No sé cómo llevas tú eso de que las cosas duelan, tampoco sé si eres de los que las siente, las ignora o las consigue sortear de alguna manera. Yo soy de las que un pequeño golpe, me noquea, me deja K.O. Sí, también soy de las que goza con las pequeñas y diminutas experiencias.
Pero yendo por los derroteros que vamos, es decir, caminando el sendero del lado oscuro del dolor; he de confesar que he “pecado” de quedarme allí mucho más tiempo del necesario.
Hay personas que tienen tanto sufrimiento acumulado desde la infancia que han quedado insensibilizadas. Es tal la profundidad de la herida que llevan que ya no consiguen sentir las pequeñas frustraciones que se les presentan en la vida. En cuanto ven venir algo que les pueda mostrar su portentoso sufrimiento, salen despavoridos en otra dirección. No quieren ver de frente sus agonías, sus necesidades; utilizan un mecanismo de defensa para proteger esa aparente estabilidad de que nada les afecta internamente. Huyen.
Hay otras personas que esto del dolor se lo toman de otra manera. Se lo beben a tragos largos y hasta lo disfrutan. Se regodean con lo doloroso, les fascina la nostalgia, hacen arte con las lágrimas guardadas y usan todos los momentos de “bajón” para aprender algo de ellos. No está mal, siempre que no se convierta en una adicción.
Y bueno, los hay también que saben mirar los asuntos del dolor con distancia. Sienten un poquito, lo saborean con la puntita de su lengua y deciden continuar caminando por las sendas de lo fácil y lo sencillo. Utilizan mucho la cabeza y le dejan cierta voz al corazón- unos más y otros menos. Se cae en la posibilidad de ignorar la profundidad de una herida y poder sanarla del todo; aunque también se abre la opción de que la vida te vaya curando poco a poco, sin necesidad de que tengas que meterte de lleno en cada duelo.
Diré que esta última manera descrita de llevar el dolor es la que, últimamente, más me está llamando la atención. Yo siempre he sido de zambullirme en pozos oscuros, he extraído mucho alquitrán y me he pringado de pies a cabeza. Creo que me lo he pasado bien; pero puede que me haya perdido rayos del sol que sí brillaban a no muchos metros arriba de mi cabeza.
Y, por eso, por mi tendencia a acampar en los estados de ánimo melancólicos y paralizantes, comencé a tomar a otras personas como ejemplo: aquellas que sienten pero también PIENSAN.
Y es que en el mundo del CORAZÓN (y no hablo de prensa rosa) se ha establecido una guerra campal contra la cabeza. Aquellos que nos dimos cuenta de que vivíamos regidos por leyes mentales arcaicas y, muchas veces, impuestas desde el exterior; decidimos cambiar de capitán de barco y comenzar a escuchar a nuestras emociones. Eso sí, en la radicalidad que caracteriza a aquellos que quieren romper con todo, decidimos que la voz de nuestra cabeza era algo malvado que había que ignorar. A partir de ahora, nos dijimos, “¡CORAZÓN Y PUNTO!”
Y, claro, así me fue. Podría pintar un cuadro de 1000 metros cuadrados con todo tipo de emociones que descubrí y que todavía no han sido registradas en el diccionario. Y… que sí, que sí… que me lo pasé muy bien… pero acabó resultándome cansado.
La cabeza encontró su lugar en mi cuerpo y ya entendí que de ella también puede salir una voz dulce y pacificadora de fieras. El mundo de la razón no es tan temible como pensaba y resulta que vienen de él mensajes que encuentro amigables y de gran utilidad. E incluso los pensamientos hostiles comienzan a tener un hueco en el espacio de este corazón que se va abriendo a escucharlos.
Solo se trata de…
Sentarse a SENTIR si eres un cerebrito racional que no siente nada.
ó
Sentarse a PENSAR de manera práctica si eres una fiera salvaje e indomable que sigue los dictados de su corazón a cada instante.
Haciendo que haya un equilibrio entre cuerpo, corazón y mente; y tocando fondo pero sabiéndonos impulsar con el uso de nuestros pies que para eso están.
Que en la vida hay muchos amaneceres, todos únicos y especiales, y tenemos que verlos TODOS. Eso de andar escondidos bajo las sábanas de nuestra cama, ya no se lleva nada.