SOMOS HUMANOS

Han sido dos semanas muy duras para mí. Los que me conocen han podido observar algún que otro indicio en el exterior de la carcasa de mi persona aunque, en realidad, la fiesta emocional se ha dado dentro de mi cuerpo en un profundo y doloroso acto de no querer compartir algo que sentía que otros calificarían como incomprensible.

También es cierto que, en este caso, aunque otros hubieran comprendido lo que me estaba sucediendo; sentía que su comprensión tampoco hubiera aliviado en lo más mínimo mi experiencia de dolor.

Sentí, por primera vez en mi vida, que había hecho daño a alguien. Sentí, a corazón abierto, que podía haber herido los sentimientos de un niño pequeño al que siempre he querido con adoración.

Puede que penséis que he debido de vivir muy ciega si esta es la primera vez en mi vida que veo que he podido herir a alguien. Y sí, estoy segura de haber pasado páginas del libro de mi vida con los ojos cerrados, y ya comienzo a entender el motivo de este comportamiento.

Resulta que yo- y creo que muchos de nosotros- cuando nos equivocamos y herimos a los demás; en especial, a aquellos que jamás quisiéramos herir, cerramos los ojos o buscamos excusas que justifiquen nuestros actos:

Lo he hecho lo mejor que he podido”- nos decimos queriendo expiar esa culpa que nace inevitablemente de nuestro interior o “lo has hecho cómo mejor has sabido, ¿qué ibas a hacer si no?” – nos dicen nuestros amigos para tranquilizarnos.

Y me he dado cuenta que esto es lo habitual: buscar el motivo por el que actuamos de la manera en que lo hicimos y pasar a la escena siguiente dejando atrás nuestro tropiezo como si nada.

Pero, ¿y que pasaría si por un momento uno dejara de usar todas esas justificaciones? ¿Qué pasaría si uno fuera capaz de ver que con su comportamiento humano, en muchas ocasiones, hiere deliberada o no deliberadamente a otros seres humanos? ¿Qué sucedería si aceptáramos que erramos, que muchas veces nuestros actos hieren a otros que no esperan ser heridos? ¿Y si en ese momento no buscáramos una frase interna o externa para aliviar el dolor? ¿Y si nos quedáramos en la emoción que se experimenta al sentir que es uno mismo el que ataca?

Estas semanas he estado reflexionando y pensando que puede que, sin quererlo, no haya actuado bien, que puedo haber herido a otros y que no he de buscar consolaciones. Si no he sabido hacerlo, si he herido, si he hecho daño: quiero saberlo. Y quiero aceptarlo.

Eso sí, ahora que comienzo a destapar mi propio pastel, la pregunta que surge es la siguiente:

“¿Sabré perdonarme a mí misma?

A raíz de todo este hervidero emocional y en la búsqueda de la respuesta a mi pregunta, publiqué el otro día aquello sobre los padres, las madres y los educadores en general. Algunos de nosotros –los más perfeccionistas- vivimos con tanto miedo a equivocarnos y a hacerles daño de manera involuntaria a los más pequeños, que nuestro propio temblor e inseguridad nos incapacita para atenderles de una manera tranquila, segura y sosegada.

Por ello, creo que es necesario que todos aceptemos que erramos y que nos perdonemos cada vez que consideremos que debamos hacerlo. Y que este acto de autoperdón se repita tanto que llegue un momento en el que no haga falta perdonarse por nada. Así, cuando creamos que nos hemos equivocado, no hará falta cerrar los ojos y pasar página o sentirse mal, sino que con los ojos abiertos podremos respirar el hecho con total paz y tranquilidad.

Como bien decía el otro día, si aceptamos con naturalidad que, en ocasiones, cometeremos lo que nuestra mente denomina errores con los más pequeños; podremos estar más presentes para los niños y darles toda la atención y comprensión que nace de alguien que se sabe HUMANO.

YO SOY TÚ

Voy a ser clara. Más que nunca. Porque es necesario. Y porque lo necesito. Porque no es real eso que dices que las mujeres en la sociedad actual no están minusvaloradas. Porque la mujer por sí misma no existe, porque las mujeres somos un conjunto de mujeres y todas respiramos del mismo aire que envuelve a este planeta Tierra; porque no hay nada que afecte a una mujer, por muy lejos que esté, que no lo sintamos TODAS en lo más profundo de nuestros adentros.

Y esta es una realidad que pocos consideran cierta. Y es que TODOS estamos conectados, todos los seres humanos, todos los seres vivos; incluso también todos los que no lo están. Y nos creemos SEPARADOS, cuando no lo estamos. Y nos creemos una unidad cuando, a la vez, somos el conjunto de la totalidad encarnado en una sola persona. Y, por ese motivo, lo que le pase al de al lado, también nos afecta. Aunque no lo veamos, aunque no lo sintamos con nuestras conocidas habilidades de percepción. Todo está interconectado.

Y por eso no me reí el día en que me contaste un chiste sobre pateras o el día que pretendiste que me sonriera por algo que tenía relación con el maltrato a mujeres… Porque ese africano que surca el mar, soy YO. Porque a esa mujer que le están pegando, también soy YO.

Y hay que tener capacidad para ver esto. Entender que no se puede vivir en plenitud, si nos reímos del mal ajeno. Comprender que somos todos amigos y hermanos y que, o GANAMOS todos o si pierde el de al lado, de alguna manera, yo también estoy perdiendo.

Pero no vivimos en una sociedad en el que se den estos mensajes de compañerismo y comunidad. Todo lo que se destacan son las diferencias, aquello que podría hacernos rivales. Vivimos en un mundo en el que hay que competir. En el que si uno gana es porque otro pierde. No hemos entendido que todos podemos ganar. Todos podemos ser grandes. El espacio para nuestra expansión es infinito. Y si uno gana, el otro también lo puede hacer.

No es necesario chafarnos los unos a los otros. Correr o compararnos. Podemos crecer todos a la vez, explorar nuestro propio campo y potencial y dejar que los otros también florezcan. No vivimos en un Universo limitado. El espacio para avanzar y abrirnos es ilimitado. Y todos podemos celebrar el hecho de sentirnos grandes y vivos.

Puede que no entiendas nada de lo que te digo. Es esta basura de educación que hemos recibido la que tanto mal nos hace. Es el hecho de no haber conocido otras culturas, de no haber querido sentir el sufrimiento propio y ajeno, de haber decidido mantenernos dentro del círculo de lo conocido lo que ha provocado que seamos personas con mentes cerradas que creen estar separadas de las demás.

Pero por raro que te suene, todos somos una sola MENTE. Y un solo CORAZÓN. Y tú, con tu complicación para entender el dolor ajeno, también eres yo.

AMOR PROPIO

Algo debe significar que, finalmente, sea capaz de escribir sobre este tema. Creo que el cambio que estaba pidiéndole a los cielos de poder sentirme segura en mi propio cuerpo, está comenzando a hacerse carne de mi propia carne.

¡Qué alivio! Poco a poco puedo volver a recuperar (si es que alguna vez la tuve) la seguridad de vivir en las curvas y en la sensualidad de la parte femenina de la vida.

Empezaré este escrito, hablando sobre el peso de mi cuerpo. ¡Nada tan material podía ocupar tanto tiempo en mi cabeza como este tema! ¿A qué viene tanta importancia? ¿Por qué tanta manía con estar en el supuesto peso adecuado? ¿Qué me lleva a poner tanta fuerza y atención en algo externo que ha dejado de ser lo que es debido a las vueltas que le he dado en mi cabeza? No sé si podría llegar a apreciar la de horas que he pasado pensando en algo que, realmente, no sé si me ha llevado simplemente a la nada. ¿Por qué tanto cabreo, tanta ira con respecto a mi propio cuerpo?

Realmente, creo que es una salvajada lo que estamos dejando que ocurra en la sociedad. Vivimos tan obsesionados con el peso y con el culto al cuerpo, que hemos olvidado realmente cuál es la función que tiene éste para nosotros. No conocemos nada de nuestros órganos internos, de cómo funciona el aparato digestivo, de qué es la grasa y para qué sirve, qué alimentos debemos realmente tomar o cómo debe ser la constitución de nuestro cuerpo en función del lugar en el que estamos y las funciones que realizamos… pero lo sabemos todo sobre la apariencia del cuerpo del vecino y, no sólo lo sabemos, sino que nos lo vamos comentando mutuamente: “Chica, ¡qué guapa! ¡¿Te veo más delgada, no!?”

Queridos vecinos de mi ciudad, la verdad es que no hay nada que me moleste más, que esa sea la segunda frase que me decís cuando me veis. ¿Es que no hay otra cosa de la que podamos hablar? Bueno, bien, vale: “quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Yo no la tiraré, pues he sido usuaria del mismo comentario durante años y puede que, por costumbre, todavía se escape de mi boca.

Así que, empezaré a pedir perdón yo: por juzgar, por mirar, por observar con ojos curiosos tu cuerpo, por etiquetarte, por compararte, por hacer mis propias indagaciones sobre qué te ha llevado a coger peso o a perderlo, por estudiar internamente si te encuentras bien en él o no, por mirarte por fuera y no por dentro… Perdóname, tu cuerpo junto con todos los otros que se pasean y lucen por el mundo, son blancos de mi mirada aunque, quizás, no lo sean tanto como lo son el mío para mí misma.

Por lo menos, sí puedo decirte que no leo el Cuore y voy tachando de “Puaj” todas las cosas naturales que nos pasan a las mujeres por vivir en un cuerpo de ser humano. Tampoco cojo el facebook y voy riéndome de mis amigos o conocidos comentándolo con la gente que tengo al lado. No, eso no lo hago y sí, de corazón a corazón, agradezco tener la suficiente claridad mental para que no me nazca hacer ese tipo de cosas.

No creo que te des por aludido en este último párrafo pero si te sientes identificado con él y eres de aquellos que se ríen de otras personas: por favor, identifica qué es exactamente lo que te duele de ti mismo para que tengas que estar poniendo tu dolor interno en el lugar de otros y pregúntate hasta qué punto ese ser humano que estás criticando, no merece buenos comentarios y la mejor de las felicidades.

Me duele mucho ver a amigos míos criticando a otros de manera cínica. Me da pena que el ser humano no entienda que, de quiénes realmente están hablando cuando hablan de otros, es de ellos mismos. Me pregunto si no entienden y no ven que esa persona es digna de todo lo bueno, si no consiguen atisbar su pasado, entender su futuro, comprenderla al completo, saber que son seres que aman y sufren como ellos mismos, ¡qué son un igual! La verdad que no lo entiendo…

Viene, como anillo al dedo, mencionar una afirmación acerca de la compasión que he escuchado varias veces en un cd de Deepak Chopra, dice así:

“Miraré a un desconocido hoy desde los ojos de la compasión. Me recordaré a mí mismo que este desconocido tiene padres y gente que le quiere, igual que yo. Me recordaré que este desconocido tiene momentos de felicidad, igual que yo. Me recordaré que este desconocido tiene momentos de angustia y sufrimiento, igual que yo. Me recordaré que este desconocido un día envejecerá, igual que yo. Me recordaré que este desconocido pasará por los ciclos de enfermedad y curación, igual que yo. Me recordaré que este desconocido un día morirá, igual que yo. A través de los ojos de la compasión, reconoceré a este desconocido no ya como un desconocido pero como un alma en vida, igual que yo.”

Y, ahora, cuando ya pensaba finalizar este texto, me pregunto lo mismo que me preguntaba al comienzo: ¿Por qué tanto cabreo, tanta ira con respecto a mi propio cuerpo?

Puede que sea, por todos esos comentarios constantes que, como tú, he recibido a lo largo de la vida acerca de quién soy yo y de cómo es o debería ser mi cuerpo y que no hicieron nada más que comenzar en la infancia. Puede que sea, esa tremenda bomba de críticas que nos hemos ido lanzando unos a otros desde tiempos inmemorables.

Si todavía te duelen las cosas que te dijeron con rabia siendo niño o críticas que hayas podido recibir recientemente, por favor, no sigas tú regando la existencia con comentarios desafortunados. Hagamos un esfuerzo por parar esta cadena interminable de juicios con respecto a los demás, que no hacen más que dañar el amor propio de la humanidad al completo.

Entendámonos a todos nosotros como un único ser, el ser humano. Cultivemos el amor propio por ser quiénes somos y, veamos como el primer paso: dejar de herir al compañero que tenemos al lado.

 

ESPIRITUALIDAD

Estoy cansada de luchar. No hace mucho aprendí el valor de la entrega y la rendición. Sin embargo, me encuentro otra vez a pie de guerra, prendiendo fuego a ilusiones que se desvanecen ante mi antes de que pueda atacarlas. Hacha en mano me dirijo a ningún lugar creyendo que yo tengo el mapa, creyéndome la reina y sabia de este terreno que pienso ser solo mío.

Rendición. Total desapego de esta realidad que generamos a través de nuestra mente. Desapego de la mente, desapego del yo. Espiritualidad, ¿qué es eso? ¿y quiénes son aquellos interesados en ella? Iluminación, este concepto comienza a convertirse en comedia irónica cada vez que lo escucho en bocas ajenas.

Miedo, tienes miedo, miedo de morir en vida. Por eso no estás en contacto con tu ser que es espiritual, por tu apego, por tu dependencia, por tu necesidad de seguridad. Tú, que dices querer ser iluminado, tú que hablas de espiritualidad; obsérvate, estás apegado a un nuevo papel de persona espiritual, a un nuevo rol en tu vida, a una definición de tu personalidad que ahora te gusta más.

Dejar el agua pasar. Eso es, deja el agua correr a través de ti. Por fin entiendo lo que es el desapego. No identificarse con nada, no asociarse a nadie, solo ser. Es complicado, es arriesgado, es la única vía hacia la verdadera compasión. Sólo cuando no queremos acapararlo todo, solo cuando no queremos ser los dueños y señores de nuestros logros y nuestros objetos, solo cuando entendemos quienes somos por encima de nuestras etiquetas, nuestro curriculum, nuestro papel en la sociedad y nuestro pasado; solo entonces estamos liberados de los apegos.

Pero sí, eso es muy complicado. Uno se siente muy bien apegándose a un personaje, nos da muchísima seguridad y, además, los demás nos aceptan y nos dan más de ese amor superficial que tanto anhelamos. Sí, los demás, al vernos ser como siempre somos, al vernos desempeñar nuestro personaje nos apoyan más porque se encuentran seguros, saben delante de quien están. ¿Me explico? ¿Me entiendes? Nosotros queremos estar seguros de quienes somos y los demás también quieren relacionarse con alguien que ellos saben quien es. Si no, nos morimos de miedo; porque si yo no soy “la hija”, “el trabajador X”, “la madre”, “la que siempre ayuda”, «la que tuvo esa historia», «el que «es que es así»», “la pareja de”; entonces ¿quién soy? Yo, por ejemplo, hace año y medio tenía a mi personaje en la vida bien atado. Laboralmente, por fin, ya tenía ese puesto que me gustaba y ese reconocimiento por el que había luchado tanto. Podía mirar mi curriculum y hablarle a quien fuera con propiedad y pasión sobre aquello a lo que me dedicaba. Parte de mi personalidad se encontraba fuertemente asegurada. Además, tenía una pareja que me quería y me sentía muy identificada en mi papel de hija pequeña contando con el apoyo y protección de unos padres orgullosos por lo encaminada que iba. Trabajadora eficiente, novia, la hija pequeña y protegida, la que nunca grita, la pacífica, la que sonríe,… Todo estaba bajo control, ¿por qué iba a querer salir yo de ese lugar tan seguro?

Sinceramente, no fui yo quien decidió salir de ahí. Algo pasó, algo ocurrió. Lo que sí sé es que siempre, desde muy pequeña, supe que había un hueco vacío dentro de mí. Yo era feliz, muy feliz, y muy agradecida por ello. Pero también sabía que algo no funcionaba.

Recuerdo hace menos de dos años cuando la psicóloga me dijo: “Sandra, tu autoestima está basada en tres pilares: tu trabajo, tu peso y lo que los demás opinan de ti. El amor hacia ti misma no nace verdaderamente de ti, está basado en cosas externas. Cuando dejes de trabajar, te vas a dar un gran batacazo”

¿Quién sabe? Quizás fue eso, aquel fue el primer paso en mi vida que di siguiendo a mi corazón y no a las exigencias de mi cabeza. Me dejé el trabajo porque me había enamorado y volví a mi ciudad de origen. Y sí, la vuelta sin tener una rutina y un trabajo fue dura, parte de mi valorado personaje se había perdido en el viaje de tren Madrid-Elche.

Fuera por lo que fuere, unos meses más tarde pasó, ocurrió algo. Algo externo, ajeno a mi, no decidido ni planeado sucedió. Y yo abrí los ojos.

Me desapegué de todo, viajé, exploré. Y, ahora, en mi intento por volver a “la normalidad” estoy aterrada porque vuelvo a apegarme. Antiguos roles, caducados papeles, objetos y algún que otro objetivo (aunque no los quiera poner)… La dependencia ha vuelto, la necesidad externa, el apego total… todo ello está aquí de nuevo y sé que ha llegado para enseñarme algo.

Y yo me pregunto, ¿seré capaz de relacionarme con mi personaje con total desapego? ¿o debo abandonar mi personaje y arriesgarlo todo? ¿conseguiré mantener un estado de paz y confianza mientras el presente construye sin mí el futuro?

La espiritualidad no se elige, la espiritualidad llega. La espiritualidad no está ahí fuera, está dentro de ti. La espiritualidad no es ponerse un traje específico, hacer posturas, ponerse normas, marcarse límites y muchísimo menos ver que hay cosas que “están bien” y cosas que “están mal”. Y esto último es lo que más me llama la atención de lo que dicen ser espiritualidad. ¿Cómo es posible que sabiéndose desde el punto de vista espiritual que TODO ES UNO, sabiéndose que la dualidad es una ilusión… como es posible que se diga que hay cosas que están bien y cosas que están mal? ¿Cómo es posible que líderes espirituales pongan normas, prohiban experiencias o digan que hay que mantenerse alejado de ciertas cosas? Quien dice eso sigue completamente embrujado por la ilusión de la dualidad y completamente confundido al no ver que el bien y el mal son mensajes con un mismo remite.

Este post ha acabado siendo un popurrí de información. Supongo que tenía tantas ganas de mencionar cualquier cosa acerca de este tema que las ideas han salido disparadas.

Para concluir, destacaré los mensajes que he pretendido comunicar en este texto:

–  Si dices ser un ser espiritual, entonces, es porque te has desapegado de tu personaje. Eso no quiere decir que tengas que romper con todo; eso quiere decir que puedes seguir viviendo tu vida tal cual eres pero entendiendo que tú eres muchísimo más que eso. Eres más que tu profesión, eres más que lo que los demás opinan de ti, eres más que lo guapo o feo que te ves hoy, eres más que madre/padre/hijo…, eres más que tus pensamientos, que tus logros y tus fracasos… Y si te cuesta verlo, que es lo más normal por lo que nos han enseñado, solo tienes que pasar unos cuantos días en la naturaleza, en silencio, en soledad; reencontrándote contigo mismo. Dejando que tu mente se limpie y tu corazón se relaje.

–   La iluminación no es algo inalcanzable.  Pero, primero y ante todo, ¿estás seguro que quieres ser un iluminado? Dicen que ser un iluminado es morir en vida; ese personaje tuyo al que tanto te estás agarrando se muere y TÚ vuelves a nacer. Todo es nuevo, las reglas del pasado ya no existen, la gente que hay a tu alrededor se hace nueva para ti… ¿realmente lo quieres?

–  El miedo siempre vuelve y con él el apego a las cosas y a los papeles. Y tendemos a luchar, a luchar por combatir los miedos, a intentar solucionar nuestros problemas a más no poder. Queremos controlar nuestros miedos, controlarnos a nosotros, que no se apoderen de nuestro ser. La clave, por mucho que cueste y poco estemos acostumbrados, es RENDIRSE. Abrazar los miedos, observar y dejar que ellos nos guíen. Con paciencia, con humildad, con mucha confianza en el presente.

Y ya, por último, UN MILLÓN DE GRACIAS por haber leído lo que este corazón necesitaba poner en palabras.

OJO