Déjales entrar

Hacía tiempo que no pasaba una semana tan mala, tan aislada, de bajón. Hacía tiempo que mis antiguos amigos Parálisis, Incomunicación, Aislamiento y Juicio no venían a visitarme de este modo. Llegaron, acamparon y aquí se quedaron sin intención de moverse por varios días. Parálisis consiguió que los músculos de mi cuerpo dejaran de ser mis músculos, Incomunicación bloqueó mis oídos y Juicio no hacía más que reír y reír mientras yo corría desesperada hacia mi querida cueva del Aislamiento. Es duro para el cuerpo tener que abrir la puerta a tales visitantes. Es duro para aquella persona que siempre escuchó que la alegría y la felicidad debían ser los platos a servir en el menú de cada día. Es duro dejar que estos visitantes entren cuando sabes que van a hacerte sentir tu más profunda y delicada vulnerabilidad.

La sociedad nos ha enseñado que estos estados de “caída libre” son inaceptables, vergonzosos; que nos hacen ser menos valiosos. La sociedad nos ha invitado a reprimirlos, a ocultarlos. Y nosotros, así lo hacemos, los reprimimos y los ocultamos dejando que la herida se haga grande muy adentro de nosotros. Salimos a la calle y damos enérgicos “Buenos Días” a la gente aunque nos encontremos hundidos, cantamos a los cuatro vientos todas nuestras fortalezas y todos nuestros logros, publicamos en todas nuestras redes sociales lo bien que nos va y lo guapos que estamos… Y todo esto está muy bien siempre y cuando estemos siendo sinceros con nosotros mismos.

¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Te estás viendo a ti, a todo tu ser o tan solo a esa parte de la que tan orgulloso te sientes? ¿No son acaso valiosos maestros todos estos sentimientos que llamamos indeseados? ¿Por qué no nos damos cuenta que lo que nos hace únicos y especiales es toda esa gama de facetas que cada uno de nosotros posee? ¿Es que no nos damos cuenta que hasta que no le demos la bienvenida a todo nuestro «yo» no vamos a sentir la libertad plena?

Cada día me doy más cuenta que la autenticidad es la llave de nuestra libertad. Ser reales, dejar a un lado los maquillajes. ¡Cuánta valentía es necesaria para abrir los ojos, expandir nuestros brazos hacia el cielo y gritarle al viento quienes somos con total naturalidad y vitalidad!

Bien, manos a la obra, he aquí las opciones que tenemos cada vez que estos valiosos maestros llamados tristeza, desgana, rabia, juicio… vienen a visitarnos a nuestra casa:

OPCIÓN 1) Los ignoro. Continúo sonriendo como si nada, me convenzo de que a mí esto no me está pasando y sigo haciendo lo que estaba haciendo. Esto lo único que va a conseguir es que lo vayas acumulando muy adentro de ti. Al principio no te pesará pero a la larga tus sonrisas serán falsas sonrisas, tus diálogos estarán desconectados de tu interior, tus relaciones estarán basadas en el maquillaje externo y el automatismo de no querer sentir hará que acabes por no sentir nada. ¿La descartamos?

OPCIÓN 2) Lucho. Me enfado conmigo mismo por estar sintiendo esto. Aquí lo único que vamos a conseguir es minar nuestro amor propio y hacer que los sentimientos que provocaron nuestro enfado se hagan todavía más grandes. Nos enfadamos con nosotros mismos por sentirnos tristes, inseguros, aislados… y ese enfado solo provocará que nos sintamos más tristes, más inseguros con nosotros mismos y más aislados. Descartada.

OPCIÓN 3) Decido culpar a los demás de mis sentimientos. Tan solo piensa en el poder que estás dando a todo el mundo que te rodea. Mediante la vocecita que tenemos en nuestra cabeza, somos nosotros los que creamos nuestros propios sentimientos. Por eso es bueno tener una vocecita dulce y cariñosa que nos ayude a ver las cosas como son y nos ayude a mejorar en el día a día. Es necesario cultivar nuestro interior para sentirnos bien y lo suficientemente fuertes para hacernos responsables de aquello que sentimos. Es sano descartar esta opción ya que nos quita poder y libertad. Además, tiene un efecto colateral en las personas que nos rodean ya que al sentirse culpabilizadas puede que respondan de tal manera que estos sentimientos que tú querías evitar se hagan más grandes (por ejemplo: me siento triste, te culpo a ti por estar yo triste, tú te enfadas conmigo por culpabilizarte y yo acabo sintiéndome más triste por sentirme incomprendida o no querida).

OPCIÓN 4) Me paro, observo, expreso, entiendo y acepto. ¡Probemos con esta opción!

a) Lo primero de todo es pararme. En cuanto me doy cuenta de lo que está ocurriendo en mi interior o de lo que estoy haciendo o cómo estoy reaccionando… me paro. Me paro un momento, respiro y observo.

b) Observo lo que está ocurriendo alrededor, observo cómo me estoy sintiendo. Hace falta mucha compasión, objetividad y cariño. Me veo a mí mismo como un ser humano que tiene diferentes estados de ánimo, veo la situación a grandes rasgos. Puede ayudarme poner la mano en el corazón, cerrar los ojos, respirar…

c) Expreso. Agarro un lápiz y comienzo a escribir. Cojo pinturas y comienzo a pintar. Pongo música y empiezo a bailar. Nada está bien, nada está mal. No se trata de ser Picasso o Paulo Coelho. La clave está en expresar cualquier cosa, de cualquier manera y no tener miedo. No tener miedo de estos sentimientos que acaban de llegar. ¿Ha llegado la tristeza? Sumérgete en la expresión de la tristeza. ¿Ha llegado el odio? Este es tu momento de odiar de verdad. ¿Tienes rabia dentro? Vuélvete loco expresando esa rabia incontrolable que ha venido a visitarte. No tengas miedo, tocar fondo solo va a hacer que salgas a la superficie. Date el permiso; un lápiz, una brocha, un baile… expreses lo que expreses no hará daño a nadie y si das rienda suelta a ese sentimiento que te ha llevado hasta aquí, lo siguiente que experimentarás es una total libertad. Pinta el dibujo más oscuro que puedas imaginar, garabatea hasta romper el papel, date el derecho de quejarte mediante la escritura, baila liberando la mayor energía posible y grita, llora o ríe mientras estés expresando todo esto. Créeme, expresar y honrar aquello que llevamos dentro es el único camino a la verdadera felicidad y el único camino que nos puede llevar al entendimiento y a la aceptación. (Si además de expresarlo por ti mismo, te apetece conocer más sobre esto o hacer esto en comunidad, échale un vistazo a las clases y talleres del baile de los 5 ritmos; también te puede interesar la biodanza o talleres de arte-terapia)

d) Entendimiento y aceptación. Esa liberación de energía mediante tu propio arte, te llevará a un lugar de paz. Aquí, pudiendo ya respirar, te será muy fácil entender. Entender porqué te sentías así, comprender más sobre cómo eres… aceptarte y quererte tal cual eres. Entiendes que nada está bien, que nada está mal, las cosas simplemente son, tú simplemente eres…

Una última observación. Si eres de los que, como yo, cuando se siente mal, se va a su mundo, lo intenta solucionar por sí mismo y no lo comparte con nadie más; prueba a contar con la ayuda de los demás. Esto es, quedar con un amigo de confianza, llamar a algún familiar que sea muy cercano a ti… La vida nos ha dado mucha gente que nos quiere, hagamos uso de estos tesoros. Si por el contrario, eres de aquellos que cuando no se encuentra bien, sale corriendo en busca de gente que le pueda aconsejar; frena un momento, respira, escucha dentro de ti e intenta buscar la respuesta por ti mismo. Los demás nos pueden apoyar, pero sólo nosotros sabemos hacia que dirección navegar.

Y, por último, como Rumi escribió:

“El ser humano es como una casa de huéspedes. Cada mañana, una nueva llegada.

Una alegría, una decepción, un sin sentido, un sentimiento del que de repente somos conscientes, se presentarán como visitantes inesperados.

¡Dales la bienvenida y acógelos a todos!  Incluso si es una muchedumbre de preocupaciones que violentamente barre y se lleva todos los muebles de tu casa.

Aún así, trata a cada huésped honorablemente, puede que él esté limpiándote la casa para dar la bienvenida a una nueva delicia.

El pensamiento oscuro, la vergüenza, la malicia; ¡recíbelos riendo en la puerta e invítales a pasar!

Sé agradecido con cualquiera que venga, porque cada uno de ellos ha sido enviado como un guía del más allá”.

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