MARCHAR

Pienso en la muerte a menudo o, quizás, sea la muerte la que piensa a menudo a través de mí. Me parece inevitable que el hecho de sentir vida y luz solar durante el día, no te revoque el hecho de que la luna aparecerá en unas horas y todo aquello que permanece vivo, acabe introduciéndose en un aletargado sueño.

El otro día veía gente pasear por la ladera del río, también algunos cruzaban por encima de un puente e imaginé otras tantas personas que caminaban en ese justo momento sobre la faz de la Tierra. Todos moriremos en menos de unos 100 años. Nadie de los que estamos aquí, estará. Y, sin embargo, nos lo tomamos todo tan a pecho.

Supongo que necesitamos impulsos para vivir y es por eso por lo que nos afiliamos a un partido político, decidimos proclamar a toda voz nuestros gustos y opiniones, queremos creer en algo que esté palpitante y lleno de vida… Quizás necesitamos apoyar nuestro caduco cuerpo sobre ideas que creemos eternas o ideales que hacen que lo que es perecedero se olvide de su condición y entre en un estado etéreo en el que no hay ni un comienzo ni un fin.

Sin embargo, no deja de asombrarme la facilidad que tiene el ser humano para apegarse a un concepto. Por concepto me refiero a una opinión, un gusto, una idea, un hecho, un algo que de momento parece llenarle de vida y significado. Me pregunto hasta qué punto estamos hechos principalmente por todo eso: por ideas.

De cualquier manera, veo que no llego a alcanzar esa comprensión sobre el funcionamiento de nuestro corazón y aquellas cosas por las que se siente atraído.

Diría que hay algo Universal, y es eso que nos guía desde lo más profundo de la existencia de cada uno. No sabría cómo describirlo, pero si pudiera elegir, diría que es como una llama de fuego lo más enana que uno pudiera imaginar pero potente sin conocer medida. Diría que se encuentra en lo más profundo del corazón de cada uno y que es Una e igual para todos nosotros. Creo que es “eso” lo que llena a la vida de lo que ésta es, al contrario de ideas mentales o burdas pasiones a las que a veces nos apegamos.

Esa llama es la que verdaderamente nos empuja, desde el corazón, a hacer las cosas que hacemos. Y es a través de nuestros ojos físicos, si la mente no se encuentra muy contaminada, que podemos retroalimentar a la llama que habita en nuestro interior proporcionándole información sobre las agitadas, explosivas, inertes o vitales experiencias que se tienen cada día.

Sí, puede que sea eso lo que verdaderamente me motiva a calmar mi mente y recibir la vida por como es. Debe ser eso, el querer devolverle al Universo el regalo que me ha dado a través de proporcionarle una visión clara y sin juicio de todas las cosas que en esta increíble vida suceden todos los días.

Esto no quita que, a la vez de sentirme conectada con la existencia en el más puro sentido trascendental, no intente por todos los medios negar esta tendencia que tiene mi alma de fijarse en lo más profundo.

No yendóme muy lejos, tan solo al día de ayer, comentaré la felicidad casi cómica que me produjo el hecho de arreglarme e ir a una boda. Y digo cómica, no porque no hubiera felicidad real de encontrarme rodeada por personas maravillosas que me acompañan con amor en el camino sino por el siguiente motivo por el que mi alma dio aplausos por unos momentos:

“¡Por fín!”- pensé- “soy una persona normal”.

Fue el simple hecho de comprarme un vestido, maquillarme, depilarme, juntarme con mis amigos, beberme una copa de vino y bailar lo que llevó a mi persona a relajarse por un momento en la idea de que todo estaba bien y Sandra- yo- había vuelto al lugar que le correspondía- esta civilización, esta sociedad.

Y no, la verdad que no, hoy veo que sigo siendo la misma que era antes de ayer. Sigo siendo tan rara como era. El éxtasis de la idea de pertenencia que tuve durante la boda ha durado poco tiempo.

Pertenencia, grupo, comunidad…

Estos dos últimos años mi mente se ha hecho un lío creyendo que para alzanzar la verdadera plenitud, uno debe aislarse hasta encontrar todos los frutos por sí mismo. ¡Cuánto mal han hecho esos libros de espiritualidad que nos dicen que la felicidad se encuentra en uno mismo sin reflejar, con igual intensidad, la importancia que tiene para el ser humano la pertencencia a una comunidad!

Sí, digamos que sigo sin haber encontrado la manada. Quizás no habrá un lugar en el que se acoja mi ambivalente trascendentalidad. Lo que sí sé es que no me hago favores cuando oprimo brotes creativos. No me ayudo cuando me pido dejar de seguir aquello que a mí me hace feliz. No acierto si pretendo encajar a fuerza y a presión en un mundo que creo que baila en un ritmo contrario al que a mí me hace sentir viva.

Creo que debo respetar la autodestrucción que muchas personas han aceptado como su forma de vida. Creo que debo amar mediante el no-juicio a aquellos que no quieren salir de sus casas. Creo que debo comprender que los entresijos del alma no me competen cuando no se corresponden con el alma mía.

Creo que no me queda otra que andar, a mi paso y hacia delante. Y dejaros marchar, a todos aquellos que, por algún motivo, hayáis decidido caer de picado en el vacío.

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Pintura de Andrew Wyeth; Christina´s World

Mentes creativas. Espacios desordenados.

Mi tendencia suele ser dejar la casa desordenada. Incluso cuando acabo de limpiarla y organizarla y todo se queda reluciendo como los chorros del oro, siempre tengo ese primer momento de placer de poder dejar una camiseta bellamente tirada en la esquina de la cama. ¡Es casi poético!

Hasta ahora, no lo he podido evitar. Aunque mi señorita Rottenmeier me pedía que lo tuviera todo organizado para poder desempeñar con más eficiencia las tareas de mi vida; había una parte en mí que lo único que quería era poner todos los trastos de la casa en movimiento para poder ordenarlos una y otra vez más.

A veces me sorprende como llega el desorden y se presenta ante mí sin haberme avisado previamente. Cuando hace solo unas horas que lo he dejado todo bien organizado, miro a mi alrededor y objetos que no pertenecen a un determinado lugar yacen desorientados manteniendo relaciones con otros objetos que, claramente, no son de su círculo. Por ejemplo, una cucharilla de plástico pasándoselo en grande dentro de la caja de rotuladores de colores, la botellita de hacer pompas de jabón disfrutando en mi altar al lado de la figurita de una diosa budista, la tarjeta de visita de la consulta de un amigo asomándose expectante desde el estuche de maquillaje,… y así decenas de objetos más que empiezan a hacer de las suyas.

Hasta ahora, todo este juego me había parecido gracioso u odioso, dependiendo la ocasión. Hoy, no tengo sentimientos al respecto, solo sé que quiero sacar algo en claro que me lleve a la acción al respecto del orden caótico en mi existencia.

Por un lado, leyendo un artículo en internet, he encontrado que el caos en el hogar no es algo “tan malo”. Afirma que se hizo un estudio y se comprobó que la gente que se encuentra en espacios caóticos tiene ideas más creativas que la gente que está en espacios completamente ordenados. Parece ser que el orden promueve los valores de la convencionalidad, lo que está establecido, lo tradicional. Así, encontrarse en un espacio desordenado, ayuda a la persona a salirse de lo establecido y dar con ideas nuevas.

De hecho, ahora que recuerdo, en la empresa en la que yo trabajé un par de años, había una sala que se llamaba “la creativa”. Íbamos allí para relajarnos, salir del ambiente cuadriculado del trabajo y poder inspirarnos para tener ideas innovadoras. La sala tenía puffs, suelo verde, almohadas y elementos poco comunes en una oficina…

Por otro lado, he seguido investigando en internet, y he encontrado otro artículo en el que se hablaba de que el desorden en el hogar es un reflejo de los miedos inconscientes que tenemos más allá de la mente. Se decía que el caos externo, puede significar incertidumbre acerca de tus metas, de tu identidad o de lo que quieres de la vida y que, precisamente por ello, los niños pequeños tienen sus habitaciones desordenadas ya que ellos todavía no tienen consciencia ni de su identidad ni de sus metas.

En este segundo artículo, también se mencionaba que el desorden y la acumulación innecesaria de objetos bloquean las vías de acceso de nuevas oportunidades y nuevas personas (todo lo nuevo en la vida) y nos hace perder tiempo que puede ser muy valioso para estructurar de manera ordenada y disciplinada nuestro plan de vida.

Así que me encuentro una vez más con mis dos “yo”, las cuales quieren cosas diferentes. Una de ellas es una desmelenada que disfrutaría viviendo desnuda en la selva comiendo frutas frescas y dejando que su jugo se derramara en parte fuera de su boca (si alguien conoce a la diosa hindú Kali, digamos que esa sería una de mis yo); la otra quiere un poquito más de orden y estabilidad. Como siempre, habrá que llegar a un punto medio y quizás, ayudar a mi parte salvaje a incorporarse un poco al mundo del orden y de la forma. Y, también, enseñar a mi parte más disciplinada a valorar la locura extática que viene del caos y las ideas nuevas que surgen de todo ello y que también me ayudan mucho a desenvolverme en esta vida.

En cuanto al lugar en el que vivo, sí que quiero ponerme manos a la obra y esto es lo que saco en claro después de lo escrito:

–   Me doy cuenta que querer tener la casa desordenada tiene que ver con la rebeldía que se genera en mi interior al ver un mundo tan estructurado y que vive tanto en lo “socialmente aceptado”. Me cansa tanta apariencia, convencionalidad, apatía y rutina externa y me rebelo mostrando lo más salvaje y caótico que hay en mi interior.

–   Veo también que quizás yo misma esté reprimiendo en parte mi caos interno sin llegar a expresarlo y es por eso que sale disparado a modo de objetos desordenados.

–  Contemplo la posibilidad de que desordenar me lleva a tener que hacer algo luego (ordenar) y así puede que esté evitando momentos de tiempo libre en el que plantearme preguntas que a veces quiero evitar sobre mí y mi vida.

–  Puede que el desorden –típico en los niños- lo provoque para mantenerme alejada de responsabilizarme de mi vida adulta o, simplemente, por alejarme de aquello que se llama ser adulto. Quizás porque tengo un concepto erróneo de lo que es ser adulto o porque los adultos en sí tal cual viven me suelen inspirar menos que los niños.

–  Intuyo que la clave es crear un espacio lo suficientemente creativo y maleable de por sí para que no tenga que desordenarlo en búsqueda del caos que añoro.

Así que, tal cual he comentado, este es mi plan:

  1. Añadiré algo más de decoración a la casa que le dé un toque más creativo/caótico y así poder sentirme arropada al completo: tanto la yo convencional como la yo más loca.
  2. Me aseguraré de dejar que se exprese mi caos de manera creativa y constructiva (pintar, bailar, sacar la voz…) para que no salga en forma de desorden por haber sido reprimido.
  1. Empezaré a plantearme qué preguntas son las que me dan tanto miedo y he estado queriendo evitar.
  1. Redefiniré en mi mente lo que es ser adulto y buscaré adultos que sean una fuente de inspiración. ¡Seguro será alguno que haya dejado salir de manera constructiva al loco que lleva dentro!
  1. Acabaré de revisar si quedan más cosas por retirar que ya no utilizo para abrirle la vía a todo lo nuevo.

Mmmmm…. Seguro que tú tendrías otra historia que compartir acerca de tu relación con las cosas y su orden. ¿Tu eres ordenado o desordenado? ¿Qué representa esto para ti? ¿A quién le das más espacio a tu lado convencional o al salvaje desinhibido? ¿Se puede hacer algo en tu casa para equilibrar la balanza?

Hace tiempo encontré esta foto de un anuncio en internet de una casa que se alquilaba… Me gusta… Caótico y creativo a la vez que lo que yo necesito de ordenado.

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Fuentes mencionadas: www.psycologicalsience.org , https://www.facebook.com/tucoach?fref=ts