«Justo anoche una joven sannyasin vino a visitarme. Yo tan solo le dije “Yatra” que significa peregrinaje. Ella, un poco perpleja y disgustada respondió: “¿Simplemente peregrinaje? ¿No meta?”.
Ella representa la mente occidental: lo importante es la meta, no el peregrinaje. Aquí en Oriente nuestra perspectiva es completamente diferente. El peregrinaje es lo importante; la meta tan solo es una excusa para el peregrinaje. ¿A quién le importa la meta? Cada momento que se pasa en el camino es tan precioso, es tan glorioso, cada árbol y cada pájaro con los que te cruzas son tan infinitamente preciosos, ¿a quién le importa el camino? Cada momento es la meta. Pero yo puedo entender su preocupación. Debe haber empezado a pensar: “Peregrinaje, peregrinaje, peregrinaje… Entonces, ¿dónde y cuándo acaba esto?”. No acaba en ninguna parte. De hecho, si acabara en alguna parte sería muy triste. ¿Qué harías entonces? ¿Qué sería lo siguiente? Estarías atascado con Dios sentado enfrente de ti y tú sentado frente a Dios; estarías como marido y mujer: atascados. ¿Qué harías después? No hay ningún otro Dios ni lugar adonde ir. No, Dios no es una meta, Dios es un peregrinaje. Eso tiene que quedar bien entendido.
La velocidad es antiespiritual. La misma idea de la velocidad es antiespiritual. ¿Por qué no disfrutar cada momento de la vida? Si lo hacemos, cada momento se convierte en una meta en sí mismo, cada momento es intrínsecamente valioso; no puede ser sacrificado por ninguna otra cosa. Cuando te diriges a una meta no miras a los lados; los árboles están ahí y están esperando que les hagas una pequeña caricia y los pájaros están cantando, cantando para ti. Y tú te das prisa. ¿Cómo vas a mirar aquí y allá? Y allí un niño te sonreía y tú no te diste cuenta. Y una mujer lloraba y no viste sus lágrimas. Y una rosa florecía y tú tenías tanta prisa que no pudiste verlo.
Sí, puedes ir a una gran velocidad pero, ¿adónde? Te perderás todo el peregrinaje. Y si te pierdes el peregrinaje no habrá meta, no habrá otra meta. La vida es la propia meta».
OSHO