¿Cómo reconocer que nunca llegué a ser del todo feliz? Que tuve miedo a la vida, que no me atreví, que hui de los retos, aventuras y los cambios; y me escondí en mí.
¿Cómo reconocer que no quería vivir fuera, que huía de ti y huía de mí? Que los barrancos solo eran atajos para dejarme caer en tus manos sin saber qué sería de mí.
Sabiendo ahora lo que extraño sentir tu presencia latir dentro de mí, acaricio la idea de que fui cobarde, de que hui y jamás comprendí aquello que de verdad tenía delante o se encontraba junto a mí.
Toda mi vida he huido de la verdad, he tenido miedo de la gente y la sociedad, edificios altos, coches rápidos, ruido y gente frenética caminando por la ciudad. Asustada por el miedo conocí al bien y al mal pero siempre yo tras una sábana diciendo: “No me veas, pero déjame entrar”. Entraré escondida ante tu presencia porque no quiero que me veas jugar, reír, ni cantar… Yo soy un fantasma y tu dicha me recuerda que yo elegí mi malestar.
Ojalá lloviera y se llevara el agua lo que esta carta anuncia, denuncia y bien adentro quiere aceptar y es que viví escondida y ni siquiera la cabeza desde mi casa móvil pude asomar.
Vida mía, dame fuerza para que pueda destapar mi belleza, mi alegría, mi sonrisa interna y mi bondad.