El total perdón de los pecados

Ahora que desato las cadenas, te presentas ante mí, reivindicando lo que tú crees ser tuyo.

No me gritas ni me exiges que vuelva pero susurras levemente a mi oído palabras que sabes que no voy a poder evitar escuchar. Rozas con tu dedo suavemente una zona de mi espalda, dejas señales por la casa que me recuerden aquello que dejé atrás.

Y no es tu melodía la que me evoca la pérdida de haberte dejado, es esa incansable presencia tuya que se hace dolor cuando quiero sellar lo que entre nosotros se había creado. Tu presencia intoxica la alegría de ser porque quiere ser yo misma y dejarme vacía de cualquier espacio propio.

Si algo he aprendido en todo este tiempo es que un estallido de luz y fuego puede cegarme y apartarme de las luces ténues que me acompañan cada día. Prender fuego en el espacio de un segundo, puede quemar mis ojos y dejar la piel de mis dedos inhabilitada para acariciar aquello que es más constante y que no requiere de sustos ni improvistos.

Tu alimento sirvió como agarre fuerte ante la desesperada situación de mi alma. Alimento que ingerí para salvaguardar mis ganas de amarrar cualquier sujeto que pudiera mostrarme con su aliento lo que es estar y sentirse lleno de vida.

No podré condenar tu presencia pues a lo errante hay que dejarlo bailar con su rumbo insospechado en los ciclos de la existencia. Más si podré elegir si el elixir que quieres entregarme día a día, es bienvenido en las entrañas de mi persona.

Decir “basta” puede resultar estruendoso. “Se acabó”, poco compasivo. “Dejémoslo de una vez por todas”, puede no llegar a resonar con armonía en el núcleo de nuestro ser.

Tendremos que probar diferentes palabras que trasciendan aquellos hechos que ambos hemos presenciado. Buscaremos la oración final que nos deje sucumbir a ambos en el total perdón de los pecados. Excavaremos hasta probar con certeza y osadía el valor de todo aquello que realizamos movidos por el dolor, la rabia, deseos incontrolados y rencor acumulado.

Y, de nuevo, podremos juntar nuestras manos y alzarlas al viento. Entenderemos la cruda y sentida inocencia de cada uno de nuestros actos. Perdonaremos los daños causados. Te abrazaré para dejarte marchar y, por fin, tú, te habrás marchado.

ANHELOS

ANHELANDO LA VERDAD

Ayer, observando este dibujo que pinté hace un par de semanas, me pregunté qué pretendía yo expresar en aquel momento. La chica espira de su boca la frase «longing for TRUTH» que significa «anhelando la VERDAD». La palabra VERDAD se encuentra dentro de un corazón que a su vez es iluminado por una luz interior.

«Anhelando la VERDAD». Sí, es cierto, yo ahora mismo lo que más anhelo es vivir en la verdad, en la realidad, en contacto con aquello que llene mis días de significado. Anhelos, anhelos… la vida se nos puede pasar anhelando algo que creemos que no tenemos.

Decidí mirar en el diccionario. ¿Qué significa anhelar? ¿Qué es eso que nos ocurre cuando tenemos la vista puesta en algo que supuestamente ahora nos falta? Bien, las definiciones resultaron ser muy interesantes:

(Del lat. anhelāre)

 1.   Tener ansia o deseo vehemente de conseguir algo.

 2.   Respirar con dificultad.

3.   Expeler, echar de sí con el aliento.

 ¡Sigo sorprendida con la perfección en la que estos tres significados se entrelazan entre ellos!

1. Cuando deseamos fuertemente algo podemos caer en la ansiedad que es a su vez un estado de agitación e inquietud en nuestro ánimo.

2. Cuando nuestra mirada está puesta en el futuro, no está puesta en el presente. Nos desconectamos de nuestro cuerpo, dejamos de respirar profundamente lo que aquí está ocurriendo, lo que ahora se nos está dando.

3. Finalmente, cuando anhelo algo que creo que ahora no tengo y lo busco fuera, puedo acabar precisamente consiguiendo eso: expulsándolo fuera de mí, alejándolo de mi de tal modo que no esté a mi alcance.

Y sí, estas definiciones nos ayudan a entender un poco más de qué material están hechos los deseos, los anhelos.

Los deseos son bellos, propios del ser humano. Llenan nuestra vida de color y son los encargados de fijar destinos para los caminos que nosotros mismos planeamos. Sin embargo, una vez tu deseo haya sido reconocido y tu camino haya sido mentalmente trazado, mantén tus pies bien atados al suelo. No te pases los días mirando fijamente a aquello por lo que comenzaste a caminar. Tú camina, disfruta de cada etapa, disfruta de cada día, saborea cada minuto. Esto es todo lo que ahora tienes y, si te paras a observarlo, descubrirás que es mucho más de lo que creías tener.