ESPIRITUALIDAD

Estoy cansada de luchar. No hace mucho aprendí el valor de la entrega y la rendición. Sin embargo, me encuentro otra vez a pie de guerra, prendiendo fuego a ilusiones que se desvanecen ante mi antes de que pueda atacarlas. Hacha en mano me dirijo a ningún lugar creyendo que yo tengo el mapa, creyéndome la reina y sabia de este terreno que pienso ser solo mío.

Rendición. Total desapego de esta realidad que generamos a través de nuestra mente. Desapego de la mente, desapego del yo. Espiritualidad, ¿qué es eso? ¿y quiénes son aquellos interesados en ella? Iluminación, este concepto comienza a convertirse en comedia irónica cada vez que lo escucho en bocas ajenas.

Miedo, tienes miedo, miedo de morir en vida. Por eso no estás en contacto con tu ser que es espiritual, por tu apego, por tu dependencia, por tu necesidad de seguridad. Tú, que dices querer ser iluminado, tú que hablas de espiritualidad; obsérvate, estás apegado a un nuevo papel de persona espiritual, a un nuevo rol en tu vida, a una definición de tu personalidad que ahora te gusta más.

Dejar el agua pasar. Eso es, deja el agua correr a través de ti. Por fin entiendo lo que es el desapego. No identificarse con nada, no asociarse a nadie, solo ser. Es complicado, es arriesgado, es la única vía hacia la verdadera compasión. Sólo cuando no queremos acapararlo todo, solo cuando no queremos ser los dueños y señores de nuestros logros y nuestros objetos, solo cuando entendemos quienes somos por encima de nuestras etiquetas, nuestro curriculum, nuestro papel en la sociedad y nuestro pasado; solo entonces estamos liberados de los apegos.

Pero sí, eso es muy complicado. Uno se siente muy bien apegándose a un personaje, nos da muchísima seguridad y, además, los demás nos aceptan y nos dan más de ese amor superficial que tanto anhelamos. Sí, los demás, al vernos ser como siempre somos, al vernos desempeñar nuestro personaje nos apoyan más porque se encuentran seguros, saben delante de quien están. ¿Me explico? ¿Me entiendes? Nosotros queremos estar seguros de quienes somos y los demás también quieren relacionarse con alguien que ellos saben quien es. Si no, nos morimos de miedo; porque si yo no soy “la hija”, “el trabajador X”, “la madre”, “la que siempre ayuda”, «la que tuvo esa historia», «el que «es que es así»», “la pareja de”; entonces ¿quién soy? Yo, por ejemplo, hace año y medio tenía a mi personaje en la vida bien atado. Laboralmente, por fin, ya tenía ese puesto que me gustaba y ese reconocimiento por el que había luchado tanto. Podía mirar mi curriculum y hablarle a quien fuera con propiedad y pasión sobre aquello a lo que me dedicaba. Parte de mi personalidad se encontraba fuertemente asegurada. Además, tenía una pareja que me quería y me sentía muy identificada en mi papel de hija pequeña contando con el apoyo y protección de unos padres orgullosos por lo encaminada que iba. Trabajadora eficiente, novia, la hija pequeña y protegida, la que nunca grita, la pacífica, la que sonríe,… Todo estaba bajo control, ¿por qué iba a querer salir yo de ese lugar tan seguro?

Sinceramente, no fui yo quien decidió salir de ahí. Algo pasó, algo ocurrió. Lo que sí sé es que siempre, desde muy pequeña, supe que había un hueco vacío dentro de mí. Yo era feliz, muy feliz, y muy agradecida por ello. Pero también sabía que algo no funcionaba.

Recuerdo hace menos de dos años cuando la psicóloga me dijo: “Sandra, tu autoestima está basada en tres pilares: tu trabajo, tu peso y lo que los demás opinan de ti. El amor hacia ti misma no nace verdaderamente de ti, está basado en cosas externas. Cuando dejes de trabajar, te vas a dar un gran batacazo”

¿Quién sabe? Quizás fue eso, aquel fue el primer paso en mi vida que di siguiendo a mi corazón y no a las exigencias de mi cabeza. Me dejé el trabajo porque me había enamorado y volví a mi ciudad de origen. Y sí, la vuelta sin tener una rutina y un trabajo fue dura, parte de mi valorado personaje se había perdido en el viaje de tren Madrid-Elche.

Fuera por lo que fuere, unos meses más tarde pasó, ocurrió algo. Algo externo, ajeno a mi, no decidido ni planeado sucedió. Y yo abrí los ojos.

Me desapegué de todo, viajé, exploré. Y, ahora, en mi intento por volver a “la normalidad” estoy aterrada porque vuelvo a apegarme. Antiguos roles, caducados papeles, objetos y algún que otro objetivo (aunque no los quiera poner)… La dependencia ha vuelto, la necesidad externa, el apego total… todo ello está aquí de nuevo y sé que ha llegado para enseñarme algo.

Y yo me pregunto, ¿seré capaz de relacionarme con mi personaje con total desapego? ¿o debo abandonar mi personaje y arriesgarlo todo? ¿conseguiré mantener un estado de paz y confianza mientras el presente construye sin mí el futuro?

La espiritualidad no se elige, la espiritualidad llega. La espiritualidad no está ahí fuera, está dentro de ti. La espiritualidad no es ponerse un traje específico, hacer posturas, ponerse normas, marcarse límites y muchísimo menos ver que hay cosas que “están bien” y cosas que “están mal”. Y esto último es lo que más me llama la atención de lo que dicen ser espiritualidad. ¿Cómo es posible que sabiéndose desde el punto de vista espiritual que TODO ES UNO, sabiéndose que la dualidad es una ilusión… como es posible que se diga que hay cosas que están bien y cosas que están mal? ¿Cómo es posible que líderes espirituales pongan normas, prohiban experiencias o digan que hay que mantenerse alejado de ciertas cosas? Quien dice eso sigue completamente embrujado por la ilusión de la dualidad y completamente confundido al no ver que el bien y el mal son mensajes con un mismo remite.

Este post ha acabado siendo un popurrí de información. Supongo que tenía tantas ganas de mencionar cualquier cosa acerca de este tema que las ideas han salido disparadas.

Para concluir, destacaré los mensajes que he pretendido comunicar en este texto:

–  Si dices ser un ser espiritual, entonces, es porque te has desapegado de tu personaje. Eso no quiere decir que tengas que romper con todo; eso quiere decir que puedes seguir viviendo tu vida tal cual eres pero entendiendo que tú eres muchísimo más que eso. Eres más que tu profesión, eres más que lo que los demás opinan de ti, eres más que lo guapo o feo que te ves hoy, eres más que madre/padre/hijo…, eres más que tus pensamientos, que tus logros y tus fracasos… Y si te cuesta verlo, que es lo más normal por lo que nos han enseñado, solo tienes que pasar unos cuantos días en la naturaleza, en silencio, en soledad; reencontrándote contigo mismo. Dejando que tu mente se limpie y tu corazón se relaje.

–   La iluminación no es algo inalcanzable.  Pero, primero y ante todo, ¿estás seguro que quieres ser un iluminado? Dicen que ser un iluminado es morir en vida; ese personaje tuyo al que tanto te estás agarrando se muere y TÚ vuelves a nacer. Todo es nuevo, las reglas del pasado ya no existen, la gente que hay a tu alrededor se hace nueva para ti… ¿realmente lo quieres?

–  El miedo siempre vuelve y con él el apego a las cosas y a los papeles. Y tendemos a luchar, a luchar por combatir los miedos, a intentar solucionar nuestros problemas a más no poder. Queremos controlar nuestros miedos, controlarnos a nosotros, que no se apoderen de nuestro ser. La clave, por mucho que cueste y poco estemos acostumbrados, es RENDIRSE. Abrazar los miedos, observar y dejar que ellos nos guíen. Con paciencia, con humildad, con mucha confianza en el presente.

Y ya, por último, UN MILLÓN DE GRACIAS por haber leído lo que este corazón necesitaba poner en palabras.

OJO

No tengas prisa

«Justo anoche una joven sannyasin vino a visitarme. Yo tan solo le dije “Yatra” que significa peregrinaje. Ella, un poco perpleja y disgustada respondió: “¿Simplemente peregrinaje? ¿No meta?”.

Ella representa la mente occidental: lo importante es la meta, no el peregrinaje. Aquí en Oriente nuestra perspectiva es completamente diferente. El peregrinaje es lo importante; la meta tan solo es una excusa para el peregrinaje. ¿A quién le importa la meta? Cada momento que se pasa en el camino es tan precioso, es tan glorioso, cada árbol y cada pájaro con los que te cruzas son tan infinitamente preciosos, ¿a quién le importa el camino? Cada momento es la meta. Pero yo puedo entender su preocupación. Debe haber empezado a pensar: “Peregrinaje, peregrinaje, peregrinaje… Entonces, ¿dónde y cuándo acaba esto?”. No acaba en ninguna parte. De hecho, si acabara en alguna parte sería muy triste. ¿Qué harías entonces? ¿Qué sería lo siguiente? Estarías atascado con Dios sentado enfrente de ti y tú sentado frente a Dios; estarías como marido y mujer: atascados. ¿Qué harías después? No hay ningún otro Dios ni lugar adonde ir.  No, Dios no es una meta, Dios es un peregrinaje. Eso tiene que quedar bien entendido.

La velocidad es antiespiritual. La misma idea de la velocidad es antiespiritual. ¿Por qué no disfrutar cada momento de la vida? Si lo hacemos, cada momento se convierte en una meta en sí mismo, cada momento es intrínsecamente valioso; no puede ser sacrificado por ninguna otra cosa. Cuando te diriges a una meta no miras a los lados; los árboles están ahí y están esperando que les hagas una pequeña caricia y los pájaros están cantando, cantando para ti. Y tú te das prisa. ¿Cómo vas a mirar aquí y allá? Y allí un niño te sonreía y tú no te diste cuenta. Y una mujer lloraba y no viste sus lágrimas. Y una rosa florecía y tú tenías tanta prisa que no pudiste verlo.

Sí, puedes ir a una gran velocidad pero, ¿adónde? Te perderás todo el peregrinaje. Y si te pierdes el peregrinaje no habrá meta, no habrá otra meta. La vida es la propia meta».

OSHO

BHAGAVAD GITA

«Se engaña quien cree que por abstenerse de la acción evita sus resultados. De esta suerte no puede alcanzar la felicidad, pues la inacción no existe. El universo está en constante actividad y nada en él puede substraerse a la ley general. No es posible permanecer inactivo, pues las leyes naturales nos obligan constantemente a la actividad mental u orgánica, o de ambas. No hay manera de substraerse a la ley universal. Se engaña quien aparta sus sentidos de los objetos de sensación, pero se deleita mentalmente con ellos. Es digno de estima quien concentra su pensamiento en la recta acción y cumple su Misión en el mundo. Por lo tanto, realiza la obra que te corresponde, aquella para la cual estés mejor adaptado; hazlo todo de la mejor manera posible, que no te pesará.
La acción es preferible a la inacción, y el trabajo a la ociosidad. La acción vigoriza la mente y el cuerpo, prolonga y ennoblece la vida. La ociosidad debilita la mente y el cuerpo, acorta y degrada la vida. Los hombres se ligan a las acciones que ejecutan con apetencia de ganancia o recompensa. Apegados al deseo, han de trabajar como esclavos hasta lograr la emancipación. Pero tú no caigas en semejante locura, ¡oh Arjuna!, y ejecuta tus acciones solamente por deber hacia tu Yo interno«.

Cuando el niño era niño…

“Cuando el niño era niño, era el momento de hacerse esta pregunta:

¿Por qué yo soy yo y no soy tú?

¿Por qué estoy aquí y no estoy allí?

¿Cuándo empieza el tiempo y dónde termina el espacio?

¿No es la vida bajo el sol un mero sueño?

¿No es lo que yo veo, oigo y huelo nada más que el reflejo de un mundo delante de otro mundo?

¿Existe realmente el mal y gente que de verdad es mala?

¿Cómo puede ser que yo que soy yo antes de serlo no lo fuera y que algún día yo, que soy yo, deje de ser lo que soy?”

“Quisiera dejar de vagar suspendido en el aire, sentir mi propio peso, poner límite a mi infinidad y atarme a la Tierra. Quisiera decir en cada uno de mis pasos, en cada ráfaga de viento, ahora y ahora y ahora, y no decir para siempre, hasta la eternidad”.