Acostumbraba a darle al otro mi corazón, de tal forma que creaba una dependencia con la otra persona pues yo me quedaba vacía.
Lo hacía por dos motivos que me eran inconscientes: quería que fuera otro el que cuidara de mí y quería asegurarme que dándole algo mío habría una cadena que nos mantuviera unidos.
Entiendo, poco a poco y paso a paso, que para que haya amor, éste debe ser libre, debe fluir, debe ser decidido por ambas personas a cada nuevo momento. Asusta pero es lo que caracteriza a algo tan bello, fluido y vivo como es esto.
También entendí que el otro es incapaz de cuidar lo más profundo de mi alma y que acariciarme y escuchar mis anhelos más internos tenía que venir de mí primero.
Ahora me digo a mí misma que cuánto más cerca quiera estar del otro, más cerca he de estar de mí. Cuánta más intimidad quiera con el otro, más intimidad he de tener conmigo misma. Cuánto más quiera que el otro cuide de mí, más he de cuidar yo de mi misma. Solo puedo alcanzar al otro hasta lo mucho o poco que me haya alcanzado amar a mí.
Y así mi intención ya no es darle mi corazón a alguien, sino nutrirlo tanto que me alimente a mí y a cualquiera que se acerque libremente y con amor al centro de mi pecho.
Ilustración personal