JARRONES DE PORCELANA

¿Cuántos jarrones de porcelana se tienen que romper para que finalmente nadie tema volver a estar a tu lado? Como te comentaba, tantas cosas han caído de mis manos que ya comienzo a rendirme al hecho de que no hay nada en esta vida que yo posea.

Por ello, por tan bello conocimiento de que nada es mío y nada me pertenece, puedo entregarme a ti, amado mío. Porque nada es tuyo, yo no soy tuya; nada es mío, tú jamás serás mío.

Porque respeto el libre albedrío, porque consigo apreciar a los pajarillos volar sin conocer mínimamente hacia donde van a emprender su vuelo, porque el río suena y me lleva contenta de paraje en paraje… porque estoy entera y completa y, a la vez, vacía de toda posesión. Por todo ello, puedo ser yo: precisa y clara como la más diminuta e intensa de todas las expresiones.

Mi voz se hace un hueco entre las montañas, mis fluidos arrasan aquellas partículas que habían quedado un día clavadas en la tierra, mi pelo mece el viento que va entonando melodías para que los animales jueguen a esconderse entre sus susurros.

Y yo, erguida pero postrada, me rindo ante el destino. Agacho mi cabeza y apoyo mi frente sobre el suelo. Respiro, ya que es de lo poco que me queda. Y espero, para que Tú, hagas de este Paraíso en el que vivo, un lugar de tierra fértil y provechosa felicidad.

Sí, lo leí una vez en un fragmento de Tolstoi:

“He pasado por muchas vicisitudes y ahora creo haber descubierto qué se necesita para ser feliz. Una vida tranquila de reclusión en el campo, con la posibilidad de ser útil a aquellas personas a quienes es fácil hacer el bien y que no están acostumbradas a que nadie se preocupe por ellas. Después, trabajar, con la esperanza de que tal vez sirva para algo; luego el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo… En esto consiste mi idea de la felicidad. Y finalmente, por encima de todo, tenerte a ti por compañera y, quizás, tener hijos… ¿Qué más puede desear el corazón de un hombre?…”

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