«No soy saludo, ni despedida; ni lo blanco ni lo negro soy. No como me defines, ni como me lees, ni aquel del que te hablaron o de quien oíste hablar.
No soy el cielo, no soy la tierra; de nadie a su cadena voy atado, ni siervo de ningún credo soy.
No soy una ilusión, ni copa de vino para tu corazón solitario.
No estoy cautivo, de nadie soy rehén; no soy alguien sin valor, ni me envía maestro alguno.
No soy mendigo de cualquier templo o mezquita o taberna. Ni el infierno ni el paraíso soy, así es mi esencia.
No digo estas palabras hoy, ni hoy las escribo; con pluma de luz lo hice en la aurora de la preeternidad.
Si eres capaz de entender tal sutileza, te lo revelo en secreto y susurrando, para que nadie escuche este secreto precioso del universo:
todo cuanto han dicho y recitado, eres tú; tu eres el alma del mundo, oculto y visible eres tú.
Tú eres aquel a quien toda una vida buscas con sollozos; no sabes que tú mismo eres el núcleo mismo del amor.
Tú eres los misterios ocultos, tú el jardín del Edén. Tú la respuesta a toda filosofía, a todo cómo y porqué.
Juro por ti que te mostraron este misterio, y tú, sin temor, despertaste: más inmenso que los universos, no eres parte alguna ni agua en cuenco de barro.
Tú eres Él, hazte consciente de ti mismo, para que no te quedes junto a cualquier casa en ruinas y veas el fulgor de tu propia luz.»
Rumi