Sobre caminos y elefantes

En un intento por estar presente en el lugar en el que ahora me encuentro, he decidido abrir el ordenador y ponerme a escribir. No te miento si te digo que mi cuerpo está sentado sobre una de las banquetas de este restaurante típico hindú que se encuentra a pie de calle. Y no te miento si te digo que mi estómago se encuentra feliz por la comida casera recibida. También te seguiré diciendo la verdad si te cuento que mis oídos reciben la música tranquila que llega de la tienda de al lado. Y también es cierto que mi corazón late con fuerza, potente, reclamando mi atención.

Llevo un anillo nuevo. Lo he comprado en la tienda del señor que en alguna ocasión me ha leído la mano. Ese hombre se ha convertido para mí en un ancla aquí en Rishikesh y en una fuente de confianza y tranquilidad cada vez que le pienso. Él es de esas personas que conoces que irradian bondad y amabilidad. Así que, tras tantos de sus valiosos favores, he decidido comprarle algo y llevarlo a España conmigo.

El anillo es muy fino y tiene unas piedrecitas que me ha dicho que se llaman Garmet. Lo miro y me recuerda lo sutil e imperceptible que puede ser todo. Incluso lo más grande puede a veces pasarnos desapercibido. Podemos tener un elefante delante y no llegar a verlo.

Así que, a pocas horas de partir hacia Occidente, noto como hay un elefante enfrente de mí. Es muy grande y de momento le tengo miedo. Y ya sabemos que solo le tenemos miedo a lo que desconocemos. Por tanto, no tengo mayor interés que ponerme a conocer a este elefante poco a poco.

¿Quién eres?– le pregunto. El elefante a penas se mueve, es tan grande que solo le llego a la altura de sus pies que se encuentran levemente hundidos en un poco de fango. No quiero mirar hacia arriba pues no sé qué es lo que me voy a encontrar. Así que, de momento, estudio sus pies, sus pezuñas, la textura rugosa de su piel ahí abajo y, poco a poco, voy tocándolo aventurándome con mis manos a alcanzar aquello que debe haber más arriba. Ya casi le estoy tocando la zona central. No es tan misterioso como pensaba, me asusta un poco menos pues siento que su piel es suave y él sigue respirando tranquilamente de un modo que se hace placentero para mí. Su barriga se mueve y noto que tiene mucho peso en su interior. Finalmente, sin mirarle directamente, pongo mis manos cerca de sus orejas.

¿Quién eres?– le digo ahora al oído. No responde y decido subirme a él. La vida desde aquí se ve mucho más bonita. Consigo ver como este Sol del atardecer lo ilumina todo y la escena cobra un sentido casi mágico. No conozco todavía la cara del animal que me lleva en sus lomos pero éste se ha puesto a andar.

Decido no preguntarle más cosas y miro hacia atrás no queriéndome dejar nada sin observar de este bello paisaje. El pasado que veo detrás es tan bello como lo que tengo delante y se confunde con lo que se encuentra justo a mi lado, a mi altura y a mi nivel. Es como una imagen global y enternecedora que se hace igual mire hacia donde mire. Todo es bonito visto desde aquí. Yo y mi amigo el elefante. Ambos seguimos en camino. Yo ya me encuentro en silencio. Y él sigue tranquilo, caminando.

elefantes

¿Quién soy?

Llegar a ese punto de humildad en el que decides mostrarte tal cual eres no es sencillo. No es fácil, en primer lugar, porque quien uno es parece variar con el tiempo.

¿Quién soy? Me hago esta pregunta porque mi mente no llega a creerse que yo sea tantas cosas en una misma persona. ¿Cómo es posible? ¿Cómo un solo cuerpo puede englobar tantas experiencias, emociones, sensaciones, identidades, percepciones? ¿Cómo en una misma existencia una puede saborearse en tantas texturas diferentes y bañarse en tal variedad de colores? ¿Cómo puede un mismo corazón sentir de maneras tan extremas y, a la vista, contrapuestas? ¿Cómo es posible que yo sea la misma que fui hace 20 o 10 años? ¿Cuál es el hilo que une todas mis experiencias? ¿Qué es lo que queda ahí dentro que me mantiene en una cierta coherencia? ¿Dónde está la base? ¿Dónde está eso que no cambia entre tanto cambio? ¿Quién soy yo? Repito.

Es complejo. No es sencillo. Serlo todo es extraño y poco manejable cuando uno se exige a uno mismo el autoconocimiento.

Todavía me juzgo, todavía me comparo, el juego en el que yo misma soy mi contrincante no ha acabado todavía. ¿Quién es esa que tengo enfrente a la que intento ganar? ¿Qué tengo en contra de mi misma? ¿Qué veo en ella que quiero derrotar? ¿A qué le quiero ganar la batalla? ¿Desde cuándo soy dos, tres, cuatro… mujeres a la vez en lugar de una? ¿Y desde cuándo entendí que debo destruirlas a todas ellas para poder ser coherente en el ambiente que me rodea? ¿Llegará el día que pueda integrarlas a todas en una sola? ¿Llegará el día que mi corazón se abra a amar a todas las partes que componen a mi ser de mujer? ¿Y el día que abrigue con mis amables brazos al hombre que vive fuera y dentro de mi misma?

Veo fotos de hace unos años para acá y mi cuerpo se descompone. ¿Quién soy yo?, me vuelvo a preguntar. ¿Y por qué esa que fui ya no soy y esta que soy no es quien era?

¡¿Cuándo llegará el día que entienda que yo siempre soy la misma, independientemente de lo que se cueza a mi alrededor o las emociones que pongan patas arriba los organizados órganos de mi cuerpo?!

Ese día no ha llegado y, por tanto, la pregunta insiste y no cesa. Así que yo me sigo preguntando:

¿Quién es esa?

Y, de repente, siento que necesito escupir mucha verborrea… Y es que esa que tienes delante está cansada de las etiquetas, de los deberes, del sistema… Está cansada de los juicios, de los roles, de los desprecios… Está cansada de la palabrería, de las poses, de la poca sinceridad,… Está cansada de los objetivos, de los caminos, del conocimiento… Está cansada de la luz, de la congruencia, de tener que saber lo que es bueno… Está cansada de sus propios miedos.

Esa que tienes delante quiere sacarse la mordaza de la boca y deshacer los propios nudos que puso en su cuerpo. Esa que tienes delante quiere ser libre en un mundo sin complejos, esa que escribe quiere sacar fuera lo que hay dentro, rugir ferozmente y que no sea sola en el silencio. Esa que busca respuestas quiere probarse como un animal en todo tipo de terrenos. Quiere ser roca, agua y fuego. Aventurarse en la selva de la vida. Ser valiente y decidida. Actuar, romper el hielo.

Abandonar el pueblo de la fantasía e integrarlo bien adentro. Utilizar mi imaginación como mi arma pero no como un cobijo de aislamiento. Dejar huella en este suelo.

Ser materia, encarnar mi cuerpo y no  ser solo fuente de conocimiento.

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SILENCIO

Las palabras no me sirven. En ocasiones me acercan a las personas. Ahora no me sirven.

El silencio, ¡cuantísimo lo aprecio!

Ruido.

Soledad.

Incomprensión.

Silencio, solo quiero estar en silencio. Ojalá tú también pudieras.

En el silencio puedo mirarte tranquilamente a los ojos. En el silencio siento tu energía bailar a nuestro alrededor. En silencio mi respiración se une a la respiración del universo.

Ojalá existiera un mundo en silencio. Así, tú podrías decirme cuánto me quieres sin mediar palabra. Así, yo podría pedirte perdón sin utilizar la voz.

Silencio, paz, la cura definitiva. Silencio, cuánto te quiero.

Silencio, en el silencio no hay preguntas. El silencio es la respuesta a la no pregunta. Silencio, ¡qué paz, qué sencillez!

Silencio interno. Calidez en mi interior.

Silencio, no sabía cuantos regalos me traerías.

Silencio, por fin no me das miedo.

Silencio, me abro a ti. Dame tus dones, silencio. Enséñame. Yo no sé nada, solo sé palabras. Silencio, yo no sé nada, solo sé palabras.

Silencio, me entrego. Me entrego, silencio. Me entrego a no saber, me entrego a las no palabras, me entrego a la oscuridad del comienzo de un camino. Me entrego a no saber nada.

Silencio, eres el guía cuando estoy perdida. Silencio, silencio, ojalá pudiera estar siempre en silencio. En silencio interno, en completo silencio.

Observarte, vivir contigo, amarte con mi silencio. Dejarte gritar, saltar, chapotear, enfurruñarte, amar en estados extremos. Dejarte cantar, bailar hasta llegar al éxtasis estando yo a tu lado, en un profundo silencio. Que te muevas y seas libre, que pasees con los pies descalzos sobre la arena, que te sumerjas en las aguas frescas del océano, que escondas la cabeza y abras los ojos a la inmensidad que te rodea. Que descubras los peces de colores, las medusas y las algas verdes. Que nades, que seas libre, que te fundas y te confundas envuelta por la naturaleza. Que vivas, que respires, que seas tú, que yo sea como el agua del mar en la que puedes penetrar dejándote sanar. Que yo sea el agua del mar que haga entrar en tu mente preciosos tesoros marinos, que mi silencio sea tu respuesta, que mi respuesta seas tú.