de las que hablo son muchísimo más comunes de lo que parecen. Y que es importante que hagamos las paces con los hombres que nos rodean.

A vosotras mujeres, si os sentís nerviosas o inseguras cuando estáis junto a un hombre pacífico o no conseguís mostraos en toda vuestra grandeza con tranquilidad, debéis saber que esto no es lo normal. Buscad la herida, sentirla y sanarla.

A vosotros hombres; si sentís que no podéis hacer uso de vuestra fuerza masculina, rugir y gritar como un guerrero, observad el por qué. Puede que esté operando cierta desconfianza a vuestro lado masculino.

La energía femenina ha sido abusada y la energía masculina se encargó de ello. Pero todos hemos puesto nuestro granito de arena para que esta violenta historia continúe.

Así que cambiemos ya ese rol que nos hemos adjudicado:

Las mujeres perdonemos y, también, pidamos perdón por ese mal encubierto que podamos haberle hecho a ellos como causa de nuestra propia rabia e impotencia.

Y aquellos hombres sanos, bellos y buenos; por favor, ALZAD LA VOZ. Y retomad toda vuestra fuerza. Porque os necesitamos. Os necesitamos más que nunca.

Con amor,

Sandra

Anne-Hoffmann-annehoffmannherzmenschfotografie-Josephine-Binder-stillerebellin-2Fotografía de Anne Hoffmann Herzmensh

Nubes que van y vienen – Cómic

¿Os ha dado alguna vez la sensación de que una nube negra rondaba sobre vuestra cabeza? ¡A mí me ha ocurrido muchas veces! Y esto es lo que hago para hacer cambiar a mi clima mental.

Os lo represento con este cómic:

12463888_592975680849534_1994553585_n

 

12483403_592975694182866_612109495_n

 

12463914_592975697516199_1736733096_n

 

12463769_592975710849531_1825857335_n

 

12463831_592975720849530_913590304_n

 

12483386_592975724182863_257546050_n

 

12468179_592975730849529_361992247_n

 

12468011_592975734182862_1073815758_n

 

12468180_592977894182646_874710462_n

 

12459963_592975747516194_778481601_n

 

12467972_592975760849526_370610390_n

El total perdón de los pecados

Ahora que desato las cadenas, te presentas ante mí, reivindicando lo que tú crees ser tuyo.

No me gritas ni me exiges que vuelva pero susurras levemente a mi oído palabras que sabes que no voy a poder evitar escuchar. Rozas con tu dedo suavemente una zona de mi espalda, dejas señales por la casa que me recuerden aquello que dejé atrás.

Y no es tu melodía la que me evoca la pérdida de haberte dejado, es esa incansable presencia tuya que se hace dolor cuando quiero sellar lo que entre nosotros se había creado. Tu presencia intoxica la alegría de ser porque quiere ser yo misma y dejarme vacía de cualquier espacio propio.

Si algo he aprendido en todo este tiempo es que un estallido de luz y fuego puede cegarme y apartarme de las luces ténues que me acompañan cada día. Prender fuego en el espacio de un segundo, puede quemar mis ojos y dejar la piel de mis dedos inhabilitada para acariciar aquello que es más constante y que no requiere de sustos ni improvistos.

Tu alimento sirvió como agarre fuerte ante la desesperada situación de mi alma. Alimento que ingerí para salvaguardar mis ganas de amarrar cualquier sujeto que pudiera mostrarme con su aliento lo que es estar y sentirse lleno de vida.

No podré condenar tu presencia pues a lo errante hay que dejarlo bailar con su rumbo insospechado en los ciclos de la existencia. Más si podré elegir si el elixir que quieres entregarme día a día, es bienvenido en las entrañas de mi persona.

Decir “basta” puede resultar estruendoso. “Se acabó”, poco compasivo. “Dejémoslo de una vez por todas”, puede no llegar a resonar con armonía en el núcleo de nuestro ser.

Tendremos que probar diferentes palabras que trasciendan aquellos hechos que ambos hemos presenciado. Buscaremos la oración final que nos deje sucumbir a ambos en el total perdón de los pecados. Excavaremos hasta probar con certeza y osadía el valor de todo aquello que realizamos movidos por el dolor, la rabia, deseos incontrolados y rencor acumulado.

Y, de nuevo, podremos juntar nuestras manos y alzarlas al viento. Entenderemos la cruda y sentida inocencia de cada uno de nuestros actos. Perdonaremos los daños causados. Te abrazaré para dejarte marchar y, por fin, tú, te habrás marchado.

CARTA A LA RABIA

Depende de la familia en la que hayas nacido y cómo se te haya educado, habrás aprendido a exteriorizar determinadas emociones y, algunas otras, habrás decidido guardarlas dentro de ti. La rabia o la ira de un niño pequeño puede ser vista como una amenaza para el padre que quiere tenerlo todo bajo control o quizás simplemente se vea como algo negativo del niño que le puede dar problemas a la hora de desenvolverse en la sociedad. Sin embargo, la rabia de un niño bien recibida, se convertirá precisamente en algo muy valioso para él en el futuro; le ayudará a marcar barreras, a ir con seguridad en pos de lo que desea, a no tener miedo a expresarse, a sentirse seguro y poderoso y, sobre todo, hará que el niño se encuentre en paz consigo mismo al saber que esa emoción, como todas las otras, es algo bello y completamente natural.

Necesitamos estar abiertos a recibir nuestra propia rabia para así dar la bienvenida a la rabia de los más pequeños, a abrigarla con amor, a entenderla. Comprender mediante la observación y el cariño qué se cuece bajo dicho comportamiento y no cambiar nuestra actitud cuando dicha emoción se presenta. Si transmitimos a los niños que no les queremos cuando externalizan su rabia, esas personitas (al igual que hicimos nosotros) acabarán guardando la rabia para dentro de sí y la dejarán bien escondida, creyendo que es algo malo y contaminando su paz interior.

Así, muchas personas caminamos la faz de la tierra con algo que ruge ahí dentro. Es simplemente nuestra propia fuerza, nuestra poderosa expresión… que un día reprimimos para conseguir amor y que seguimos reprimiendo para no salir de nuestra zona de comfort.

Hoy escribo una carta a la rabia que nunca acepté ni quise ver. Hoy escribo una carta a eso que ha vivido siempre dentro y que se ha mostrado de mil maneras con dolores en mi cuerpo. Hoy me abro a ella y estoy dispuesta a reconocer su verdadero y bondadoso poder.

“Rabia, ¿quién eres? ¿cómo vistes? ¿qué aspecto tienes? Rabia, quiero saber muchísimo más acerca de ti. De tu personalidad, de tus gustos y aficiones. Quiero saber qué detestas, qué es aquello que no puedes soportar, cómo te muestras, qué necesitas y de qué te alimentas. Rabia, quiero cuidarte, quiero quererte como a uno más, quiero invitarte a mi casa y sentarte con los demás en la mesa. Es cierto que nunca antes te abrí la puerta. Ni en aquellas noches de frío en las que nevaba en el exterior y tú llamabas insistente para no quedarte fuera. Es cierto que nunca quise ver tu cara, ni escuchar tu voz, ni ver qué baile me traerías. Yo jugaba con Alegría, le daba besos a Tristeza, acurrucaba en mis brazos a Ilusión, tenía largas y profundas conversaciones con Miedo, bañaba a Amor mientras le dejaba jugar con las pompas de jabón… pero a ti, Rabia, nunca dediqué ni la más mínima atención.

Ahora me doy cuenta de lo excluida que te has sentido en esta vida, de tu necesidad de escucha y de la gran desazón con la que has luchado por sobrevivir. Creo que me aproximo a comprender lo mucho que has sufrido y la tristeza que yo he debido sentir por haberte excluido a ti.

Rabia, cansada estoy de haber querido vivir sin ti. Siento que últimamente me ha faltado fuerza, coraje y determinación a la hora de decidir por mí y sé que esa es la factura que paga cualquiera que no quiere dirigir hacia ti su mirada. Feliz me encuentro de saber que sigues esperando y por fin, mi cuerpo te entrego para que puedas desarrollar tus dones dentro de él. He oído decir que eres una gran guerrera, que luchas desde el corazón y que das fuerza a la gente para empuñar la espada del discernimiento que llevamos todos clavada en nuestro pecho. Empuñar dicha espada quiero así como también deseo sacar contigo a esa guerrera que sé que ha despertado aquí dentro.”

Hoy ratifico que la ira es un sentimiento más que fue dado en este universo para poder canalizarlo de manera constructiva. Hoy entiendo que si no miro a la rabia de frente, que si no la abrigo y la quiero, nunca podré sacar de ella esas perlas guardadas bajo su concha.

rabia reprimida expresada

Déjales entrar

Hacía tiempo que no pasaba una semana tan mala, tan aislada, de bajón. Hacía tiempo que mis antiguos amigos Parálisis, Incomunicación, Aislamiento y Juicio no venían a visitarme de este modo. Llegaron, acamparon y aquí se quedaron sin intención de moverse por varios días. Parálisis consiguió que los músculos de mi cuerpo dejaran de ser mis músculos, Incomunicación bloqueó mis oídos y Juicio no hacía más que reír y reír mientras yo corría desesperada hacia mi querida cueva del Aislamiento. Es duro para el cuerpo tener que abrir la puerta a tales visitantes. Es duro para aquella persona que siempre escuchó que la alegría y la felicidad debían ser los platos a servir en el menú de cada día. Es duro dejar que estos visitantes entren cuando sabes que van a hacerte sentir tu más profunda y delicada vulnerabilidad.

La sociedad nos ha enseñado que estos estados de “caída libre” son inaceptables, vergonzosos; que nos hacen ser menos valiosos. La sociedad nos ha invitado a reprimirlos, a ocultarlos. Y nosotros, así lo hacemos, los reprimimos y los ocultamos dejando que la herida se haga grande muy adentro de nosotros. Salimos a la calle y damos enérgicos “Buenos Días” a la gente aunque nos encontremos hundidos, cantamos a los cuatro vientos todas nuestras fortalezas y todos nuestros logros, publicamos en todas nuestras redes sociales lo bien que nos va y lo guapos que estamos… Y todo esto está muy bien siempre y cuando estemos siendo sinceros con nosotros mismos.

¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Te estás viendo a ti, a todo tu ser o tan solo a esa parte de la que tan orgulloso te sientes? ¿No son acaso valiosos maestros todos estos sentimientos que llamamos indeseados? ¿Por qué no nos damos cuenta que lo que nos hace únicos y especiales es toda esa gama de facetas que cada uno de nosotros posee? ¿Es que no nos damos cuenta que hasta que no le demos la bienvenida a todo nuestro «yo» no vamos a sentir la libertad plena?

Cada día me doy más cuenta que la autenticidad es la llave de nuestra libertad. Ser reales, dejar a un lado los maquillajes. ¡Cuánta valentía es necesaria para abrir los ojos, expandir nuestros brazos hacia el cielo y gritarle al viento quienes somos con total naturalidad y vitalidad!

Bien, manos a la obra, he aquí las opciones que tenemos cada vez que estos valiosos maestros llamados tristeza, desgana, rabia, juicio… vienen a visitarnos a nuestra casa:

OPCIÓN 1) Los ignoro. Continúo sonriendo como si nada, me convenzo de que a mí esto no me está pasando y sigo haciendo lo que estaba haciendo. Esto lo único que va a conseguir es que lo vayas acumulando muy adentro de ti. Al principio no te pesará pero a la larga tus sonrisas serán falsas sonrisas, tus diálogos estarán desconectados de tu interior, tus relaciones estarán basadas en el maquillaje externo y el automatismo de no querer sentir hará que acabes por no sentir nada. ¿La descartamos?

OPCIÓN 2) Lucho. Me enfado conmigo mismo por estar sintiendo esto. Aquí lo único que vamos a conseguir es minar nuestro amor propio y hacer que los sentimientos que provocaron nuestro enfado se hagan todavía más grandes. Nos enfadamos con nosotros mismos por sentirnos tristes, inseguros, aislados… y ese enfado solo provocará que nos sintamos más tristes, más inseguros con nosotros mismos y más aislados. Descartada.

OPCIÓN 3) Decido culpar a los demás de mis sentimientos. Tan solo piensa en el poder que estás dando a todo el mundo que te rodea. Mediante la vocecita que tenemos en nuestra cabeza, somos nosotros los que creamos nuestros propios sentimientos. Por eso es bueno tener una vocecita dulce y cariñosa que nos ayude a ver las cosas como son y nos ayude a mejorar en el día a día. Es necesario cultivar nuestro interior para sentirnos bien y lo suficientemente fuertes para hacernos responsables de aquello que sentimos. Es sano descartar esta opción ya que nos quita poder y libertad. Además, tiene un efecto colateral en las personas que nos rodean ya que al sentirse culpabilizadas puede que respondan de tal manera que estos sentimientos que tú querías evitar se hagan más grandes (por ejemplo: me siento triste, te culpo a ti por estar yo triste, tú te enfadas conmigo por culpabilizarte y yo acabo sintiéndome más triste por sentirme incomprendida o no querida).

OPCIÓN 4) Me paro, observo, expreso, entiendo y acepto. ¡Probemos con esta opción!

a) Lo primero de todo es pararme. En cuanto me doy cuenta de lo que está ocurriendo en mi interior o de lo que estoy haciendo o cómo estoy reaccionando… me paro. Me paro un momento, respiro y observo.

b) Observo lo que está ocurriendo alrededor, observo cómo me estoy sintiendo. Hace falta mucha compasión, objetividad y cariño. Me veo a mí mismo como un ser humano que tiene diferentes estados de ánimo, veo la situación a grandes rasgos. Puede ayudarme poner la mano en el corazón, cerrar los ojos, respirar…

c) Expreso. Agarro un lápiz y comienzo a escribir. Cojo pinturas y comienzo a pintar. Pongo música y empiezo a bailar. Nada está bien, nada está mal. No se trata de ser Picasso o Paulo Coelho. La clave está en expresar cualquier cosa, de cualquier manera y no tener miedo. No tener miedo de estos sentimientos que acaban de llegar. ¿Ha llegado la tristeza? Sumérgete en la expresión de la tristeza. ¿Ha llegado el odio? Este es tu momento de odiar de verdad. ¿Tienes rabia dentro? Vuélvete loco expresando esa rabia incontrolable que ha venido a visitarte. No tengas miedo, tocar fondo solo va a hacer que salgas a la superficie. Date el permiso; un lápiz, una brocha, un baile… expreses lo que expreses no hará daño a nadie y si das rienda suelta a ese sentimiento que te ha llevado hasta aquí, lo siguiente que experimentarás es una total libertad. Pinta el dibujo más oscuro que puedas imaginar, garabatea hasta romper el papel, date el derecho de quejarte mediante la escritura, baila liberando la mayor energía posible y grita, llora o ríe mientras estés expresando todo esto. Créeme, expresar y honrar aquello que llevamos dentro es el único camino a la verdadera felicidad y el único camino que nos puede llevar al entendimiento y a la aceptación. (Si además de expresarlo por ti mismo, te apetece conocer más sobre esto o hacer esto en comunidad, échale un vistazo a las clases y talleres del baile de los 5 ritmos; también te puede interesar la biodanza o talleres de arte-terapia)

d) Entendimiento y aceptación. Esa liberación de energía mediante tu propio arte, te llevará a un lugar de paz. Aquí, pudiendo ya respirar, te será muy fácil entender. Entender porqué te sentías así, comprender más sobre cómo eres… aceptarte y quererte tal cual eres. Entiendes que nada está bien, que nada está mal, las cosas simplemente son, tú simplemente eres…

Una última observación. Si eres de los que, como yo, cuando se siente mal, se va a su mundo, lo intenta solucionar por sí mismo y no lo comparte con nadie más; prueba a contar con la ayuda de los demás. Esto es, quedar con un amigo de confianza, llamar a algún familiar que sea muy cercano a ti… La vida nos ha dado mucha gente que nos quiere, hagamos uso de estos tesoros. Si por el contrario, eres de aquellos que cuando no se encuentra bien, sale corriendo en busca de gente que le pueda aconsejar; frena un momento, respira, escucha dentro de ti e intenta buscar la respuesta por ti mismo. Los demás nos pueden apoyar, pero sólo nosotros sabemos hacia que dirección navegar.

Y, por último, como Rumi escribió:

“El ser humano es como una casa de huéspedes. Cada mañana, una nueva llegada.

Una alegría, una decepción, un sin sentido, un sentimiento del que de repente somos conscientes, se presentarán como visitantes inesperados.

¡Dales la bienvenida y acógelos a todos!  Incluso si es una muchedumbre de preocupaciones que violentamente barre y se lleva todos los muebles de tu casa.

Aún así, trata a cada huésped honorablemente, puede que él esté limpiándote la casa para dar la bienvenida a una nueva delicia.

El pensamiento oscuro, la vergüenza, la malicia; ¡recíbelos riendo en la puerta e invítales a pasar!

Sé agradecido con cualquiera que venga, porque cada uno de ellos ha sido enviado como un guía del más allá”.