Hay hombres que sueñan, que reposan adormecidos sobre una cama esperando que la vida llegue y les insufle ese alma que les falta.
Hay mujeres que sueñan, que creen que ellas pueden soplar en la boca de ellos esa vida que ellos creen no poseer.
Y hay relaciones que se rompen, pues un hombre dormido poco puede hacer con una mujer que sueña despierta; y un hombre acobardado pocas aventuras puede tener con una mujer que disfruta haciéndose rasguños en la selva.
Las historias no siempre son como las cuentan. Hay muchos hombres princesa esperando ser rescatados mientras reposan en su cómoda mirando por la ventana.
Y hay muchas mujeres caballero que creyeron que su llamado era ir al rescate de aquellos seres que siguen dormidos.
Sin embargo, es mejor dejar las princesas, los caballeros y los valerosos rescates para los cuentos; y vivir una vida en la que uno mismo se encargue de abrir sus propios ojos; sin esperar que venga otro a abrírselos y sin creer que, forzadamente, se los podrá abrir a los demás.
Yo ya salí de la torre y dejé de ser la princesa. Me subí a mi propio caballo y creí ser el caballero rescatador. Pero entonces entendí que por ser fuerte, valiente y libre, no tengo porqué ir a la búsqueda de los otros, especialmente, de aquellos que siguen sumidos en su deliberado sueño.
Cada uno es responsable de sí mismo. Parto con mi caballo a lugares lejanos. Y, en el camino, espero encontrar a otras almas valientes y libres como yo que hayan decidido, por sí mismas, vivir una vida llena de placer, amor y significado.