ESTÍMULOS

Lo encontré”- me dije. “¡Esto es!”- pensé. Sí, me convencía a mí misma de que aquello era exactamente lo que andaba buscando.

¿Estás segura?”- me respondías. “¿Qué necesidad tienes de corroborarte a ti misma que has encontrado aquello que creías estar buscando?”.

No lo sé” – te respondí. “Quizás sea esta avalancha de cambios que le hacen a una buscar desesperadamente algo estable y fructuoso”.

“Algo estable y fructuoso…”– repetiste mientras fruncías un poco el ceño como intentando entender a qué me estaba refiriendo. “¿Te refieres a que quieres encontrar algo calmado, pausado a la vez que rítmico, repetitivo, cíclico y predecible?”.

“Sí, ¡exactamente! Y, además, quiero que, dentro de su calmada y estable continuidad, dé frutos y sea algo beneficioso”.

“Voy entendiendo…”.

“Quiero observarlo, cuidarlo, quererlo tanto como amarlo… sustentarlo con mi confianza, atesorarlo…”- mi corazón se iba abriendo mientras mencionaba estas palabras.

“Lo que quieres es llorar. Lo que quieres es gritar. Lo que quieres es bañarte en un mar de lágrimas y, de alguna manera, salir de ahí liberada”.

“Puede ser…”- respondí.

“Sí, lo que quieres es expresarte, comunicarte, sentir lo que llevas dentro. Lo que necesitas es relajarte, dejarte vivir entre las dudas que te atormentan. Dejarte ser exactamente cómo eres… Ya te lo he dicho más de una vez, no saber nada acerca de la nada es humano y natural”.

“¿Y por qué me empeño en entender cada posible misterio?”– pregunté.

“Eres avispada, astuta, una persona llena de vida y ansiedad”. 

“¿Qué es la ansiedad?”.

“La ansiedad es aquello que uno siente cuando busca desesperadamente algo”.

“¿Te refieres a esa sensación que uno tiene cuando cree que hay algo escondido en algún lugar y cree que tiene que encontrarlo, poseerlo, exprimirlo y atraparlo?”.

“¡Exacto! La ansiedad es aquella sensación que sienten las personas que creen que les falta algo. Es cómo si  fueras un conejo al que le esconden constantemente una zanahoria. Siempre alerta buscando un tesoro que, potencialmente, un día vas a encontrar”.

“No sé… Me dejas pensativa…”.

Se hizo un silencio.

“El conejo quiere la zanahoria”- repliqué retomando la conversación.

“Si…” 

“Es natural” – continué.

“¿Por qué?”

“Bueno… la zanahoria es de color naranja, apetecible, …”

Empecé a sentir furia dentro de mí.

“¡El conejo ha sido programado para buscar zanahorias!”– dije algo cabreada.

“Eso no es verdad”- recibí como respuesta. “El conejo está tan alterado que necesita ir en busca de la zanahoria… Y lo que tienes que pensar es qué ha podido ocurrir para que el conejo no pueda dejar de intentar cazar estímulos externos; qué le habrá pasado al conejo para que su lugar actual siempre le empuje y le expulse hacia otro lugar nuevo”.

 

“Inconformismo”– se oyó de una voz que venía de ningún sitio.

 

“Desesperanza”- se escuchó otra voz.

 

“              V  A  C  Í  O            ”

                                            respondí yo