DESCONEXIÓN

Paseaba por la zona de Callao en el centro de Madrid y un chico joven voluntario de Greenpeace me paró para pedirme colaboración en alguno de los proyectos de protección de la naturaleza y el medio ambiente. Sin vergüenza ni reparo le respondí que no estaba interesada pues los temas del medio ambiente no era algo que tocaran mi corazón. ¿Por qué iba a estar avergonzada de algo que era como era? ¿Es que acaso uno tiene que ocultar aquello que ha entrado en su consciencia y aquello que no? Vi como aquel chico me miró con ojos juzgones y yo seguí caminando. Esto fue hace unos cuatro años. 

Hace ahora tres años, tan solo un año después de aquella conversación esporádica en el centro de Madrid, me encontraba en California, concretamente en Santa Cruz, una pequeña ciudad costera repleta de los árboles más viejos, anchos y altos del mundo: los red woods y las secuoyas. Allí me encontraba haciendo un curso de coaching en PNL con el que pretendía conocerme un poco más para poder seguir con ese camino profesional y personal que tenía tan claro en mi cabeza desde hacía muchos años.

Yo iba a ser una empresaria de éxito, continuando con la empresa de mi padre; quería formar una familia pero, sobre todo, lo que más quería era trabajar mucho. Quería hacer del trabajo mi pasión y dejar todo lo demás como algo secundario. De hecho, esperaba que mi pareja fuera alguien que quisiera dedicarse a los niños pues en mi cabeza no estaba la idea de pasar mucho tiempo en casa. Así, con este plan de vida que no pensaba cambiar, llegué a aquel curso en California.

Solo tuvieron que pasar dos semanas para que todos mis planes de vida se desmoronaran y se abrieran ante mí cientos de posibilidades que nada tenían que ver con seguir el camino que “yo” me había marcado. Sin embargo, no es por aquí por donde quiero que continúe el texto… De hecho, yo quería hablar de lo que ocurrió el tercer día estando allí.

Ya, en tres días, me había hecho un mejor amigo: Mark. Él era originario de Suiza, vivía muchos años en Nueva York, era una persona muy activa y extrovertida y destacaban claramente su intuición, su conexión con su corazón y lo que ahora llamaría “su espiritualidad”.

Aquella tercera tarde del curso, tras una mala experiencia con un compañero de clase, me sentí confundida y desorientada por lo que fui corriendo en busca de ayuda al lugar en el que se encontraba Mark.

Él estaba en otra clase, atendiendo una lección con otro profesor. Al verme llorar, salió corriendo y fuimos a una zona apartada donde había césped. Nos pusimos de pie al lado de un árbol.

Respira”- comenzó diciéndome. “Vamos a ver qué ha pasado, vamos a hacer que te encuentres bien. Esto va a pasar. Dime, Sandra, ¿qué te ocurre? ¿qué sientes?”. Le comenté que me sentía como encarcelada, que me costaba respirar, que era como si, de repente, necesitara sentir la plena LIBERTAD.

Me dijo: “Busca en tu mente un momento en tu vida en el que hayas sentido plena LIBERTAD. Siéntelo y ve compartiéndolo conmigo con tus palabras”.

Cerré los ojos y me imaginé en medio del mar. Para mí siempre es una sanación completa meterme en el agua del mar, ver el vasto horizonte frente a mí, el cielo sin límites que me rodea, el agua acogiendo a mi cuerpo que se entrega a ese inmenso océano…

Comencé a explicarle lo que sentía: “Siento el agua en mi cuerpo, respiro, saboreo la sal del mar en mi boca, mi pelo está mojado, veo el horizonte, algunas rocas a mi derecha, siento que soy esto que veo, me fundo con las olas…”

“Intensifica esta sensación”- me dijo.

Con los ojos cerrados, comencé a mover mis brazos como si estuviera tocando el agua, realmente sentía que estaba ahí, sentía toda esa libertad que me proporciona entrar en el agua del mar. Comencé a respirar cada vez más profundamente, sentía más y más libertad en cada una de las células de mi ser.

“Más, intensifícalo todavía más”- volvió a decir.

La sensación de pertenencia a la Tierra, la sensación de pureza y comunión con la misma naturaleza,… empecé a sentirme uno con el Todo y la sensación cogió tal intensidad que comencé a sentir electricidad en todo mi cuerpo. La sensación creció, creció… mis piernas temblaban y acabé por dejarme caer al suelo.

“Mark, necesito ir al suelo. Necesito estar aquí”.

Me tumbé, puse mi pecho- mi corazón- en contacto directo con la Tierra. Y, de repente, empecé a sentir dentro de mí torbellinos de energía, por mis pies, recorriendo mi cuerpo, yendo muy rápido a través de mí.

Él debió notarlo y me dijo: “¡DÁSELO A LA TIERRA!”

De repente, empecé a notar como toda esa energía se desparramaba por mi pecho en dirección al centro de la Tierra. He de decir que nunca antes había tenido una experiencia así y que, para quien lo esté leyendo y le resulte extraño, tan extraño me estaba resultando a mí.

Confié en el momento que se hizo completamente intenso y dejé de escuchar a Mark. Dejé de saber en qué lugar me encontraba. Solo sabía que estaba yo, tumbada en la Tierra y que toneladas de información viajaban desde mi cuerpo hacia la Tierra. Era como si la Tierra quisiera absorber todo aquello que me sobrara, aquello que me pesaba, aquello que yo no necesitaba.

Estaba llorando, sintiendo todo eso salir de mí, fuera de razón de saber qué estaba ocurriendo. Energía, energía, energía… que salía de mí, que era absorbida… De repente, se hizo un parón. Un silencio completo. Y una gran respiración entró en mi cuerpo, llenando todo mi pecho y fue como si la Tierra me devolviera todo lo que le había dado, pero ahora, era otro tipo de información. Comencé a respirar, a recibir energía a través del corazón, a recibir alimento. Visualicé montañas, ríos, grupos de árboles, me vi a mi misma desnuda en medio de la naturaleza. Respiré, respiré, respiré… recibí, recibí, recibí… Era un regalo de la naturaleza, que estaba yo recibiendo en ese justo momento…

Tras aquella primera experiencia que tuve en comunión total con la abundancia de la naturaleza, mi relación con ella cambió brutalmente. Cada vez que podía, caminaba sin zapatos para sentir ese suelo caliente bajo mis pies. Cada vez que tenía un hueco, me iba a apoyar mi espalda sobre alguno de esos árboles ancestrales. Comencé a sentir la presencia de la luna y de la naturaleza en sí dentro de mí. Y, encontré, finalmente, a esa mamá incondicional que todos buscamos para que nos arrope en cada momento.

Hay veces que me siento huérfana y sé que no soy la única persona en el planeta que le pasa esto. Siento que necesito apoyo, amor incondicional, que alguien me diga que valgo y que soy maravillosa. Necesito de una presencia que me certifique que estoy bien como estoy, que no necesito ser perfecta, ni estar siempre presente… Necesito de un lugar que me arrope y me haga sentir que me encuentro en el lugar en el que estar por derecho propio. Esa presencia, esa “persona”, ese lugar… está siempre ahí esperándonos. Y cuando nos faltan las palabras, las caricias, los abrazos… la Tierra siempre está ahí para abrazarnos.

Entiendo que en un mundo digitalizado, enfocado a hacernos ser algo que no somos, lleno de información innecesaria, carente de herramientas para llevarnos al lugar al que pertenecemos… la gente andemos perdidos. Entiendo que busquemos estímulos externos que nos saquen del dolor escondido de sentirnos poco vistos, poco recibidos…

Entiendo… Entiendo…

Sin embargo, hay una realidad mucho más cercana al iphone, a la mesa de la oficina de trabajo, a la copa de vino para aliviar las penas, a los pensamientos exigentes de “querer ser algo más”… y esa realidad se encuentra dentro de uno mismo.

Si no encuentras dicha realidad, no se trata de culparse a uno mismo o culpar al vecino,… se trata de observar el mundo en el que vivimos y decidir hasta qué punto estamos dispuestos a rechazar lo que nace naturalmente de nosotros. Hasta qué punto queremos vivir desconectados de nuestra emoción natural o de aquello que nos hace sentir completamente vivos.

El hormigón, las plazas de ciudad llenas de cemento, los aparatos electrónicos, las casas acorazadas y completamente aisladas… nos están llevando a una muerte emocional. El corazón se encuentra en las cosas que viven: en las plantas, en la tierra, en las nubes al moverse… en tu pelo agitándose con el viento, en tu cuerpo inmóvil contemplando una noche de luna llena…

Hay alguien esperándote “ahí fuera”, deseando recogerte por ser quien eres, queriéndote aceptar en el momento en el que estás… y se llama NATURALEZA, sea ésta externa o sea ésta interna.

Date un baño en el mar de manera consciente, siente en tu cuerpo los colores del cielo de una puesta de sol, túmbate en una roca a la luz de las estrellas… entrégate como ser humano en tu propia lucha y ESCUCHA lo que un momento de vida en la Tierra te puede llegar a decir.

CAMINODESANTIAGOcaminodesantiago2

Fotografías en el Camino de Santiago, 2012

PERDIDAMENTE VULNERABLE

El otro día pensaba en una de mis cualidades: la pasión y la entrega a la hora de vivir lo que la vida me brinda. No suele ser tan común, creo, que la gente se entregue tanto a entender qué le está pasando o a desgranar todo aquello que va sucediendo.

Al fin y al cabo, veo que vivo la vida de manera auténtica y que siempre estoy dispuesta. Soy yo misma aunque a veces me pese y siempre intento no defraudarme a mí siendo leal y sincera con lo que de verdad está ocurriendo en mi interior. Busco experiencias, las observo atenta desde todos los ángulos como si se trataran de un complejo y misterioso prisma, lloro lo que me duele y le sonrío a momentos sencillos que encuentro llenos de magia. Me compadezco de mí, me abrazo, me riño, me beso… vivo, de pleno, siempre conmigo misma.

No voy a negar que a veces quiera echar a correr por patas cuando emociones desagradables se posicionan como losas en mi interior. Siempre hay algo mejor que hacer que sentarse a ver lo que a una no le gusta y muchas veces caigo en la tentación de agarrar cualquier juguetito antes de vivirme plenamente en ese momento que califico como desagradable.

Escuchando a Teal Swan el otro día, aprendí mucho de lo que es ese estado de presencia incondicional con uno mismo. Ella explicaba que, muchas veces, cuando nos encontramos en desasosiego, corremos a hacer cualquier otra cosa para evitar estar en ello: nos vamos a la calle a correr para liberar esa energía, nos tomamos un trozo de chocolate o una copa de vino, cogemos el móvil o nos ponemos enfurecidamente a meditar en el “ahora, ahora, ahora” intentando expulsar de nuestro interior una emoción real que está llamándonos a gritos desesperada para que le hagamos algún caso.

Decía ella que, precisamente, con la herida que tenemos todos de haber llevado una infancia desatendida en lo que no les es agradable a nuestros padres (te quiero si estás contento, te quiero si te portas bien, te quiero si no rompes mis esquemas mentales…) acabamos siendo nosotros los que también nos damos ese mismo mensaje de tener que ser de una determinada manera para contar con nuestro propio apoyo y atención.

Ella afirmaba que, cuando huímos de una emoción, estamos huyendo de nosotros mismos. Nos dividimos en dos, la que siente y la que niega lo que se está sintiendo. ¡Nos abandonamos! ¡Solo queremos estar con nosotros mismos cuando estamos bien! 

Quererse significa estar a nuestro lado en lo bueno y en lo malo. Y saber que uno puede contar con uno mismo a todas horas es un regalo que nadie nos puede quitar.

Las palabras siempre han sido fáciles –por lo menos, para mí- pero ¡a ver quién tiene el coraje para sentarse consigo mismo y respirar una y otra vez SINTIENDO a cada segundo eso que pincha bien adentro!

Lo bonito del tema es como uno se ablanda cuando hace este tipo de prácticas. Te das cuenta de lo “cervatillo” herido que eres y, entonces, puedes volver a salir al ruedo sin necesidad de hacerte el fuerte.

Y sí, tras esto que aprendí de aquella mujer, he estado observándome cuando huyo de mí misma. Y no me apetece hacerme eso más. Quiero contar conmigo de verdad. No me quiero abandonar. Por eso, espero tener el coraje de vivirme plenamente, estando a mi lado y acompañándome en cada emoción. Sacar esa fiera valiente que llevo dentro y MIRAR, MIRAR Y MIRAR de frente aquellas cosas que me hacen sentir perdidamente vulnerable.

Imagen

Ilustración propia: «Oh Dios, si tan solo pudiera dejar de huir de la tristeza»

«Precisamente, sufrimos por querer huir del propio sufrimiento», Teal Swan

 

AMOR INCONDICIONAL

Recuerdo los primeros años de mi vida. El calor de los brazos de mi madre, la comodidad de mecerme en los pechos de mi abuela, el alboroto de felicidad y ternura que me rodeaba allá donde mis pequeños pies pisaban.

Cuando somos bebés, todo nos está permitido y el amor hacia nosotros viene de una fuente inagotable. Todos los seres que nos rodean nos miran con cariño y mucha atención y ni las manchas de papilla en la ropa recién lavada, ni los estallidos momentáneos de enfado, ni el tirón de pelo que le damos a la niña que tenemos al lado hacen que nadie dude por un momento de nuestra bondad y la belleza de nuestra naturaleza. Cuando somos bebés, estamos guapos mientras reímos y lloramos con la cara llena de mocos. Cuando somos bebés, podemos elegir los brazos sobre los cuales apoyarnos. Cuando somos bebés, todo es comprendido, todo es aceptado y el amor que recibimos no está de ningún modo condicionado. Este es el amor que profesamos cada vez que vemos a un niño tambaleándose dando sus primeros pasos.

Sin embargo, algo diferente ocurre cuando nuestras miradas se dirigen a otros adultos como nosotros. Los párpados se entrecierran para ofrecer una mirada menos confiada, nuestra mente se vuelve más rígida, nuestro cuerpo se cierra y se pone a la defensiva, nuestro corazón se encoge.

Me gustaría dar a pensar hasta qué punto es amor aquello que decimos ser amor: ¿Realmente quieres a esa persona? ¿Quieres su felicidad o a lo que te aferras y lo que realmente quieres es lo que esa persona te está haciendo sentir a ti? ¿Está el foco en ti o está el foco en ella? ¿La quieres por encima de todo? ¿La quieres más allá de sus comportamientos? ¿La quieres simplemente por ser quien es o ese amor está condicionado a la intermitencia de sus actos?

El amor que sentimos hacia los demás es exactamente el mismo que sentimos hacia nosotros mismos. Si nos queremos solo cuando estamos guapos y delgados, si nos queremos solo cuando cumplimos nuestros propósitos, si nos queremos solo cuando tenemos éxitos profesionales o personales… si el amor hacia nosotros mismos está condicionado por nuestros actos, comportamientos y resultados; de ese tipo será el amor que le estemos dando a los demás.

Solo cuando me acepto y me observo sin juicio, puedo ser benevolente conmigo mismo y con las personas con las que me relaciono. Solo cuando me quiero de verdad, simplemente por el hecho de SER, soy capaz de querer a los demás del mismo modo. Eso es amor incondicional, el único que realmente existe. Es ese amor que hace que quieras cada una de las células de la otra persona, es ese amor que te hace ver la perfección del ser a quien amas tal y como es, es el amor que ama al todo, a la totalidad de una persona, a todas sus facetas. Un amor no condicionado, un amor que no rechaza, un amor que da la bienvenida a la persona tal cual es y está enfocado en lo que por esencia es un ser humano.