Me miras mientras estoy de espaldas y, aún a sabiendas de que no me giraré, te quedas ahí absorto. No sé si será mi pelo, el viento que lo acaricia o el paisaje que nos acoge lo que hace que no te acerques, que sólo me observes y me atesores en tu mirada.
Soy más pequeña de la estatura que me confieres y, quizás, menos rica de lo que piensas. Puede que mi rostro se encuentre lleno de tierra y que la suavidad de mis manos esconda tristeza en la profundidad de sus grietas.
Sin embargo, te das la vuelta sin haber llegado a coincidir con mi mirada y yo, sin necesidad de girarme, percibo como te alejas: apenado, apesadumbrado y quejumbroso; cómo si hubieras intentado algo, cómo si hubieras luchado para que floreciera el amor.
Ilustración de Claudia Tremblay