Llenar la vida

Me preguntas qué tal estoy y no puedo responderte. He cerrado los ojos y estoy en la oscuridad más extensa y sublime jamás hallada. Bebiendo de la fuente, de lo incierto, de manadas de dudas que arrasan pensamientos aleatorios que viajan sobre mí.

No puedo responderte, ni siquiera sé si hablas. Estoy perdida entre la inmensidad de la vida, escondida entre ideas y memorias, entre susurros que me otorgan palabras y me encuentran callada.

No sé, no veo. Solo habito un cuerpo mío que la vida llena; que rebosa emoción que alegría llaman. Y me fundo, diluida en latidos que, en amor, reclaman la divina presencia que de tu mirada emana.

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Al son // del mar

Captura de pantalla 2015-08-01 a la(s) 19.49.53Siempre me he sentido un poco tortuga, un poco caracol. Camino lento, miro con profundidad al paisaje esperando que éste crezca sin necesidad de moverme, acaricio, susurro; a penas se altera el aire ante mis movimientos y, en numerosas ocasiones, sólo los pequeños bichitos del suelo suelen notar mi presencia.

Hoy le comentaba a un amigo que cómo puede ser que vaya tan lenta. Me preguntaba, hablándole en voz alta, cuándo llegaría ese momento en el que estuviera haciendo exactamente aquello que sé, en mi interior, que quiero hacer. Cuándo llegaría a mí la certeza de estar trabajando con mis propias manos un rico abono para las cosechas que sé que tienen que echar buenas raíces. ¿Cuándo?

Me remitió él a la fábula de la liebre y la tortuga en la que uno aprende que lo importante es avanzar y me recalcaba también la importancia de un dato:

“Sandra, a lo mejor, no es precisamente LA VELOCIDAD el factor que tienes que tener en cuenta a la hora de medir tu éxito. Puede que la velocidad no sea, precisamente, la que vaya a marcar la diferencia en tu bien hacer en esta vida o no”.

Entonces he recordado a los niños del orfanato con los que trabajo en India. Sé, por lo que me han dicho en numerosas ocasiones y por lo que yo puedo percibir, que lo que más les cautiva de mí es mi calma y mi templanza. Que en los días de desenfrenada locura general, agradecen mi tranquila sensatez y que siempre es una alegría para ellos saber que tienen un regazo en el que acurrucarse para sentir su propia paz.

Quiero reconocerme todo lo bueno que tiene ser una persona calmada pero no puedo evitar rechazar la idea de ser una persona PAUSADA. Me encantaría, en ocasiones, colocarme un motor a la altura de mi espalda y empezar a recorrer mundos sin tanto tacto y miramientos. Sí, disfrutar de una desenfrenada e inconsciente velocidad que despeina mis cabellos.

Lamentablemente (si uno decide lamentarse, claro), eso de ir rápido cogiendo diamantes de colores que te dan puntos como hacen los protagonistas de los videojuegos, no es, de momento, para mí. Veo a la gente pasarme de lejos, huelo las estelas de polvo que dejan a mi alrededor cuando ya nada ni nadie sigue a mi lado, el paisaje cambia poco y yo sigo aquí:  l  e  n  t  a,

d  a  n  d  o  u  n  p  a  s  o

y  l  u  e  g  o

o  t  r  o.

(IN)DEPENDIENTES

Captura de pantalla 2015-07-26 a la(s) 03.53.53Hay dos reacciones diferentes ante el miedo a la soledad; ya sea esta soledad causada por rechazo o por abandono. La primera reacción ante este miedo es evitar por todos los medios estar solo. Buscamos estar siempre rodeados de gente y nos aseguramos en nuestra vida que nunca se dé el fatídico caso de sentirnos aislados, solos o marginados.

Hay otro tipo de comportamiento. Están las personas que ante este miedo deciden aislarse. Se aíslan como reacción a su miedo a la soledad. En este caso, por lo menos, se sienten poderosas y creen controlar algo la situación. “Tengo tanto miedo a quedarme solo que, mejor, optaré por vivir solo. Prefiero no acercarme ni relacionarme de manera abierta con otros no sea que ellos se marchen y tenga que lidiar con mi herida relacionada con el abandono”.

Evitando ser dañados, estas personas se separan del resto pudiendo dar una imagen de independientes, individualistas y resolutivos. En la creme de la creme de este grupo encontrarás los que, además, se enorgullecen de ello: “Yo soy muy independiente, yo no necesito a nadie”. Luego están los demás que mantienen la boca cerrada porque saben qué miedo se está escondiendo en su interior.
Y es que los que van de independientes (liga en la que estuve jugando un largo tiempo), creen en numerosas ocasiones que aquellos que necesitan del amor y la compañía de otros son, literalmente, unos perdedores. “Nosotros sí sabemos, sí nos valemos por nosotros mismos, no necesitamos A NADIE…”. Mmmm…
Ahora pienso que la persona que es verdaderamente INDEPENDIENTE es aquella que sabe depender de los demás a la vez que depende de sí misma y que encuentra su propia autonomía ante la presencia de otras personas (no aquella que evita la relación con otros a toda costa).
Enhorabuena a toda esa gente verdaderamente independiente que reconoce la necesidad natural que tenemos con respecto al amor, compañía y cercanía de los demás. Enhorabuena a todos los que saben relacionarse desde la entrega y la vulnerabilidad de saberse necesitados y, a la vez, capaces de todo.

MI BONDAD

¿Cómo reconocer que nunca llegué a ser del todo feliz? Que tuve miedo a la vida, que no me atreví, que hui de los retos, aventuras y los cambios; y me escondí en mí.

¿Cómo reconocer que no quería vivir fuera, que huía de ti y huía de mí? Que los barrancos solo eran atajos para dejarme caer en tus manos sin saber qué sería de mí.

Sabiendo ahora lo que extraño sentir tu presencia latir dentro de mí, acaricio la idea de que fui cobarde, de que hui y jamás comprendí aquello que de verdad tenía delante o se encontraba junto a mí.

Toda mi vida he huido de la verdad, he tenido miedo de la gente y la sociedad, edificios altos, coches rápidos, ruido y gente frenética caminando por la ciudad. Asustada por el miedo conocí al bien y al mal pero siempre yo tras una sábana diciendo: “No me veas, pero déjame entrar”. Entraré escondida ante tu presencia porque no quiero que me veas jugar, reír, ni cantar… Yo soy un fantasma y tu dicha me recuerda que yo elegí mi malestar.

Ojalá lloviera y se llevara el agua lo que esta carta anuncia, denuncia y bien adentro quiere aceptar y es que viví escondida y ni siquiera la cabeza desde mi casa móvil pude asomar.

Vida mía, dame fuerza para que pueda destapar mi belleza, mi alegría, mi sonrisa interna y mi bondad.

¡EXPRESA!

Aquel día no me encontraba bien. Antes de acostarme me miré al espejo. “Está claro”- pensé – “mi cara y mis ojos lo reflejan todo”. No sabía qué hacer. Sabía que me encontraba mal, que no era yo, que había mil y una cosas que en ese momento me estaban bloqueando. Era consciente que el día había pasado con mucho ruido interno, que no había conseguido vivir ni disfrutar el presente. ¿Qué podía hacer? Sabía cual era mi estado actual –bloqueo, tristeza, desgana- y sabía cual era mi estado natural –calma, Belleza, pasión- pero en ese momento me sentía completamente vacía de recursos y fuerzas para cambiar aquel estado. Decidí, por lo menos, no irme a la cama así. Salí de la habitación de aquel pequeño albergue y me senté en un polvoriento y amable sofá que me acogió a aquellas tardías horas de la noche. Abrí mi libro de “Mapas para el éxtasis” de Gabrielle Roth y él me lo dijo todo:

“Para evitar sufrir no nos arriesgamos a expresar nuestros sentimientos. Nos habituamos a un estado de inercia emocional, a una especie de insensibilidad o adormecimiento generalizado, una muerte despiertos que nos protege del sufrimiento pero también nos impide sentir la alegría de vivir ahora o nunca.

Los sentimientos son reales. No son ideas que se puedan rechazar o desconectar. Son manifestaciones físicas de energía que unen al cuerpo y la mente y lo llevan al momento. Esta energía no expresada, reprimida o negada se vuelve tóxica para el cuerpo. Si no se libera, estalla emocionalmente de modo no proporcionado y llega a aflorar en forma de bultos, dolores, espasmos, jaquecas y otras dolencias físicas. La única opción real, la única alternativa sana es aceptar nuestras emociones, hacernos amigos de ellas, hacerlas propias y aprender a experimentarlas y expresarlas de forma apropiada en el momento. Para hacernos amigos de nuestros sentimientos podemos bailarlos, cantarlos, representarlos, escribirlos y pintarlos; podemos explorarlos y celebrarlos creativamente”.

Di Gracias por haber encontrado el motivo de mi malestar. Estaba claro que había algo dentro de mí merodeando que quería expresarse y danzar; y parecía que ese algo tenía muchas cosas que contarme. Con desgana pero con algo de valor, comencé a pensar cuál sería la forma de dejar aflorar esa sensación interna. Descarté BAILAR pues me encontraba en un lugar muy silencioso y no iba a poder expresar toda mi energía al 100%, pensé en ESCRIBIR pero lo descarté pues me encontraba completamente vacía de palabras. Finalmente, abrí mi diario, cogí un lápiz y con muy poco garbo e inspiración comencé a DIBUJAR trazos de lo que sería un nuevo dibujo.

Al principio, aquel dibujo no tenía ningún sentido, “¡qué feo es esto!”. Empecé con desgana, luego con mucha rabia y autocrítica. Apretaba fuerte el lápiz contra el papel, reforzaba una y otra vez las mismas líneas y, de repente, me di cuenta que no conseguía cerrar ninguna de las formas que estaba dibujando. Todo eran círculos abiertos, gotas de agua abiertas, óvalos abiertos… repasaba el contorno una y otra vez de aquella esfera que nunca llegaba a cerrarse. Mi atención pasó a querer entender qué estaba ocurriendo. Me di cuenta que sentía miedo, sentía miedo de “cerrar las formas”, que estaba cayendo en actos de repetición que no me llevaban a acabar nada, me percaté de la rabia acumulada que tenía y, poco a poco, comencé a relajarme. De repente, sin darme cuenta y de forma muy suave, acabé haciendo una gran gota de agua enorme que englobaba todas las figuras y por fín estaba cerrada. Me relajé.

Pasé de hoja, comencé otro dibujo ahora más calmada. Una Luna, una montaña, una hoja de un árbol, las estrellas… aquello me gustaba más, se parecía más al terreno en el que me sentía más cómoda. Pasé de página e hice un trazo final sencillo, precioso, muy inspirador… Y de repente, con un arrebato que no quise frenar y con mucho sentimiento aflorando desde muy adentro comencé a escribir :

“Te echo de menos, no lo puedo evitar. Quizás sea pasajero, ¿y qué más dará eso? Creo, siento, percibo y me atrevo a decir que sé que es pasajero pero… ¿el hecho de que sea pasajero me va a impedir vivir el momento presente que es lo que más importa?

Le echo de menos, quizás sea la noche. ¿Y qué? ¿Quién me dice a mí que mañana habrá día? ¿Por qué no puedo vivir plenamente la noche? Quiero explorar esta noche, zambullirme en ella, acariciar mis sentimientos, abrazarlos y quererlos. Quiero sentir, quiero abrir mis ojos en la oscura y acurrucada noche, quiero abrazarme, decirme que me quiero y ensalzar con alegría la tristeza de mis sentimientos.

Ahora LE QUIERO, ahora me abrazaría a él como si no hubiera un pilar más fuerte al que poder aferrarme, ahora dejaría caer mi adorado peso sobre él, ahora cerraría los ojos, abriría el corazón y sentiría el calor común creado por nuestros dos cuerpos. Ahora gritaría con la luz de mis ojos a la Luna que estoy viva, que Siento y que honro enormemente a cada una de las realidades que la vida me brinda y que brotan de mí con fuerza y con pasión”.

Cuando acabé de escribir esto no me lo podía creer. Con qué esto era lo que me pasaba. Increíble, ¡qué cierto era aquello que acababa de leer en el libro de Gabrielle Roth! Llevaba todo el día REPRIMIENDO algo que sentía de una forma muy pura. De verdad, estaba sorprendida. Pensaba que me encontraba mal por otros motivos, pensaba que aquella tristeza y aquella desgana venían de alguna emoción relacionada con cualquier otra cosa pero NO ME PODÍA IMAGINAR que lo que realmente me estaba sucediendo es que estaba COMPLETAMENTE ASUSTADA de enamorarme o querer mucho a alguien.

Fuf! Sentí un alivio grandioso, toda una liberación. Parecía que había corrido una maratón, me sentía completamente liviana, me había quitado un gran peso de encima. Fui al baño a mirar en el espejo mis ojos brillantes y verdaderos, sonreí y me fui muy feliz a la cama. A la mañana siguiente, conocía qué me sucedía, conocía qué me pasaba y solo tuve que ser natural, real y fiel a mis sentimientos. Le llamé y, dejando a un lado todos mis miedos, pasé todo el día con él expresando Aquello que realmente sentía. Era LIBRE otra vez.

Tenía muchas ganas de escribir esto en el blog. Desde mi corazón, solo quiero que TODOS seamos libres. Hágamonos a cada uno de nosotros el favor de dejar a nuestras EMOCIONES expresarse, es lo más sano y lo más bonito que podemos darnos a nosotros y a los demás. Si hay algo dentro de ti que no sabes qué puede ser (o sí lo sabes), ÉXPRESALO.

–  Vete a un espacio, aunque sea muy pequeño. Ponte música que te inspire y BAILA. No pienses qué movimiento hacer, qué quedará o no quedará bonito. Solo escucha la música con tu corazón y muévete, de cualquiera de las maneras.

–  Coge un lápiz, un papel y DIBUJA. Qué más da si es bonito o si es feo, simplemente deja que se exprese ahí lo que haya dentro de ti!

–  Siéntate a solas y ESCRIBE. No desde la mente, no desde aquello que yo creo que me puede estar pasando y quiero contar. No desde la idea de un “comienzo-nudo-desenlace”. ¡Dispara! Dispara la primera frase que te venga a la cabeza. La segunda no tiene porqué tener relación con la primera. Dispara frases y palabras hasta que des con aquello que viene directo del corazón.

Baila, pinta, escribe, canta… Hagamos ARTE. Seamos valientes. Expresémonos. Empecemos a ser ¡VERDADERAMENTE LIBRES!